Los nombres son Radamés y Armenia. Los animales: gatos, perros, conejos. La ciudad es Santo Domingo, año 1992. La protagonista y narradora de la novela tiene 14 años, una afición por Jim Morrison y un nombre propio que no revela. No obstante, llama por su nombre al gato en la clínica veterinaria de su tío, pero el gato no responde. También lo llama Núcleo, Amadeus, Katrina, Rómulo, Renata, Lucía, entre otros. Apunta los nombres para el animal en una libretita.
Armenia muere. A Radamés lo deportan. Estos quizá son los dos eventos más significativos en la novela Nombres y animales (2014) de Rita Indiana Hernández, que yo (el muy maldito) revelo en esta breve reseña y así le arruino la lectura al público lector. Ni tanto, Pues en la novela hay otros nombres de personajes: el Tío Fin, la Tía Celia, Vita, Cutty, Uriel. Éstos, de hecho, suponen ser más importantes para la trama. (Nombres y animales, según se desprende de la contraportada del libro, es sobre el descubrimiento del sexo, con el “culebrón latinoamericano” de fondo).
Radamés y Armenia son personajes secundarios —el haitiano que trabaja en la clínica y la mujer negra dominicana que trabaja en casa de los tíos. Propiedad total de estos dos personajes: un llavero de elefante y unas botas (Radamés), un par de blusas y un poster de Danny Rivera (Armenia). Danny Rivera tiene los dientes blanquísimos, su foto está pegada en la pared del cuartucho donde muere la señora que limpia la casa donde se hospeda la protagonista el verano en que sus padres partieron para Sevilla en ocasión del quinto centenario del “descubrimiento”. El elefante se lo queda la protagonista luego de que Radamés se lo obsequiara con ternura y amor. Acto seguido, lo pillan las autoridades, lo golpean y se lo llevan.
En la novela no se descubre el sexo, más bien se develan aspectos críticos, bárbaros, de las dinámicas raciales y de clase en Santo Domingo, en la cotidianidad de una familia blanca, acomodada. En ese sentido, es una novela sobre la incomodidad y la ambivalencia que experimenta la protagonista en su relación con uno de los cientos de haitianos que emplean sus tíos, quien hace las veces de compañero de trabajo, pana de jangueo, consejero espiritual y “nene de mandao”.
Lo que descubre la protagonista en la novela de Rita Indiana es el dolor inexplicable que la azota ante la desaparición de Radamés y ante la repentina muerte de una señora, cuya vida vale menos que los cien pesos semanales que devengaba por su trabajo y que la tía ahora ofrece a la sobrina para que se entretenga, pues no tiene a quién más dárselos. Esos cien pesos, a su vez, valen menos que el afiche de Danny en la pared del cuartucho, que no vale nada, mas para Armenia, era todo lo bueno en esa casa. No porque el Tío Fin y la Tía Celia sean malos, sino porque son blancos.
Todo lo brutalmente bueno de la novela de Rita está contenido en estas estampas donde el llamado culebrón latinoamericano es el racismo en Latinoamérica y el Caribe. Sin embargo, la contraportada promete al lector “historias rocambolescas”. Esto porque el racismo en Latinoamérica no tiene nombre y eso lo hace difícil de creer. O porque la historia del racismo en países como la República Dominicana y Puerto Rico está repleta de personajes secundarios. Sus nombres son Radamés y Armenia. Armenia muere. A Radamés lo deportan. Una y otra vez. A casi nadie le interesan estas historias. A menos que haya sexo o algún otro descubrimiento. Por acá otros nombres para gatos: Astroboy, Bali, Popeye, Maelo.