Entre 1819 y 20 el escritor estadounidense Washington Irving de fama entre los hispanófonos por su obra Leyendas de la Alhambra (1832), publicó La leyenda de Sleepy Hollow. En esta colección de cuentos se encuentra la historia Rip van Winkle. El bueno de Rip, descendiente de de colonizadores holandeses asentados en las riberas del Hudson, ciudadano solidario con sus amigos pero muy vago, se emborracha un buen día en lo alto de las montañas Catskill, se acuesta a descansar y duerme por más de 20 años. Despierta envejecido, baja al pueblo y descubre que ha pasado la guerra revolucionaria y existe un nuevo estado que no entiende, sobre cuya fundación no tuvo nada que decir pero del cual ahora es ciudadano y debe respetar sus leyes y mores. La vida se le fue de las manos. (Recordemos también la leyenda, en este caso cristiana, de los siete durmientes de Éfeso que por no aceptar el paganismo romano se escondieron en una cueva donde durmieron por más de un siglo y de quienes decía Voltaire con su usual ironía, que hubiese sido mejor que despertaran antes de que el cristianismo se impusiera en el Imperio Romano.) En estos días, pensando en la situación del país, la UPR y cómo voy a presentar mi seminario de periodismo en agosto, recordé este cuento conocido desde mi niñez y se me ocurrió que quizá la mejor forma sería narrando la historia de Rip van Winkle y pidiéndole a los futuros periodistas que me digan que lecciones les ofrece el cuento. La sátira siempre ha sido un buen recurso para despertar de letargos y tratar de descubrir la realidad. Quizá nos pueda servir a algunos profesores también para reflexionar sobre nuestra aparente larga modorra winkeliana universitaria.
Peter Brooks en una reseña de cuatro libros recientes sobre la situación de las universidades y la educación superior (The New York Review of Books, 24 de marzo de 2011) afirma que la retórica de la crisis ya parece ser endémica a los escritos sobre la universidad estadounidense. Crisis que parece centrada en posturas neoliberales y sus críticas a la misión y definición tradicional de la universidad y su entendimiento de que ha sido predominantemente un centro de las izquierdas intelectuales y las élites de las artes. Señala por su parte Brooks que si hay crisis seguramente está vinculada a la crisis mayor por la que pasa la sociedad estadounidense misma: el abismo cada vez mayor entre los ricos y pobres, la negación a comprometerse con la equidad económica, el sentir que el sistema está estructurado para beneficiar a unas élites faltas de lustre, manchadas, cuya existencia no se puede justificar. Alude asímismo a la política de ir sustituyendo a la plantilla de profesores con contratos permanentes, considerados inamovibles y muy costosos por los temporeros y a tiempo parcial. La administración académica por intelectuales se sustituye por un manejo empresarial por burócratas. Son como los que en PR insisten en eliminar las Ciencias Sociales y las Humanidades porque cursos como los de Estudios Hispánicos ni son necesarios hoy en la economía del conocimiento ni son mercadeables. ¿Es que la educación superior ha de ser “una industria más”?
Las preocupaciones presentadas por los críticos a estas posturas neoliberales no son por demás puramente retóricas. Bien sabemos, como nuestros colegas en Europa y los EEUU, que se trata de cambios muy profundos, que hace mucho tiempo vienen gestándose, que no son producto del plan conspirativo de uno u otro partido político y que se reflejan en hechos muy concretos. En un reciente viaje a Nueva York me enteré por un editorial del New York Times, que todavía sí es “un gran periódico”, y publica como noticia la violación de derechos humanos de profesores universitarios, que la última técnica utilizada por los conservadores para silenciar a los académicos que consideran liberales es demandar copias de sus correos electrónicos universitarios y otros documentos. Se refería al caso del Profesor Willaim Cronon, historiador de la Universidad de Wisconsin y Presidente de la Asociación de Historiadores de los EEUU. Sí, la misma Wisconsin de las grandes manifestaciones de ciudadanos y trabajadores en contra de las nuevas leyes antiobreras. Según el diario no es el primer caso. Ya un Fiscal General del Partido Republicano en el estado de Virginia trató de utilizar la misma táctica contra un científico estudioso del cambio climático. Ahora el mismo partido en Wisconsin lo hacía contra el profesor Cronon por atrevese a criticar la nueva política laboral del estado.
