“El cierre de La Tertulia no se debe a la huelga. En última instancia, el culpable he sido yo que no pude adaptarme de manera acelerada”, eso es lo primero que Alfredo Torres Otero, dueño por los últimos 24 años de la icónica librería de Río Piedras, quiere que se sepa.
Al momento de su clausura, La Tertulia era la librería que más años llevaba operando ininterrumpidamente en Puerto Rico, según Alfredo.
La Tertulia tuvo sus comienzos en el 1966. Lo que hoy conocemos como un hito riopedrense y universitario, comenzó como un proyecto cultural en manos de un grupo de amigos de la Juventud Católica Progresista que compartían los textos que estaban leyendo en sus respectivas clases en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPRRP).
Entre los integrantes de ese grupo se encontraba Carmen Rivera Izcoa, quien transformó el intercambio de publicaciones en una empresa cultural comercial y consolidó el proyecto en una librería universitaria.
Desde sus inicios, La Tertulia fue un espacio que se atrevió a adentrarse en áreas que no eran la normativa y que retaban lo establecido. Sus integrantes comenzaron reuniéndose en el edificio Darlington en la avenida Luis Muñoz Rivera. De ahí se mudaron a su primer local comercial en la calle Borinqueña, hasta que encontraron su hogar en la avenida Ponce de León.
Alfredo entró a la UPRRP en el 1970. Luego de completar casi dos años de un bachillerato en Estudios Generales, decidió abandonar la institución en el 1972, hacer un grado asociado en electrónica e irse a trabajar a una fábrica; quería saber qué era el “mundo real”.
El lector ávido, producto de Capetillo y de la escuela Ramón Vilá Mayo, trabajó ocho años como técnico en una compañía de fabricación de mini computadoras. Luego de eso, trabajó aproximadamente cinco años más como consultor independiente. En el 1993 compró La Tertulia, luego de que Benjamín Muñiz, su segundo dueño, lo contratara para diseñar un sistema operativo para la librería. El resto es historia.
Según Alfredo, la crisis de La Tertulia se remonta al decaimiento del casco urbano de Río Piedras, una situación, que como gota sobre piedra, ha causado un deterioro sostenido en el área riopedrense. El librero lo describe como una bola de nieve que inició con el surgimiento de los centros comerciales y de los suburbios y con la proliferación del carro.
“En Puerto Rico un lugar no existe si el carro no llega a él. Esa es una de las razones por las que lugares como La Tertulia venían luchando hace tiempo. Llegar a Río Piedras es problemático y cuesta. A eso súmale la sensación de inseguridad que permea; aunque yo no creo que Río Piedras sea más peligroso que cualquier otro lugar en Puerto Rico”, opinó.
Alfredo contó que cuando compró La Tertulia “había un vacío y una emergencia. Es bien parecido a este momento”. A cinco años de la caída del Muro de Berlín y del socialismo, reinaba la incertidumbre y el desamparo. La Tertulia se encontraba en crisis ya que los ideales que fungían como base para su existencia, se desmoronaron.
El librero reconstruyó el espacio a base de los paradigmas de la época: el posestructuralismo, el postmarxismo y la postmodernidad. Estos paradigmas traían temas, como el feminismo, lo queer, lo anti-dualista y el lenguaje como creador del pensamiento. Comenzó a ir de oyente a clases en la universidad y a presentaciones de libros. Tenía que reinsertarse en la conversación que fue la que en primer lugar dio vida al proyecto de La Tertulia.
Hasta aproximadamente el 2012, la librería gozó de estabilidad económica. A partir de ese año las cosas fueron en declive consistente. “La crisis hace que todos los sitios que están deteriorados se golpeen más duro”, puntualizó Alfredo.
Ahora, momento en que la Isla atraviesa su primer proceso de quiebra, momento en que la UPR enfrenta el recorte más grande en su historia y en el que la incertidumbre reina, Alfredo reconoció que se le hizo difícil, hasta imposible, insertarse en la conversación.
“Yo no he logrado identificar todavía hacia dónde van los tiros. No veo claramente las tendencias”, es por esto que el librero optó por cerrar La Tertulia.
Para él, este cierre es como una experiencia de muerte. “Llegar a esto me ha costado sufrimiento. El ego se marchita ya que significa que no pudiste, pero hay esperanza. Este barco naufragó pero el agua está ahí y hay más barcos. Hay que seguir tirando barquitos al mar”.
Alfredo también admitió que esos lugares de encuentro, que cada vez son más escasos, han dejado “una cuna de lectores huérfanos”. Personas en búsqueda de compartir sus experiencias de lectura y, de paso, de vida. “Las redes sociales son la plaza pública del presente. Son lugares de encuentro en los que se comparten las peleas, los desamores, los triunfos y las pérdidas”.
Diversos factores entran en juego a la hora de buscar posibles explicaciones para la clausura, y para el librero “un evento puede tener muchas lecturas”. Aún así, Alfredo puede apuntar a nuevas formas de entretenimiento como las series en plataformas digitales como posibles razones.
Para el librero eso está bien, “al fin y al cabo ¿de dónde sacamos la idea de que el libro tiene que ser el rey? Las series son mucho más fáciles de consumir que un libro. La lectura aunque placentera requiere esfuerzo”.
El paradigma actual requiere que las librerías se conviertan en un espacio común que trascienda el papel y la tinta, un espacio común como la plaza pública. Si la literatura potencia la imaginación, la librería potencia la conversación.
“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, dijo el librero citando a Karl Marx. Aun así, este no es el fin para Alfredo.
“Esto es solo un tropiezo, como una interrupción en un camino que más adelante retomaremos”, aseguró.