Existe una tendencia inexorable hacia que los productos y contenidos que están formados por bits acaben por ser gratis. Sí, gratis total (aunque parezca anatema unir los términos “gratis” y “total”). Porque en la economía basada en los átomos pueden fluctuar los precios, e incluso encarecerse. Pero en el mundo online ocurre justo lo contrario, pues los medios se abaratan progresivamente, y lo seguirán haciendo de manera indefinida.
Naturalmente, esta tendencia es inexorable en tanto y en cuanto no se implanten medidas que pisoteen incluso los derechos fundamentales de los ciudadanos. E incluso así, la cosa parece que seguirán su curso, caiga quien caiga. En Japón ya te meten en la cárcel por descargar contenidos gratuitamente, pero ello no está contribuyendo en absoluto a que el mercado se recupere, al contrario, las ventas bajan aún más y los japoneses muestran menos interés por las novedades discográficas.
En otros lugares, la policía confisca el portátil de Winnie the Pooh a una niña de 9 años por descargarse un CD de música. En Estados Unidos los boyscouts que cantan canciones registradas alrededor del fuego, deben pagar una cuota por los derechos. Tampoco te puedes disfrazar de dragón púrpura sin pagar derechos. Y así ad infinitum. O ad ridiculum. La conclusión de estas medidas draconianas es que la gente, cada día, se descarga más contenidos y está menos dispuesta a pagar precios elevados por ellos.
Cuando hablamos de bits, por supuesto, me refiero a música y películas, pero también a los libros. La única razón de que los libros aún se vendan en las librerías de forma física es que no existen lectores electrónicos que imiten perfectamente el papel. Pero ya hay prototipos en marcha. A corto o medio plazo, pues, todo el mundo podrá leer gratis cualquier libro que exista con la misma comodidad con la que lee un libro tradicional (Google ya se está encargando de escanear todos los libros del mundo). E insisto: la gente leerá gratis a no ser que se les facilite mucho las cosas a la hora de leer (por ejemplo, ahorrándole tiempo e instrucción previa para localizar y descargar los archivos en cuestión).
Pero si alguna empresa ofrece los libros gratis (como Google ofrece absolutamente todos sus servicios gratis), entonces la gente preferirá lo gratis, ya que la economía basada en bits es deflacionaria por sistema. Y, porque, lógicamente, la gente no quiere pagar por algo que puede obtener gratuitamente.
Bien, hasta aquí son los hechos. Y después de muchas lecturas y reflexiones, me temo que son indiscutibles. Se puede aceptar el nuevo paradigma y trabajar en nuevos modelos de negocio (Google está amasando miles de millones de dólares a pesar de que no cobra nada a sus usuarios; yo mismo me gano la vida escribiendo en blogs que no cobran nada a sus lectores). O se puede negar con la cabeza y seguir pensando en conceptos periclitados (que descargar es robar a pesar de que no se sustrae el objeto a su poseedor, que nada es gratis en realidad, que el precio impone el valor o que la gente no respeta la cultura). Quienes opten por la segunda vía, probablemente quedarán excluidos del negocio, como quedaron excluidos los que viajaban a las montañas a buscar hielo y venderlo después de que se inventara la nevera.
Se puede negar lo que se nos viene encima y arruinarnos o se puede uno adaptar a los nuevos tiempos y ganar más dinero que nunca.
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