El asunto es complejo, parte del proceso acelerado en tiempo histórico, que viene desde los años de la Tatcher y el Presidente Reagan, políticas neoliberales donde el mercado tiene primacía absoluta. Como ha dicho Santiago Carillo en un interesante artículo titulado ¿Quién le pone el cascabel al gato? (El País, 4 de junio de 2011) “Los mercados han sustituido a aquella burguesía pactista desarrollándose como una excrecensia cancerosa, que ha impuesto su dictadura sobre Gobiernos y política. El poder financiero se ha convertido en una especie de dios todopoderoso, ante cuya autoridad han sucumbido gobernantes y partidos pollíticos históricos que en otros tiempos parecían una garantía democrática. Un dios porque no se le ve, pero se le siente y está en todas partes”. Ya nuestros más altos líderes confunden la democracia con el proceso electoral (El Vocero, Pedro Pierluisi, Puerto Rico: ejemplo de democracia, 4 de marzo, 2011) y Alejandro García Padilla, candidato a la gobernación habla de: “alinear los curriculos a la realidad del mercado laboral”. Mientras que en la legislatura tenemos analfabetos y gentes que nunca han pisado un campus universitario tratando de producir una nueva Ley Universitaria, el candidato del PPD quiere alinear la enseñanza universitaria al mercado laboral. Me pregunto qué será lo que quiere decir. No creo que el mercado laboral nacional necesite muchos biólogos, físicos, sociólogos ni mucho menos humanistas. A esta es la gente que hoy día hay que combatir pues se les ocurren a menudo ideas muy extrañas como por ejemplo, que un sistema democrático es mucho más que un proceso electoral cada cuatro años, que la evolución tiene algo que ver con lo que somos, que el clima cambia, que la gestión humana tiene algo que ver con ello, que lo del gasoducto no es muy buena idea, que conocer la historia es bueno para conocer el mundo en el cual vivimos y que las artes son necesarias para el buen vivir. Uno de los pecados de William Cronon fue publicar un blog que tituló “Scholar as Citizen” criticando legislación y nombramientos políticos. ¡Qué grave vicio, pensar que un intelectual pueda opinar como ciudadano! Paul Krugman una columna en el New York Times titulada “American Thought Police” escribe sobre este ataque a la liberdad académica. Le preocupa, como creo que nos debe preocupar a todos, el caso Cronon en sí mismo, (recuerdo mi carpeta criminalizando el feminismo y las luchas universitarias), pero también se cuestiona qué será del caso de un profesor o ciudadano corriente y moliente, que no sea tan publicado y famoso como Cronon, pero que pueda y probablemente sea, dado el ambiente político tan conservador, sujeto a las mismas violaciones de sus derechos académicos y humanos.
Ha habido otros casos. Nuestra propia prensa publicó una columna del colega José Curet titulada “Interdicto”. (El Nuevo Día, 31 dde mayo de 2011) Resume el caso de Boston College, universidad jesuita, que ha sido citada por el Reino Unido para que entregue los archivos de un proyecto de historia oral, realizado por académicos que grabaron testimonios de antiguos miembros del Ejército Revolucionario Irlandés. Grabaciones hechas bajo promesa de no revelarlas hasta después de la muerte de los entrevistados. Señala Curet: “Si bien las grabaciones, como los apuntes del periodista, se guardan para ser citadas luego, exactamente qué se revela y qué se omite forma parte del juicio único e irrenunciable del investigador. Ceder ese criterio ante la presión de las autoridades sería ceder la libertad. . . “. Vale también recordar el misterioso caso de Antonio Calvo, profesor de la Universidad de Princeton, despedido fulminantemente sin que se le dijera por qué y que luego se suicidó. Quizá la Universidad tenía buenas razones, quizá no. El caso ocurrió en abril y a pesar de las protestas de muchos colegas y profesores aún no se sabe. El proceso de despido ciertamente no fue muy democrático que digamos.
