
Una reflexión sobre la contaminación visual en una de las ciudades más impresionantes de América: el Distrito Federal en México.
Ciudad de México. (Suministrada)
Mientras escribo estas palabras estoy en la capital de México, mejor conocida como el Distrito Federal o el D.F. Caminar por sus calles y visitar varios museos, me obligan a una reflexión comparativa con San Juan, Puerto Rico.
La abundancia de museos en esta gran ciudad, algunos de entrada gratuita, los demás asequibles, me dieron la certeza de que no gasté mi dinero en vano. En este viaje he podido acercarme al legado cultural del pueblo mexicano y a obras del mundo entero que están de visita en este suelo. De hecho, en el Centro Histórico de México hay tantos museos que un día completo no da para verlos y aunque traté de hacerlo mi cuerpo me pidió misericordia luego de haber visitado el MUNAL, el Palacio de Bellas Artes, el Museo Monsiváis, La Catedral y el Museo Nacional de las Culturas, en el que se hace un recorrido por las culturas antiguas de Oriente Medio y Grecia.
En este sentido, visitar México como turista es una buena decisión, pero vivir en el DF es otra cosa y es sobre ese particular que quiero reflexionar en este escrito. Fuera de las zonas culturales o de clase alta, los dueños de negocios en esta enorme ciudad han convertido sus calles en recipientes de la publicidad desmedida creando una contaminación visual difícil de imaginar para quien no la ve con sus propios ojos.
En las calles y avenidas del DF hay multiplicidad de propaganda, literalmente, en cada espacio disponible de la fachada de cada negocio u hogar localizado en zonas comerciales o semicomerciales.
Además de esto, la arquitectura de muchas de las casas del D.F. es tristemente sobria. La mezcla de arquitectura tipo cajón –remanente de las ideologías de la modernidad–, sin balcones y de colores opacos, donde no se privilegia la belleza, combinada con la contaminaciónvisual de miles de anuncios, lleva al visitante a preguntarse dónde han quedado las leyes de control de publicidad en esta gran metrópoli latinoamericana.
En el Distrito Federal en México miles de casas localizadas en calles comerciales o semicomerciales son utilizadas como soporte para la publicidad. En la foto también se advierte el tipo de diseño en las fachadas, cuadrado y sin balcón. El mismo se diferencia del tipo de arquitectura con aleros (cornisas) y balcón utilizada en la mayoría de los hogares en Puerto Rico. (Suministrada)
Y eso es exactamente lo que he hecho. Mientras viajo por la ciudad en taxi y la observo a través de las ventanas, pienso que quizás lo que ha ocurrido aquí es que ante el crecimiento imparable de la ciudad, especialmente durante la segunda mitad del siglo XX, el mexicano
optó por resguardar a lgunos de sus espacios para la belleza, donde efectivamente se aplican las leyes de control de publicidad y donde la arquitectura es elegante y agradable a la vista como El Zócalo, Coyoacán, la Zona Rosa, El Bosque de Chapultepec, por mencionar
solo algunos, y sacrificó el resto de la ciudad al dios de la propaganda y al de la arquitectura insípida.
He viajado a otras ciudades centroamericanas y sudamericanas y sé que en ellas este patrón se repite a menor escala porque es el resultado de la concentración de empleos y de grandes y pequeñas empresas en las capitales. Las capitales, a su vez, carecen de leyes que protejan las fachadas del agresivo comportamiento del mercado.
Reflexiono sobre este tema en una publicación puertorriqueña porque entiendo que San Juan necesita crecer económicamente (tarde o temprano y a pesar de la crisis, lo hará) y por supuesto, también necesita copiar a capitales como la mexicana en el tema de la proliferación de museos, el desarrollo de la universidad pública, el sistema de transporte e incluso, el tema de las microempresas. Pero a su vez pienso que debemos tener cuidado en cuanto a cómo se desarrolla, por un lado, la arquitectura del resto de la ciudad y por otro, la competencia publicitaria en las calles sanjuaneras.
Avenida 65 de Infantería en San Juan, Puerto Rico. (Suministrada)
Nuestra capital crecerá como centro económico y como centro cultural de la Isla. Ambos crecimientos deben ir acompañados por una correspondencia entre la noción de que en la ciudad vive gente que se merece una mejor calidad de vida y el respeto por el crecimiento del pequeño y mediano comerciante.
Después de todo no estamos en medio de la construcción de un posible paisaje sino de un paisaje que ya está ahí y continúa transformándose día a día.
Lo interesante será ir conociendo las intenciones con las que los sanjuaneros le imprimiremos a la ciudad ciertos fines en específico.
*La autora es periodista y escritora.