En el cine, un concepto no garantiza buenos resultados. Este es el caso de Storks, ahora en cines. La película animada coge un concepto insólito y divertido y lo estira por 90 dolorosos minutos. El filme aspira a educar a nuestros niños sobre el concepto de familia, pero termina siendo un ejercicio frívolo que pocos niños y padres disfrutarán. Storks es una producción alicaída.
La producción nos presenta la carrera de las cigüeñas 18 años después que estas terminan su labor como creadoras y mensajeras de bebés. Las cigüeñas trabajan en una compañía, similar a FedEx, dedicada al transporte de paquetes. Un cigüeño a punto de ser ascendido (Andy Samberg) como jefe de la compañía y una joven huérfana (Katie Crown) empleada en la compañía, accidentalmente crean una bebé y luego se ven obligadas a transportarla antes que la cigüeña pierda la oportunidad de ser ascendida. Estos enfrentan una serie de obstáculos -algo esperado en una película de niños- antes de llegar a su destino.
Los personajes principales son Junior, cigüeño ambicioso, y Tulip, la huérfana. Junior no es un personaje simpático. A este solo lo mueve el deseo de ser el jefe de su compañía, y no sabe ni por qué quiere serlo. Tulip, por otro lado, tiene una historia más interesante. Es huérfana por cuenta de una cigüeña, quien se encariñó con ella y no la entregó a su familia. No tiene una familia y entre la multitud de cigüeñas, no se siente en casa. Aun así, encontré el personaje bastante irritante por la actriz que le da la voz.
Crown es veterana de series animadas pero su voz es demasiado “energética”. En muchos momentos gritaba sin razón. Aparte de ella, ninguno de los actores de voz, incluyendo a Samberg, es memorable en su papel. La única voz que se puede recordar es la de Kelsey Grammer, quien interpreta al amedrentador Hunter, el jefe actual de la compañía. Grammer es mejor conocido por sus roles en sitcoms como Frasier (1993-2004), pero aquí su voz es intimidante y perfecta para el personaje.
El concepto en sí no es un problema, sino que todo lo que le sigue es una narrativa clichosa y esperada. La presentación del mundo de las aves es entretenida, pero la odisea en la que los protagonistas pierden la bebé varias veces se vuelve algo repetitivo. Al parecer, los cineastas observaron que el concepto no sería suficiente y saturan el largometraje con escenas y subplots que no conducen a nada. El subplot del Pigeon Toady, en particular, es insoportable. El único subplot que realmente logra su propósito y logra obtener carcajadas del público es el subplot de los lobos.
La animación del filme tampoco impresiona. Parece una película animada de 2016 sin nada que la distinga. La escena con la máquina de crear bebés es una de las dos mejores escenas en toda la película. No explican las logísticas de la máquina, pero es un placer ver cómo esta gran máquina funciona y pierde el control.
El otro momento memorable de toda la producción dura menos de tres segundos. Muchas familias celebran con sus neonatos, y entre ellas, se encuentran parejas del mismo sexo. Es una decisión intrépida, pero la escena es tan corta, que si se estornuda, se pierde.
No soy padre y no lo quiero ser pronto. La idea de aguantar películas como Storks regularmente me drenan el poco instinto paternal de mi cuerpo. De tener un hijo que me pidiera ir a ver Storks en algún futuro, le recomendaría que viéramos Zootopia o The Little Prince y hasta The Angry Birds Movie, filmes animados de este año más entretenidos que Storks.