El 19 de noviembre tuvo lugar la premier de la sexta edición del Puerto Rico Queer FilmFest, el cual se extenderá hasta el miércoles 26 en una sala del Cine Metro, en Santurce, y luego tendrá una exhibición especial de cortometrajes internacionales el día 29, en el Museo de San Juan, abierta al público.
Diálogo conversó sobre este proyecto con Víctor González, director general del festival y egresado de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, y quien luego se graduó de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba, en Dirección de Cine.
¿Desde cuándo existe el festival?
Se fundó en el 2009, en el Fine Arts de Miramar viejo. Aunque era un esfuerzo que llevábamos varios años tratando de hacer, por fin en el 2009 se dio la coyuntura de poder trabajarlo y hemos seguido ininterrumpidamente hasta este año, nuestra sexta edición. Esto nos emociona mucho porque, como proyecto cultural, que se pueda mantener seis años teniendo esa envergadura y con la producción tan grande que implica, pues de alguna manera nos enorgullece como equipo de producción.
¿Cuándo germinó esa idea?
Puedo decir que llevaba casi diez años, antes de la primera edición, con la idea en mi mente; desde que empecé a estudiar Cine y decía: “Este cine tiene que llegar también. Tenemos que ver otro cine, un cine alternativo”, y en ese cine alternativo estaban las historias queer, que hablaban sobre las diferencias y creaban unos espacios de discusión que entiendo que en aquellos momentos eran bien necesarios. Eran unos temas catalogados como controversiales, pero no había los espacios para discutir esa películas. Decidimos armar este proyecto un grupo de colaboradores… De hecho, los primeros intentos fueron proyecciones esporádicas en diferentes espacios de Río Piedras, la librería Carnegie, etc. Eran proyecciones pequeñas: invitábamos personas, pasábamos películas y después hacíamos un pequeño foro de discusión. Se dieron unas actividades con mucho éxito.
Luego de eso, quisimos hacer una propuesta formal. Ahí viajamos a otros festivales y empezamos a tener idea de lo que estaba pasando en ellos. El festival que siempre nos ha apoyado y que ha sido nuestro mentor es el FrameLine, de San Francisco, que lleva 37 años ya (fundado en 1977). Es como que el padre de los festivales y nos sirve como una plataforma bien importante porque, por ser uno de los más importantes y viejos, es un embudo donde todas las películas llegan. Al asistir a ese festival, puedes enterarte de lo que está pasando en otros países con la producción de cine queer.
Desde 2009 hemos ido a otros festivales y, una vez tú haces una primera edición, todos saben que existes y la gente empieza a enviarte cosas, trabajos; empiezas a conocer y a conectarte con otros proyectos similares, y esa relación se empieza a nutrir de trabajo por sí misma, al punto que este año es cuando más trabajos hemos recibido. Nuestra convocatoria, aunque había tenido respuesta, nunca la había tenido como la de este año: hemos recibido casi el triple de trabajos que tradicionalmente recibíamos. Eso se lo podemos atribuir a que el festival ha llegado a un punto en que está teniendo un reconocimiento internacional, no solo por la cartelera que hemos exhibido —que la gente ve que es de calidad—sino también por nuestro trabajo de relaciones con otros festivales en Latinoamérica, los Estados Unidos, Europa.
¿Qué propósitos inmediatos y ulteriores cumple el festival?
El festival tiene dos grandes propósitos: el más importante es visibilizar y lograr una discusión de los temas LGBT y queer. El cine es una herramienta, excusa, arma y medio para fomentar esa discusión. En ese sentido, nuestro festival es un espacio de discusión vivo, de discusión continua. Una de esas visiones es crear ese espacio de discusión y visibilizar la diversidad en esas comunidades, que lo queer no son solo ese grupo de jóvenes gays varones en sus veintes, que van a las discotecas y tienen cuerpos esculturales. Nuestras películas comentan lo que es esa diversidad dentro de la comunidad.
