Don Abraham Rivera Pérez tiene 89 años de edad, los suficientes como para estar disfrutando de su retiro. No obstante, él prefiere trabajar mientras tenga fuerzas y pueda caminar. Desde que comenzó a cobrar el Seguro Social, a los 62 años, optó por ofrecer sus servicios cortando grama a los vecinos del barrio. También recoge latas para luego venderlas.
Si bien utiliza máquinas para podar el césped, no tiene reparo en recurrir a métodos más acordes a su generación como la azada y el desyerbo a mano. Evidentemente este trabajo requiere un gran esfuerzo físico de su parte, y desde que le dio “la enfermedad de ese zancudo” –contó refiriéndose al virus del chikungunya- se ha limitado solo a arreglar la grama de su casa y la de dos vecinos más. Esto, debido a que luego de haber contraído dicho virus sus dolores físicos se intensificaron, sin embargo, su espíritu jovial permanece intacto.
La historia de Don Abraham no es un caso aislado. En Puerto Rico, la población de personas mayores de 60 años ha aumentado radicalmente en las últimas décadas. Actualmente, este sector compone un 20.4 % de los habitantes de la Isla, de acuerdo al Censo de Población y Vivienda del 2010. A pesar de ser una cantidad significativa de personas, muchos carecen de los recursos necesarios para vivir y recurren a buscarse un trabajito en lo que aparezca, luego de haberse retirado.
A Rivera Pérez le gusta mantenerse ocupado. Para él el trabajo ha sido su estilo de vida desde muy temprana edad. Una vez cursó el primer y segundo grado en la escuelita de Daguao, comenzó a laborar con sus padres en una compañía donde cortaban y producían caña. Se inició en la faena antes de tener edad para hacerlo legalmente, por tanto las tareas que realizaba estaban sujetas a su capacidad, generalmente fungía como carretero –cargaba la carreta-. “Como no tenía edad cuando venían a apuntar – los nombres- en las listas yo tenía que estar con el mayordomo hasta que terminaran”, señaló seguido de una carcajada.
Una vez cumplió los 18 años de edad y pudo trabajar legalmente, no se limitó. Cuando culminaba la zafra, temporada en que se colectaba la caña de azúcar, se trasladaba a Río Piedras junto a varios jóvenes para trabajar en carpintería, construcción o “lo que hubiera que hacer”, según relata. Inclusive, trabajó en la Base Naval Roosevelt Roads en Ceiba cuando esa instalación abrió.
Lo cierto es que, a pesar de trabajar tanto, pudiera decirse que su meta no es precisamente enriquecerse económicamente. Ya que la tarifa que cobra por cada patio que arregla es $20 dólares, pero “si me dan $25 los acepto, verdad”, añadió entre risas.
En este momento, más que el dinero, trabaja “pa’ no estar quieto aquí”, argumentó, mostrando una amplia sonrisa y una mirada efusiva que impregnaron su rostro de nostalgia. Actualmente, lo único que hace los sábados es salir a recolectar latas de aluminio que vende posteriormente en el pueblo.
Ocasionalmente, su rutina se ve interrumpida por algún dolor físico que lo mantiene en la cama durante un día o dos. Pero tan pronto se siente mejor de salud, toma su carrito rojo y continúa dejando sus huellas en las carreteras del barrio.
Don Abraham reconoce que ya no tiene las mismas fuerzas que antes y más que disminuir su cantidad de trabajo por sus padecimientos físicos, lo hizo por el compromiso con aquellos que lo contratan. “Es diferente yo trabajar lo mío a trabajar para otra persona”, explicó. Si le van a pagar, no puede estar descansando constantemente como requiere su cuerpo. “No voy a dar promedio ya”, comentó mientras miraba sus experimentadas manos cubiertas de arrugas y de historia.
Comentó en un tono jocoso que nunca se casó. “Yo me llevé a la muchacha que era lo que se hacía entonces”, indicó el laborioso humacaeño. De esta relación nació una hija. También se hizo cargo de las cuatro niñas que tenía su pareja. Cuando su compañera de vida murió se encargó de cuidar de las niñas y de su madre, “no me eché más carga encima”, argumentó observando tiernamente a su hija, quien actualmente cuida de él.
La población de personas de la tercera edad trabajadora
En el contexto histórico en que vivimos, ver a una persona trabajar la tierra con azada o desyerbando grama no es tan común. La tecnología ha transformado nuestra forma de vivir y laborar. Rivera Pérez representa a esa comunidad de personas de edad avanzada que buscan subsistir y ser útiles e independientes en esta sociedad utilizando los métodos que mejor conoce.
Según los datos del Departamento del Trabajo y Recursos Humanos, en el año 2012, 86 mil personas de 60 años o más componían el grupo trabajador. De estos, alrededor de 81 mil estaban empleados y 5,000 desempleados. Es propio señalar que estos datos corresponden a aquella población que trabaja bajo algún contrato. Así como Don Abraham, hay otros que utilizan formas alternas e independientes como fuentes de ingreso.
En Puerto Rico, la principal fuente de ingresos de muchos envejecientes es el Seguro Social. La cantidad de dinero que reciben varía de acuerdo a las ganancias económicas que tuvo el individuo mientras trabajó. Generalmente, comienzan a cobrar este dinero una vez cumplen los 65 años de edad, salvo algunas excepciones. El gobierno también les brinda otras ayudas económicas si cualifican, como el Programa de Asistencia Nutricional, Vivienda y Medicaid, entre otros.
Aún con estos beneficios, según la Encuesta de la Comunidad del Negociado del Censo Federal de 2007 al 2011, la población de personas de 65 años o más bajo el nivel de pobreza en la Isla consta de un 41 por ciento. Esto coloca a Puerto Rico como el estado con mayor por ciento de pobreza en este grupo en los Estados Unidos.
El hecho de que esta población esté en riesgo de vivir en la pobreza posiblemente responde a varios factores económicos, sociales y médicos que inciden en la vulnerabilidad de esta población, de acuerdo con el Resumen Económico de Puerto Rico de diciembre 2013.
Lo cierto es que, según las proyecciones de “US Bureauy of the Census”, la tendencia de aumento en la población de 60 años o más continuará. Se espera que para el año 2020 las personas con 60 años constituyan, aproximadamnte, el 25.5 por ciento de la población. Mientras que para el año 2050 podrían conformar el 39 por ciento.
Esta proyección de envejecimiento de la población sumada a la realidad económica que enfrentan muchos de ellos y los continuos avances tecnológicos que, de alguna forma, segregan a los ancianos de “la modernidad”, depara un futuro poco alentador para nuestra sociedad, si no se toma acción.
“Hay que aprender, los que están en la escuela, y echar pa’lante porque si no, lo que les queda es bregar con la azada y talar que a ellos no les gusta”, expresó con evidente nostalgia.
La autora es estudiante de periodismo en la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico. Este texto se produjo para el curso Redacción Periodística II (INFP 4002), que dictó la profesora Odalys Rivera el pasado semestre.