A mí también las circunstancias me colocaron un viernes a las 7:00 de la noche en la Investidura del Volumen 85 de la Revista Jurídica de la Universidad de Puerto Rico; tengo el placer de pertenecer al equipo editorial de dicho Volumen. Frente a la palpable incomodidad y revuelo causado por el discurso de Eduardo Lalo, y la más reciente publicación a modo de comentario por un periodista/estudiante de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, me veo, frente al ímpetu de la aparente controversia, compelido a emitir algunas reflexiones sobre el tema.
Antes que nada, quisiera aclarar mi postura frente al discurso de Eduardo Lalo. A sabiendas de que su discurso no iba a ser otra docilidad más, una celebración donde no hay mucho que celebrar, y siendo esa, precisamente, una de las razones primordiales por la cual la junta Editora de la Revista lo invitó como orador, no esperaba que su discurso pasara desapercibido frente al público allí presente y el público en general que, hasta cierto punto, valida y reconoce la importancia de la Revista Jurídica de la Universidad de Puerto Rico como institución dentro de nuestro ordenamiento jurídico. De hecho, aprecio y agradezco toda discusión crítica que ha generado este discurso y espero que, dentro de unos meses, cuando nuestra atención colectiva haya girado a algún otro fenómeno emergente dentro de las redes sociales, no dejemos de cuestionarnos cómo se puede seguir impulsando un sistema legal que sea, hasta dónde nos lo permita la aparente incongruencia entre la teoría y la práctica, una sincera y apasionante lucha por la justicia.
Sucede que es de común apogeo brindar una perspectiva típicamente llamada ‘posmoderna’ a cualquier posicionamiento contemporáneo. Por evitar los espirales de una larga historia de debates académicos, me es suficiente enfocarme en unos planteamientos originales que hizo Jean-Francois Lyotard en su trabajo La condición posmoderna (1979). Lyotard nos planteaba que esta condición posmoderna consistía mayormente en el cuestionamiento, quizás problematización, de unas meta-narrativas que dirigen, desde la academia hasta la política, todo quehacer, fundamentándolo en una teleología implícita y solidificada pero nunca cuestionada.
Mi impresión al presenciar el discurso de Eduardo Lalo fue un nuevo llamado a enfrentar con ojo crítico aquellas cosas que damos por sentadas, no sólo dentro de nuestro ordenamiento jurídico, sino, como dice Lalo, con respecto a toda profesión.
Pienso que, como comparto con varios colegas y amistades, que su mensaje era necesario. Sin embargo, encuentro en él dos fallos significativos. Primero, y algo menor, me parece un problema de estilo asumir un tono tan autoritario y personal al dirigir sus críticas a la profesión en general, a la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico y al exgobernador Rafael Hernández Colón en particular. Mi impresión es que su mensaje y abogacía por una práctica fundamentada en la ética y los principios de justicia y equidad se vieron opacados por ataques mezquinos, ambiguos y algo trillados, sobre la profesión jurídica. Segundo, siento que, de una manera muy significativa, Eduardo Lalo le pide a los abogados y futuros abogados a que se bajen de su torre de marfil solo para poder subirse él sin verdaderamente problematizar muchos de sus planteamientos. Por ejemplo, yo desde mi ignorancia, puedo ver un problema muy claro en su distinción entre la escritura legal, la cual critica tajantemente, y la escritura literaria, de la cuál es partícipe y, sorprendentemente, enaltece. Lalo nos dice:
“En cambio, cuando se escribe no hay ni puestos ni escoltas. El texto debe sostenerse por sí mismo, con la fuerza, la solidez y la ética de su pensamiento. El único prestigio del escritor es el que construyen sus palabras. Para nada sirve qué y dónde estudió, de cuál familia proviene, qué puestos ocupó. Por ello, sostengo desde hace años, que la longitud de las notas biográficas es inversamente proporcional al mérito real de sus protagonistas”.