¿O sea, que la selección de las películas no ocurre solo en función de la calidad de las películas, sino también de la diversidad que puedan mostrar?
Es cierto. Buscamos que haya un panorama lo más amplio posible de lo que son las comunidades. En ese sentido el tema tiene alguna influencia en la decisión final de qué películas traemos: qué retrata esta película que es distinto, qué discusión va a generar, qué va a decir de la comunidad, a quién revela, cómo fomenta la diversidad dentro de la misma comunidad… Porque no solo se trata de la discusión desde la comunidad gay hacia la comunidad heterosexual, sino también las discusiones que se dan dentro de la misma comunidad queer. [Sin embargo,] nuestra programación complace al público mostrando lo mejor… Nosotros buceamos los festivales grandes —Cannes, Berlin, Sundance…— buscando esos títulos queer que han tenido una discusión interesante o que han ganado premios. Nuestro público es bien diverso y aprecia el buen cine; se caracteriza por ser mixto, no solamente queer, y cuando te acercas a ellos te dicen que las películas les gustan porque son buenas películas, y no porque sean queer necesariamente.
¿Y cuál es el otro objetivo?
El otro objetivo principal es fomentar la producción de cine local a todos los niveles; crear una masa crítica de cinéfilos, de gente que va al cine y disfruta del cine, que va a los festivales buscando buena programación. Dentro de ese objetivo tenemos la sección Boriqueer, que se especializa en películas boricuas o realizadas por cineastas puertorriqueños. En nuestra primera edición tuvimos un solo trabajo. A partir de la segunda, tuvimos que hacer una sección exclusivamente Boriqueer, porque los trabajos han ido multiplicándose a grandes pasos. Esa producción se había mantenido dentro del cortometraje, tanto de documental como de ficción. Este año estamos bien contentos porque dentro de Boriqueer, además de los cortometrajes, tenemos un largometraje de ficción y un largometraje documental. El documental es Mala mala, que ha tenido una respuesta impresionante en los festivales más grandes. Estamos apoyando a Mala mala desde que era una idea, y les dijimos que el festival iba a estar allí en lo que pudiera ayudarles.
Este año, Mala mala es una de las piezas centrales. Los directores, Antonio Santini y Dan Sickles, son parte de nuestros invitados especiales y queremos darles el espacio y el reconocimiento que un proyecto como este se merece dentro de su país, porque esto es un proyecto que retrata la comunidad trans puertorriqueña y merece que se le dé ese protagonismo dentro de nuestro festival. Además, tenemos el largometraje de ficción del joven cineasta Benjamín Cardona, Más que el agua, que es su primero. Benjamín ha sido uno de esos cinéfilos que acude al festival constantemente, y entiendo que, de alguna forma, exponerse a esos trabajos locales dentro de esa plataforma Boriqueer lo ayudó a tomar ese impulso.
¿Cómo ves la encrucijada actual del cine puertorriqueño?
Está en un lugar donde necesita redefinir muchas cosas, no necesariamente en términos temáticos ni de contenido, sino de cómo hacer más proyectos dentro de la crisis económica del País. Tenemos que ajustar los proyectos a la disponibilidad de recursos que tenemos. En ese sentido, para que haya más cine puertorriqueño, necesitamos que haya películas más accesibles en términos de presupuesto.
Es por eso que formatos más sencillos y menos costosos, como los cortometrajes y los documentales, florecen, porque son más fáciles de hacer. Los largos de ficción se hacen más difíciles pues los presupuestos de la mayoría de ellos son altos, y ahora mismo, en el País, los inversionistas no están en la mejor situación para apoyarlos. Hay muchos proyectos en etapa de preproducción, pero pocos se están produciendo, o se producen y se quedan en edición, y creo que como cineastas tenemos que ajustar nuestros proyectos a la realidad puertorriqueña. Repito: no tiene que ver con contenido, cómo tú cuentas tu película ni de qué trata, sino de la estructura financiera. Yo creo que hay aquí muchísimos proyectos buenos que no han visto aún la luz del sol.
