Desde que el mundo es mundo, y con esto quiero decir desde que los humanos lo empezaron a interpretar para sí, más allá de cualquier realidad física que haya podido tener antes, y más allá, desde que el mundo es “mundo”, nuestro, interpretable, hemos estado hallando (sin necesariamente andar buscando) sincronías entre los estados de ánimo (el propio, el colectivo) y los fenómenos de la naturaleza. Las religiones animistas le atribuían personalidad y motivación a cosas como la lluvia, o el temporal. Pero lo mismo, a otro nivel, hacemos todos.
Tal vez sea más fácil, y mejor, decir que anoche hubo una luna enorme, blanca, redonda y triste, y que no pude si no pensar en las mujeres (¡tantas!) asesinadas. Como me pasó hace algún tiempo con la lluvia y sus pantanos. Como imagino que le estará ocurriendo a muchas y muchos con el terremoto en Japón y con los terremotitos del patio.
No es un pensamiento mágico, propiamente, en el sentido de que una le atribuye alguna conexión física a estos eventos. Pero la conexión emocional, estética, linguística, está ahí, y con ella construimos significado, todos los días.
Tras muchos años viviendo las dos estaciones, seca y mojada, del trópico, hoy experimento el cambio de estación del país templado. Lo que implica días fríos, sí, y lluvia, y viento, pero también la oportunidad extraña de sentir que el corazón da un vuelco pequeñito al ver un narciso amarillo, o un pensamiento, florecer. Especialmente si ando caminando de la mano de mi hijo menor, y planta e hijo se funden en la temporalidad curiosa del cerebro humano, y por un instante siento algo que solamente puede ser descrito como felicidad.
En D.C., la prototípica flor de primavera es el cherry blossom japonés. Es hermosa. Pero no puede escapárseme la ironía de un florecer japonés acá, mientras allá en Japón la gente teme, desespera, muere.
Me pregunto si el asesino de Karen, y de sus dos hijitos, vio la luna anoche. Me pregunto si la vio Figueroa Sancha, quien ha desplegado una arrogancia espectacular, arrestando estudiantes y criticándolos en los medios, quien exhorta cada tanto a la ciudadanía a “cooperar”, quien dice, increíblemente, que esto de los asesinatos en subida en el contexto del narco mundo es una especie de buena señal, a quien no le preocupa la epidemia de crímenes de corte machista, y a quien se le escapa más, cada día, el/la que mató al pequeño Lorenzo. Me pregunto si es posible, para algunos, preservar la sensación de que uno se las sabe o se las puede todas, después de ver una luna como esa.
Tal vez hay que mirar el afuera para reconectar con el adentro, y viceversa. Tal vez, para amar y cambiar el país, tendríamos que detenernos a mirarlo.
Pero el caso es que anoche fue la luna. Redonda, hermosa y triste. Y por unas horas, sentí que el tiempo unía lo que la distancia separó.
*Lea el post original en el blog Parpadeando