No le pregunté su nombre por lo que decidí llamarle The Pelican Whisperer. Luego, al hacer una búsqueda en Internet, para determinar si el concepto ya existía, descubrí -para mi sorpresa- que el hombre ya se había autodenominado así .
Podría parecer una locura, todos los días a las 3:00 p.m. visita la playa de Crash Boat de Aguadilla para alimentar un quinteto de pelícanos pardos, que caminan en fila detrás de él.
Su hazaña capta la atención de los visitantes del lugar, quienes, como hice yo, le preguntan algunos detalles del porqué de su constante acción. Según me relató, hace unos dos años comenzó esta práctica, anteriormente se dedicaba a entrenar perros y cotorras, pero ahora está concentrado en los pelícanos, especie también conocida como alcatraz manso.
Los llama con un silbido particular de un pito artesanal que carga en su cuello. Las aves acuden en vuelo y comienzan a caminar en la arena en pos de él. Luego las alimenta con pequeñas sardinas al ponerle su mano en los cortantes picos. Cada uno tiene un nombre y una historia. Algunos han sido heridos por los pescadores y rescatados por este hombre delgado, quien vende algunas piezas artesanales para comprar el alimento que comparte con sus aves. A uno de los pelícanos lo nombró Otto, quien luego de degustar una sardina abre sus alas, se mueve de lado a lado, y danza al ritmo de los comandos del Pelican Whisperer de la costa aguadillana.
De su rutina no sólo se benefician los pelícanos, una intrépida tijerilla también acude a la reunión vespertina. Nunca abandona su característico vuelo en el que surca los aires planeando, mas desciende en picada hasta llegar a la mano del hombre que la extiende hacia el cielo con el preciado y fácil alimento. Luego, se eleva con sus alas extendidas da una vuelta y regresa varias veces.
Ya a las 6:00 p.m. el hombre sale de playa, y Otto lo persigue hacia el estacionamiento, ya los otros pelícanos se han acomodado en el muelle o sobrevuelan el lugar. Con un gesto en sus manos le dice al alado que regrese a la playa. Se verán el siguiente día.
Sí, podría parecer una locura, pero como entona el cantautor Silvio Rodriguez: “hay locuras para la esperanza… hay locuras que son poesía… hay locuras tan vivas, tan sanas tan puras “.
No sé su nombre, pero me provoca esperanza. Saber que hay personas que pueden tener la sensibilidad de aunarse con la naturaleza y hacer una diferencia, granito a granito. Su acción es el reconocimiento de la importancia de la interconexión de los seres vivos y sobre todo el llamado a cuidar los hábitats de las especies.
No sé su nombre, pero observarlo es poesía, realismo mágico. Como si en las nubes se escribieran los versos que ejemplifican que una persona puede hacer la diferencia en la patria grande, nuestra casa, el Planeta Tierra.
No sé su nombre, pero sin duda es el protagonista de “una locura viva y pura”. Con acciones es portavoz de un llamado a que otros salgamos de las cajas del diario vivir y que dediquemos “locuras” a la protección del medioambiente, al respeto por los seres vivos.
Decía Heinrich Heine : “La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca”.
La autora labora en el Recinto Universitario de Mayagüez y modera el programa Foro Colegial.
Fuente Blog Colisión Generacional