Esperaría que él, con su pasado de estudiante “Ivy” (si es verdad que Wikipedia no nos engaña), y su presente como escritor dentro del business literario, campo muchas veces colérico, celoso y fraguado de redes de soporte y autodestrucción, podría percatarse de la miopía de su argumento. ¿No es la literatura como práctica, y acaso más que todo otro tipo de arte, uno que, necesariamente, se sostiene sobre otros, sobre los escritos que han existido, y que luego devendrán? Peor aún, alejándonos de la teoría literaria y más cerca al punto que hacia Lalo, ¿no es esta profesión una plagada por prestigios tontos fundamentados en los orígenes académicos de los escritores (Columbia vs. Princeton) y, consiguientemente, “los puestos que ocupó” como profesional?
Me parece que de alguna manera Lalo ha resaltado el absolutismo inherente a ‘la ley’ solo para poder manifestar sus planteamientos como la nueva ley. ¿Acaso, también, se le olvidó a Lalo problematizar el concepto de colonia? He aquí donde he sufrido muchos desencuentros con mis camaradas más radicales. La anacrónica idea de colonia se debe reformular para manifestar las verdaderas garras de quién te coloniza. La colonia de Betances es distinta a la de Matos Paoli y es distinta a la nuestra. Cierto es que la vacuidad del Estado Libre Asociado es uno de nuestros problemas más perceptibles. Aun así, dentro de este ordenamiento jurídico hay un sinnúmero de sutilezas que muchas veces pasan desapercibidas por las meta-narrativas que, como cómicamente señala Lalo, “[e]n el habla cotidiana de la ley y la política puertorriqueñas se repiten como estribillos de jingles conceptos como Estado Libre Asociado, soberanía (compartida o no), cambio de soberanía, democracia, plebiscito, referéndum, derechos civiles, etc.”. Me refiero, por ejemplo, a esas sutilezas no tan sutiles de enaltecer a las personas jurídicas sobre las naturales (Citizens United), de robarle a los pobres para darle a los ricos (Ley Núm. 22-2012), de ignorar soluciones por fobias producto de intereses privados (Ibogaína vs. Metadona). Pienso que estos problemas desbordan la concepción simplista y anacrónica que hoy manejamos de la colonia. Lalo también nos señala que “[l]a situación colonial de Puerto Rico rara vez permite la claridad de pensamiento en los políticos profesionales que en este caso también son abogados profesionales”. Si bien sabemos todos que hay un serio problema con la eficacia, intereses que representan y la pasión que impulsa a muchos de los políticos, y abogados-políticos (una distinción que me parece infructuosa), no se puede olvidar ni menospreciar estas situaciones de intersticios, de hegemonía enfrentada a la multiplicidad de ‘los hilos de voz’ que nos menciona Lalo, ya que de ahí es que suelen surgir los destellos que alumbran los nuevos senderos a seguir.
Yo le menciono a nuestros compañeros estudiantes de Cataluña, y a otros que decidieron estudiar el Derecho en Estados Unidos, que la conjunción particular que emerge en el ordenamiento jurídico de Puerto Rico, precisamente por su larga historia colonial, es de sumo valor. No estoy enalteciendo la práctica del colonialismo, simplemente resalto, al igual que una larga gama de académicos (Stuart M. Hall, Homi J. Bhabha, Gayatri C. Spivak, Donna Haraway, Walter D. Mignolo, Aníbal Quijano), que de estas posiciones de encrucijadas se puede potenciar aún más el poder de sobrepasarlas. Meramente hace falta la intrepidez para dedicarse a la tarea y la humildad para re-posicionarse desenfrenadamente frente a las complejidades de la situación.
