“War is sometimes the most powerful way in human society to achieve meaning” -Chris Hedges “War is a Force That gives us Meaning” La noción (¿romántica?) que aún muchos tienen de la guerra es que se libra en los campos de batalla y frentes de combate. Pues bien, The Hurt Locker de Kathryn Bigelow nos presenta una guerra en la cual ya dicha noción ajena no es posible. Es una guerra “sin guerra” ya que ocurre diariamente en las calles, los automóviles, las aceras, los mercados callejeros. Ocurre sin aviso y ocurre al parecer sin que muchos de los que están metidos en el centro del conflicto sepan lo que ocurre. Hablamos por supuesto de la guerra en Irak. The Hurt Locker es probablemente la mejor película que se haya hecho hasta la fecha acerca de dicho conflicto. Los medios de comunicación que poseemos en Puerto Rico por su incuestionable condición colonial mediatizada no le han permitido nunca al ciudadano promedio acercarse a dicho conflicto bélico de una manera lo suficientemente cabal para entenderlo. Si no se frecuentan medios electrónicos, europeos o latinoamericanos o de calidad editorial independiente, es posible que no se esté enterado de lo que pasa. Inclusive, estando informados del asunto, los conflictos en el Medio Oriente parecen tan ajenos y complejos así como constantes, ya que a pesar de todo los mismos medios de comunicación que no nos informan en detalle, nos bombardean constantemente con el asunto. Es por eso que The Hurt Locker impacta de manera tan particular. He aquí una película situada en el pasado cercano (Bagdad, 2004) que nos revela realidades tan ajenas como escalofriantes. El filme comienza con un epígrafe que de inmediato sienta la atmósfera de lo que veremos a continuación sacado del poderoso artículo- que se convirtió en libro- “War is a Force That Gives us Meaning” del periodista y corresponsal de guerra Chris Hedges “The rush of battle is a pontent and often letal addiction, for war is a drug” Bigelow y el guionista Mark Boal- quien pasó tiempo en la guerra de Irak , que sirvió de inspiración para este guión; y el de In The Valley of Elah de Paul Haggis- nos sumergen rápidamente en la situación sin el usual tiempo introductorio que suele verse en el cine. No es posible, en la guerra no hay tiempo para introducciones. Rápido conocemos a los protagonistas: el sargento William James (Jeremy Renner), el sargento JT Sanborn (Anthony Mackie) y el especialista Owen Elridge (Brian Gerahrty). El trabajo de ellos es el de desarmar las bombas que se encuentran activas en lugares tan comunes como casas, calles y automóviles. Uno de los grandes aciertos del filme es cómo nos mantiene por sus casi 2 horas y 15 minutos de duración en la constante tensión por la que pasan sus protagonistas. Estamos muy alertas sobre unas acciones tan pequeñas como las de activar cualquier botón de un celular, lo que puede hacer que una bomba estalle. Estamos alertas de que cualquier civil que no sepa a lo que se enfrenta puede resultar herido o eliminado. Todo esto enmarcado en una realidad que parece ser ajena para todos. El ciudadano común se ha resignado a vivir sin entender el conflicto por el que está en guerra, osea a tratar de sobrevivir sin cuestionar nada, y los soldados parece que tampoco entienden el conflicto; simplemente cumplen su deber sin entender el absurdo a su alrededor. Al igual que tantas otras películas de guerra desde MASH hasta Catch 22, The Hurt Locker tiene una estructura narrativa episódica- la cual es muy lógica para una situación como la de la guerra en la que no hay una “trama” particular, sino más bien un tratar de sobrevivir día tras día- que le permite explorar varios temas con una profundidad rara vez vista en los filmes actuales sobre conflictos bélicos: la desolación de la guerra, la paranoia, el proceso que lleva a la deshumanización, la solidaridad dentro del caos, la desconfianza en el otro, lo efímero del concepto de vida dentro de la guerra, y lo efímero -y a la misma vez- eterno dentro