Dicen que Sylvia del Villard fue uno de esos ríos de azúcar y melaza que bañaron el folklore afroantillano del que tanto escribió el maestro Luis Palés Matos. Hija de la Majestad Negra que hechizó al poeta, Sylvia combinó el arte con la negrura y trascendió los límites de una cultura oficialista e impuesta por el poder colonial. Por eso, desde la encendida calle antillana, la memoria de los que el África llevan dentro la mantienen viva. Y la viven. Porque ella es la danza. Ella es el tambor. Ella es la poesía del cuero, que en el siglo veintiuno todavía suena, todavía se declama, todavía hechiza.