Por último, quisiera mencionar el artículo corto publicado el 12 de octubre por el periodista Emmanuel A. Estrada López en Diálogo. Por todo lo anteriormente dicho, me ha desilusionado la falta de ojo crítico del autor. Los únicos puntos que ha traído a colación que no son meras repeticiones de lo dicho por Lalo me parecen, nuevamente, mezquinos y mal investigados. Primero, cierto es que la clase que entró en agosto es compuesta por 55% mujeres y 45% hombres. Sin embargo, nada tiene que ver esas proporciones con la Junta Editora de la Revista. La Junta Editora normalmente se compone de los estudiantes con mayor experiencia (3er año, no de 1er año) y funcionan a base de postulaciones. Podría haber argumentado que entre los editores asociados de primer año que fueron aceptados no existe una proporción paralela a la clase en general. Sugiero una respuesta simplista: la pertenencia a la Revista es en función de solicitudes, a lo mejor no solicitaron tantas féminas como hombres (otra vertiente de discusión), aunque mi impresión es que la proporción de editoras y editores de primer año es bastante similar a la clase en general. Me parece que antes de hacer un planteamiento de tanta importancia para nuestra sociedad de hoy día debería hacer la investigación apropiada. Al fin y al cabo, ‘la ley’ frente a la pertenencia en la Revista es una basada en méritos y pienso que muchas compañeras no quisieran que ningún otro factor, incluyendo género, formen parte de la ecuación.
El segundo planteamiento original que hace el compañero es sobre la decana y su supuesta apología al exgobernador Hernández Colón. Pienso que, siendo él un político (y reconocido jurista) que dedicó su vida, dándole el beneficio de la duda, a defender íntegramente sus ideales, y habiendo sido atacado personalmente frente a un público sin poder defenderse frente a dichos ataques, me parece justo que la más alta representante de la Escuela de Derecho (miembro del género femenino) pase a disculparse por el mal rato. Quisiera aclarar que hay males, hay malos y hay peores. No pienso que uno se debiera disculpar si atacan personalmente a Adolf Hitler o Joseph Stalin estando ellos presentes, pero me pregunto si Estrada le otorgaría la misma intransigencia a algún político que sea de su agrado. Acuérdese compañero, y esto hace referencia a mi crítica sobre la poca problematización e ingenuidad de Lalo, la verdad es la verdad para los que la dicen, la verdad de los que la escuchan siempre, en esencia, será distinta; debemos matizar nuestras perspectivas, especialmente en el ámbito político, sino terminaremos “por la razón o la fuerza”.
El tercer punto que deseo tratar: los quehaceres de la Revista Jurídica en su presencia dentro de las redes sociales. Yo también me percaté de la ausencia de fotos de Lalo. Como periodista, esperaría algún tipo de investigación al respecto antes de insinuar una u otra posible alternativa. Al igual que usted aboga por más abogados defensores de lo justo, yo pido por más periodistas defensores de la imparcialidad.
Para concluir, me gustaría reiterar que me pareció muy buen discurso, aunque algo abrasivo y con ciertas tangentes innecesarias. Sin embargo, pienso que es un mensaje muy necesario. Nuestro sistema legal y político padece de muchas problemáticas sistémicas y superficiales. Debemos todos intentar de participar de un proceso transformativo que nos acerque más a una justicia real sin menoscabar la multiplicidad de ‘hilos de voz’ que componen nuestra sociedad. Me parece que la discusión que ha engendrado, y seguirá impulsando este discurso, no sólo nos exalta como ciudadanos partícipes de los cambios que creemos evidentes y necesarios, sino que valida el compromiso de la Revista Jurídica con el bienestar social en general, más allá de las desigualdades que plagan la sociedad y los sistemas de educación. Estemos conscientes de quienes fueron, y quienes son hoy, el público de estos debates, y recuerden todos aquellos que han quedado fuera de esta discusión e intentemos hacer valer todos esos ‘hilos de voz’.
El discurso de Eduardo Lalo se puede encontrar aquí:
http://www.80grados.net/la-herencia-de-tersites/
El artículo de Emanuel A. Estrada López (incluyendo el párrafo introductorio de Eduardo Lalo en la actividad) se puede encontrar aquí:
https://dialogo-test.upr.edu/opinion-y-debate/eduardo-lalo-y-los-paradigmas/
El autor es estudiante de primer año de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico.