Las paredes retumbaban por el sonido de las bocinas al otro lado de ellas. Santurce se redujo a un murmullo distante y todo lo distinguible provenía de los muros. Con el humo como escolta, la puerta del estudio El Sitio se abrió. El sonido provenía de aquí, demasiado alto para hablar cómodamente, pero lo suficientemente bajo para analizarlo y pensarlo.
Las baldosas simulan madera. Al lado derecho, una computadora conectada a la consola, autora de la música. También reposaba un teclado y una silla por el momento vacía. Al lado izquierdo, dos sillas separadas por una mesa pequeña con un altar compuesto de fotos familiares y un cenicero.
Sentado en la silla más lejana a la puerta estaba Tego Calderón, vestido de rojo con tenis negras. Su cabeza llena de dreadlocks y su mente, de ritmos, pues tocaba una tumbadora al compás de la música. Su música. Las gafas, por supuesto, no podían faltar. Nos presentaron, asintió con su cabeza, soltó el tambó y se paró frente a la consola.
Escucha sus propias creaciones, no por narcisismo sino por perfeccionismo, sospecho. Las recita verso por verso mientras permite que el ritmo entre por sus manos, mueva su cabeza y arquee sus rodillas.
Hace un tiempo, para el 2003, memoricé Cambumbo estrofa por estrofa, para impresionar a mi hermano con mis habilidades de rapera. Por alguna razón, pensaba que esa canción me hablaba y la escuchaba una y otra vez en mi “CD Player”. Luego vinieron otras de ese primer encuentro con El Abayarde: Guasa Guasa, Pa’ que retozen, Al Natural, por mencionar algunas. De ese primer encuentro con este no ha cambiado mucho, salvo el sitio y lo escuchado ahora, era nuevo.
El Sitio es casi un lugar mítico. Lees sobre él en periódicos, escuchas el nombre brincar de boca en boca, pero no has ido y pocas son las probabilidades de visitarlo porque no es abierto al público. Demás está mencionar cuán afortunados son los que han entrado pero, cuán afortunados son. Se trata de un espacio personal, creado por Tego Calderón para su música y su familia. Se trata de un espacio personal, punto.
Aquí, Tego está en su casa. Por eso siente la confianza y libertad de poner sus canciones para criticarse sin compararse con los demás. Decía que la música estaba menos dura porque “la gente de ahora no está para lírica pesada, sino más beats que cualquier otra cosa”, afirmaba.
Un pequeño recorrido por el lugar ayuda a comprender sus influencias y manera de pensar un poco más. Retratos de Pedro Albizu Campos, instrumentos de todas clases y caras familiares ambientan el espacio. En un cuarto, una pizarra ocupa una pared entera. En ella, trazos de rimas quedan mal borrados debajo del rundown del concierto en el Coliseo de Puerto Rico el próximo viernes. En la esquina superior, un conteo regresivo para el encuentro de Tego con su gente.
“Yo tengo demasiá’ de mucha música”, comenta mientras la librería virtual bajaba… y bajaba. Era música de su autoría aún sin ver luz fuera del estudio. Canciones suficientes para, al menos, dos discos más. Pero muchas de ellas probablemente no lllegarán a eso, pues la música no se hace para publicarla toda sino para desahogarse, según aprendes aquí. Se trata de cantar las verdades, como es característico de Tego, y si suena bien, se saca a la calle.
En realidad, Tego habla poco fuera de una consola, es reservado si no le preguntas lo correcto, pero siempre tiene algo que decir. Basta prestar atención a una o dos canciones suyas para entenderlo.