¿Cómo ha logrado el Queer FilmFest fomentar el cine local?
Primero, el festival te ofrece una plataforma de exhibición; te garantiza que tu proyecto se va a exhibir o, de alguna manera interna, “distribuir” (entre comillas), porque aunque no somos una casa distribuidora, cumplimos con una misión o un compromiso de tratar de exhibir los proyectos del Boriqueer que nos llegan en la mayoría de los circuitos que podamos. Ahí tenemos el componente educativo del que te había hablado, donde nosotros siempre tratamos de incluir una sección Boriqueer para mostrar estos proyectos. Eso de alguna forma estimula a los cineastas al tener una plataforma de exhibición, al ver proyectos similares, al establecer relaciones con estos directores, conocer cómo se hacen estas películas y cuál fue el proceso de producción. De alguna forma esa inmersión en lo que es el proceso de producción de trabajos locales ayuda y estimula a los cineastas. Y creo que es importante la plataforma de exhibición, porque uno de los problemas que teníamos antes de este boom de festivales que tenemos ahora era que tú hacías una película y te quedabas con ella. En los últimos cinco a diez años ha habido un boom de festivales; tenemos más festivales que meses del año, de todos los temas, y pienso que es bueno. No lo veo como competencia; es bueno porque hay diferentes plataformas de exhibición y podemos ver y vernos en diferentes espacios.
En cuanto a números, ¿logran recuperar?
Con el apoyo del público, el festival sí logra cumplir con sus compromisos económicos, pero necesitamos ser más creativos cada día a la hora de adquirir fondos y allegar auspiciadores, porque los compromisos económicos son muchos… Es difícil. Podríamos hacer más y el festival podría crecer en muchas áreas. A veces es difícil cumplir con todo lo que nos gustaría proponer por esa misma situación. [Nuestra preocupación no es] si al final se cubren todas las deudas, sino si el festival puede moverse adonde nosotros queremos, y nos gustaría hacer más de lo que estamos haciendo: nos gustaría exhibir en otros espacios, hacer más actividades durante el año, tener más películas, tal vez tener más de una sala… En ese sentido, aunque el festival al sol de hoy no le debe nada a nadie, podría hacer más si tuviéramos acceso a un presupuesto más cómodo.
¿Recibieron mucho apoyo de sus auspiciadores?
La Corporación de Cine este año es uno de nuestros auspiciadores. Fueron los primeros en montarse en el barco. Nosotros estamos muy agradecidos del apoyo. El Municipio de San Juan también es nuestro auspiciador. Nos está ayudando con una exhibición especial de cortometrajes internacionales que vamos a hacer el 29 de noviembre. Estamos muy contentos con eso porque es un nuevo amigo del festival. Siempre nos alegra cuando organizaciones de corte gubernamental apoyan proyectos como este, por su contenido y que tiene una misión de educar y visibilizar. También está el Museo de Arte Contemporáneo, que este año se une a la presentación de Mala mala; entre otros.
¿Cómo se diferencia esta edición de las anteriores?
Esta edición se diferencia por la presencia de trabajos latinos; tiene un sabor latinoamericano bastante interesante, y dentro del término ‘latinoamericano’ me gusta incluir a Puerto Rico, porque pienso que los puertorriqueños nos parecemos más a Latinoamérica que a los EE.UU. También tenemos presencia de México, Venezuela, Perú, Ecuador, Brasil… Y, nuevamente, nos seguimos distinguiendo este año por traer películas de temas queer bien particulares y de nichos; por ejemplo, Gerontophilia, sobre un joven que tiene un fetiche por los hombres envejecientes; 52 Tuesdays, sobre una mujer que se somete a la transición de volverse hombre, etc.