de la guerra misma. Al decir esto no interpreten que se trata de una película moralizante, más bien lo contrario. Bigelow consciente de la adrenalina y la desesperación de la guerra la filma con un estilo cuasi documental que se limita a exponer, no a editorializar. Como por ejemplo, hay instancias en que deja correr las escenas a su tiempo sin importar su duración, como para no entrometerse con montaje que innecesariamente vaya a distorsionar lo que en realidad quiere captar. Como cineasta Bigelow es consciente que el mismo espectador será el que tenga el trabajo moral de cuestionar y posicionarse moralmente ante lo que ve. Al estar en constante tensión durante toda la duración del filme es quizás por eso que salimos exhaustos y que todo el proceso mental de decodificar lo que vimos ocurre después de terminado el filme, que, al igual que en la guerra, mientras estamos adentrados en él no hay mucho tiempo para analizar. Dentro de los episodios hay tres que resultan particularmente brillantes en lo que quieren y consiguen capturar al menos para quien esto escribe: el primero es la secuencia en que nuestros tres protagonistas están en su relativo “tiempo de ocio” que se convierte en una sesión de golpes y hasta de violencia perversa. En el conflicto no hay tiempo ni de librarse de la violencia cuando no les rodea. Cuando James finalmente logra hablar de su realidad doméstica fuera de la guerra -una esposa y un hijo- parece torturarle mucho más que el conflicto mismo. El segundo es cuando James parece descubrir el cadáver de un niño con el cual ha hecho amistad en la calle y movido quizás por el único verdadero sentimiento humano de venganza que había tenido hasta ahora decide buscar y eliminar a los culpables de su muerte. La realidad es que dichos culpables nunca aparecen pero en la mente de James pueden ser cualquiera. Poco después James se encuentra con el niño en la calle de nuevo y lo ignora. Ya no importa porque el niño está muerto. Poco después James, Sanborn y Elridge se enfrentan al infierno dantesco de una Bagdad en llamas. La tercera secuencia y quizás la más desesperante de todas es la de un civil que se halla encadenado a una bomba suicida. El civil reclama que no quiere morir y James hace todo lo posible por librarle de los candados que lo atan a dicha bomba pero es imposible. Aún así él intentar salvarle, se vuelve un acto de plena desesperación. El filme sigue cronológicamente la vida de los tres soldados, y, en pantalla, una leyenda nos informa cuántos días le quedan en su asignación. Ya hacía el final Bigelow nos enfrenta a un epílogo que bien puede parecer largo, pero es sincero y cíclico en torno al punto de partida del filme. Mientras Sanborn dice quererse enfrentar a una vida normal, James parece ya no saber qué es eso, y en contraste su vida cotidiana nos parece monótona. Él parece más confundido en su entorno real que en Bagdad. Ya se ha deshumanizado lo suficiente, si así quiere decirse. La imagen final del filme puede ser interpretada como un recuerdo o como un hecho real. No importa. El epígrafe inicial desgraciadamente se ha convertido en verdad para muchos de los protagonistas anónimos del conflicto.
Kathryn Bigelow es desde hace dos décadas una de las grandes y más subvaloradas cineastas del cine estadounidense. Su película “Strange Days” es una de las mejores películas desconocidas de los años 90 y, al igual que Hurt Locker, plantea la desgracia de una sociedad completamente desmoralizada. Es una pena que no haga cine con la frecuencia que lo debe hacer, nada nuevo en una industria que siempre ha sido dominada por la testosterona. En The Hurt Locker nos encontramos con una de las cineastas más vitales y honestas de nuestro tiempo. Nada malo en una industria cinematográfica en la que parece que pensar ya no le está permitido al espectador. Gracias Kathryn por enfrentarnos a una gran verdad: la guerra es una droga, quizás la droga más peligrosa de nuestros tiempos. El autor es cineasta y escritor