Los tiempos han cambiado. La tecnología ha cobrado un protagonismo central en nuestras vidas. Conviven en un mismo entorno individuos esclavos del progreso técnico y otros que rechazan estos adelantos ¿Existe un límite o autocontrol adecuado con relación a estos modernos avances?
A lo largo de la historia, la humanidad ha ido desarrollando su capacidad tecnológica de manera abismal. Esto es el conjunto de conocimientos técnicos, ordenados científicamente, que permiten diseñar y crear bienes o servicios que facilitan la adaptación al medio y satisfacen las necesidades de las personas. A través de diversos avances y descubrimientos técnicos, que fueron de la mano con la aceptación, la adaptación y la necesidad humana, la tecnología ha llegado a estar inmersa en nuestra vida cotidiana. Dentro de esta coyuntura, surgen nuevas polémicas nunca antes vistas, como es el caso de la dicotomía “Tecnofobia-Tecnofilia”.
Se entiende por tecnofobia el rechazo hacia las tecnologías. Por lo general, las fobias suelen estar asociadas a un miedo irracional que puede ser curado. En este caso, sólo se trata de un repudio que generalmente está justificado y no necesita de ningún tratamiento. Por diversas razones, ciertas personas se manifiestan en contra de las “tecnologías de punta” (es decir, recientemente lanzadas al mercado y de avanzada en relación a las ya existentes), porque sostienen que son perjudiciales tanto física como mentalmente.
Tecnofilia es, como la palabra lo indica, afición a la tecnología. En general se emplea esta categoría para referirse a una relación adictiva entre personas y dispositivos tecnológicos y, por lo general, se hace referencia a piezas de última generación. Los tecnófilos buscan constantemente adquirir lo último en tecnología, a pesar de sus elevados precios al momento de su lanzamiento. Blackberrys, I-Pads, Netbooks y demás artefactos, en general vinculados a la comunicación y la informática, son sus productos más codiciados.
A partir de la división anteriormente planteada, podemos analizar el contexto que vivimos hoy en día en relación con la tecnología. En la actualidad, existe la posibilidad de enviar un mensaje de un extremo al otro del planeta en un instante, algo inimaginable hace siglos. Incluso algunas facilidades impensadas apenas 5 años atrás, como navegar por Internet de manera fluida en un tren o colectivo, ahora son viables. Diversos soportes tecnológicos permiten agilizar procesos comunicacionales, como también acortar y acelerar los tiempos. Enviamos y recibimos mensajes e información de manera incesante.
Distintos usos surgen en relación con la necesidad de cada individuo: desde un joven que no se despega de su I-phone ni para dormir la siesta, con Twitter y Facebook adosados a su frente, hasta un oficinista que utiliza su I-pad para consultar las noticias en diversos diarios de manera más práctica que con sus versiones en papel.
Tanto la obsesiva apropiación de la tecnología como su rechazo de manera terminante son dos tendencias extremas que deben ser evitadas. La tecnología de por sí no tiene moral, ni ética ni decencia. Son los seres humanos quienes le atribuyen tales valores. Albert Einstein, al formular su brillante “Teoría de la Relatividad”, jamás pensó que se utilizaría posteriormente para diseñar la la bomba atómica.
En definitiva, la relación del hombre con la tecnología debe ser equilibrada y es su responsabilidad evitar caer en el abuso de las capacidades que ella brinda. No permitir que nuevas formas de entretenimiento y mensajería instantánea construyan una esfera ajena a la realidad. Aprovechar sus ventajas prácticas, y restarle importancia a otras cuestiones como la moda o el status. Controlar a la tecnología antes de que ésta controle a la ciudadanía. La referencia aquí es a un control autónomo, que dependa de uno mismo. Porque también existe la instancia del control político, vigía, regulador, pero ese ya es otro cantar.
Fuente Revista Alrededores