//Santa María, no te dejes engañar.
El aborto es un derecho,
el aborto es legal.//
Sonaron plenas.
Habían pasado más de setenta minutos desde que cuerpos comenzaran a llegar a la estación Sagrado Corazón, en Santurce, para formar parte del Fogueo Feminista-Por el derecho a decidir, convocado por la Colectiva Feminista Mujeres en Construcción, para conmemorar la sentencia de Roe v. Wae, caso judicial que reconoció el derecho al aborto en Estados Unidos y sus jurisdicciones -como Puerto Rico- en 1973.
Entonces, un bailarín sostuvo una bandera cuyo rectángulo violeta llevó el símbolo femenino: un círculo seguido por una raya que se hace cruz.
Al otro día sería domingo, pero la figura trazada en tela no respondió a ningún rito cristiano. Más bien, tuvo que ver con un esfuerzo por visibilizar lo que en múltiples escenarios del mundo –Washington, D.C., Kenya, Nueva York, París, Chicago, Brasilia, Los Ángeles, London, Canadá, Buenos Aires, San Francisco, Madrid, Florencia, Honolulu, Praga, Connecticut, Tel Aviv, Las Vegas, Barcelona, Roma, Berlín, Bogotá, Guam, Ciudad de México, la lista continúa- se reclamó el sábado, 21 de enero de 2017: el machismo institucionalizado existe, afecta, duele. Y basta ya.
Más de medio millón de mujeres – así como niñas, niños y hombres- inundaron el Distrito de Columbia para exigir respeto, validación de derechos para el género femenino. Allí, en el mismo suelo en donde Donald Trump juramentó como presidente de Estados Unidos -y tal vez con él toda su misoginia- abogaron por justicia para la mujer, en una sociedad cuyos trazos patriarcales toman muchas de las decisiones que debieran poder tomarse sin riesgos, juicios o viacrucis económicos.
Acá, del otro lado del mar, justo frente a una de las salidas de la estación, se anunció la gesta multitudinaria de D.C. y se festejó como si ocurriera en casa.
//Tanta vanidad, tanta hipocresía, con el cuerpo de las mujeres si eso es una decisión mía.//
El fin de semana pasado también se celebraron en Puerto Rico las Fiestas de la Calle San Sebastián. Un reporte oficial luego confirmará que participaron miles. En Santurce fueron menos. La asistencia de la manifestación feminista no alcanzó el centenar de rostros. Ochenta y tantos que se escucharon como más –quizá porque debieron serlo- pero que fueron eso: casi cien.
//Saquen sus rosarios de nuestros ovarios. Saquen sus rosarios de nuestros ovarios.//
Retumbó el aire.
Universitarias tocaron panderos con la misma fuerza con la que los casi ochenta cuerpos presentes elevaron sus voces para que quienes salían de la estación del tren urbano les escucharan. Para que les atendieran, o quizá sobre todo para que les entendieran.
Algunos de los transeúntes se detuvieron pocos minutos. Observaron, aplaudieron algo, continuaron. Ahí estaban los panderos, las seis banderas violetas trazando el aire, los rótulos sostenidos con fuerza, pero muchos siguieron con la mirada aislada, como si no escucharan o como si no les interesara escuchar. Hay formas de la opresión que son justamente eso, un oído indiferente.
//Cortaron a Elena, cortaron a Elena. Cortaron Elena cuando el aborto era ilegal.//
Casi al filo de las cuatro de la tarde, las voces se intensificaron. El círculo de manifestantes se cerró, y justo en el ojo del cerco, un niño de algunos nueve años, cano, cabello rubio, silbó. Inundó sus cachetes de aire, y soltó un sonido agudo que pareció perderse entre consignas, pero a la vez no.
Casi 100 cuerpos mirándose. Quizás porque sienten que pocos les escuchan. Quizá porque luchan para que más les escuchen. Quizá porque cuando las mujeres quieren más opciones, viene el gobierno y él impone sus condiciones.
//Cuando las mujeres quieren más opciones, viene el gobierno y él impone sus condiciones.//
Quizá porque, aunque sonaron pleneros, el machismo institucionalizado impide que millones se sientan plenas.