En la Universidad vivimos una situación de desgaste de la comunidad académica. Se debe a muchos factores entre los cuales vale señalar la propia práctica contractual ya mencionada, el miedo que genera entre jóvenes y viejos la situación económica de larga duración ya y su efecto sobre la contratación académica, la existencia de profesores tipo “voy y vengo y no me detengo”. Ya no son muchos los profesores que cumplen rigurosamente sus horas de oficina, que sacan de su tiempo para conversar con sus estudiantes sobre mil cosas y la vida misma, que tertulian con sus colegas. Dan sus clases y se van inmediatamente, amén de que ya no existen salas de profesores en las facultades ni un Centro de la Facultad como teníamos en épocas que ya nos parecen tan remotas. El síndrome se da entre los estudiantes también, muchos estudian cuatro y cinco cursos y luego se van a trabajar 4, 6, 8 horas mal asalariadas. Se definen a si mismos como estudiantes drive through. Los cortes presupuestarios y los currículos con “valor de mercado” por la información recibida (me niego a llamarle conocimiento) minan la verdadera universidad, impiden la formación de una verdadera comunidad universitaria, la trasmisión del saber y la producción de nuevos conocimientos.
No se trata de una vuelta a Bologna ni de nostalgias por tiempos pasados de nuestra UPR. Se trata de despertar como académicos del letargo en que parece que estamos. Se trata de exigir partícipación en la construcción de los cambios que nuestra universidad necesita. De exigir participación democrática como ciudadanos intelectuales. Para eso necesitamos hacer análisis del mundo dentro del cual vivimos. De cuáles son los cambios, cuáles la continuidades y cuáles las rupturas necesarias. David Harvey en su extraordinario libro A Brief History of Neoliberalism insiste en la urgencia de crear nuevos estilos democráticos que puedan hacer frente a los designios y prácticas neoliberales que han dejado al mundo en el atolladero presente. Afirma Harvey: “To bring back the demands for democratic governance and economic, political, and cultural equality and justice is not to suggest a return to some golden age. The meanings in each instance have to be reinvented to deal with contemporary conditions and potentialities. Democracy in ancient Athens has little to do with the meanings we must invest that term with today. . . “ y habla de la diversidad del mundo contemporáneo. Nada ha hecho la administración universitaria actual por remediar ese pequeñito problema de gobernanza democrática que señaló el Informe de la Middle States. Ni hablar de la debacle del país fuera de los portones universitarios. Los políticos, los de antes y los de ahora, nos hablan todo el tiempo de la relación que debe haber entre la Universidad y la sociedad a la cual debe servir. Probablemente ese servicio lo vemos de forma muy diferente. No se trata de que los universitarios hagamos lo que el gobierno de turno entienda. Se trata de que los intelectuales despertemos del sueño y asumámos la responsabilidad ciudadana como intelectuales, como académicos y que desarrollemos el pensamiento capaz de transformar nuestro centro de vida y trabajo, la Universidad y de movilizar al pueblo para que asuma el papel crítico y constructivo que le corresponde también como ciudadanos responsables y obligue a los gobernantes a escucharles y hacerles caso. La alternativa es actuar como intelectuales responsables o seguir siendo Rip van Winkles universitarios. Es más fácil la pereza del dormilón, ser activo, creativo requiere mucho esfuerzo, conocimiento, trabajo analítico y crítico, pero es la única forma de salir del atolladero profundo en el cual nos encontramos y del silencio necio al cual nos quisieran destinar amedrentándonos.
*La autora es profesora de la Escuela de Comunicación.