Tomas Tranströmer es un poeta del mundo cuyo trabajo guarda reverencia y respeto por la vida. Contiene dolor. Abraza el amor.
La sangre corre de sus heridas entre las que se puede ver el blanco manso en los huesos del poema. La sangre se precipita desde el vientre. La metáfora en su poesía es un mero instrumento de transformación. La metáfora como vehículo de creación, la última de las historias posibles (Lezama Lima). La metáfora vive en la piel del lenguaje.
«El mar de octubre brilla fríamente/ con las aletas dorsales de los espejismos», dice en “Clima” (Weather).
Tranströmer logra en estas líneas traducir la hostilidad del entorno geográfico que predomina en su país, en cuyas costas glaciales aflora una cantidad abrumadora de islas desoladas. Pero Tranströmer es capaz de extraer filosofía y belleza: «Me arrastro como garfio por el suelo del mundo- todo lo que captura no es necesario», musita en “Postludium”.
«Camino lentamente en mí mismo/ a través de un bosque de vacíos trajes de armadura», culmina.
El “garfio” desplaza a la garra que se arrastra por el fondo del mar en el poema “La canción de amor de Alfred J. Prufrock”: «Debería yo haber sido un par de ásperas garras/ corriendo por el fondo de mares silenciosos.”
Los versos de Tranströmer se instalan en adhesión al precepto de la claridad de imagen, pero su función no es estética simplemente, sino de evocación de una realidad social y geográfica que se mece entre caminar dormido y un medio despertar, esa noción semi-onírica del claroscuro de la conciencia.
El producto final se resume en una poesía de imágenes surrealistas. Sin embargo, más que verlo con ansiedad y ambivalencia, el mundo de Tranströmer en todo momento es un cultivo de balances, de fuerzas que luchan y postulan una posibilidad de transformación que se hace perceptible en el movimiento del poema.
«Dos verdades se acercan mutuamente, una proviene desde adentro y la otra desde afuera/ donde se encuentran, existe una oportunidad para conocerse mutuamente», dice en “La galería”.
Toda la poesía de Tranströmer tiene un linaje ancestral de la que el poeta sueco emerge con nuevas formas y decir revitalizado. Dos poemarios míos –uno editado como libro electrónico, Ensayo del vuelo (una de las fijaciones de Tranströmer es el acto de volar y su semejanza al vuelo poético) y otro inédito, La arquitectura de la memoria- configuran una especie de estadía por la poesía de Tranströmer, a quien llego gracias a Paul Hoover y a Mark Strand. Meditativa, simple (sin ser simplista), los poemas de Tranströmer son sumamente placenteros a la lectura.
Y hoy, Tomas Tranströmer acaba de ser distinguido con el Premio Nobel de Literatura de 2011, convirtiéndose en el primer poeta en obtener el reconocimiento desde 1996, cuando le fue concedido a Wislawa Szymborska.
Enhorabuena.
El autor es escritor, narrador y ensayista. El texto fue publicado en el Blog Minucias desde genérika