Hacer libros es una tarea animal. Lo saben los salmones, lo saben las hormigas. Siempre a contracorriente, siempre a la sombra del más ordinario de los rincones. Requiere, a partes iguales, buenas dosis de terquedad, masoquismo y esperanza.
Al final, quedan un montón de hojas. O, lo que es igual, al abrirse, algo parecido a la figura de un pájaro en pleno vuelo.
Si al hombre de voluntad animal se le suma el calor de un abrazo perpetuo, chistes para descojonarse de la risa, consejos, sabiduría, ron, y una amistad a prueba del corrosivo paso del tiempo, toca hacerse inquilino de la casa de su recuerdo.
Elizardo Martínez es ese hombre animal, pero tantas cosas más. Y nos dejó hoy, tercer lunes de abril. En marzo de 2015 le hice una entrevista que nunca publicó. La idea era realizar una serie de entrevistas a figuras medulares de nuestra cultura, pero en formato breve.
Que sirvan a modo de homenaje sus propias palabras. Y que en nosotros quede la forma de su más pedestre vuelo.
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MARZO 2015
Naciste en Cuba. ¿Dónde empezó todo?
Nací el 10 de febrero del 1952 en La Habana, Cuba. En la calle 15 entre A y B en el Vedado. Ya que a ti te gusta la literatura, ese día también -aunque no el mismo año- nacieron Bertolt Brecht, Boris Pasternak y el gran poeta Guisseppe Ungaretti; “il lupo di mare” come io. Los tres somos acuarianos… por si te interesa eso también. Después de un par de años de vivir en Mayami, nos mudamos a Puerto Rico, donde me crié junto a mis hermanos y un montón de gente en los apartamentos Santa Bárbara en Río Piedras; desde entonces ando con la espada de Changó y trato de que no me parta un rayo.
Gracias a mis padres, en Puerto Rico estudié en el Colegio Eugenio María de Hostos de Isabelita Freire, en el Colegio San Justo y San José. Luego, en la facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico y en la Universidad Central de Barcelona.
¿Cómo llegaste a los libros?
Temprano. Los primeros libros que leí con entusiasmo fue la serie The Hardy Boys. Es una serie de misterio e intriga que tiene como protagonistas a dos hermanos adolescentes que se las guillan de detectives amateurs; es viejísima y tiene montones de títulos.
Yo cursaba el quinto grado de la escuela Citrus Grove Elementary en Miami. Mi maestra era Mrs. Davis. Jamás la he olvidado; yo gané el Premio de todos los quinto grado por hacer más book reports, creo que hice como cincuenta. El Premio fue un pergamino y un libro: The winter at Valley Forge sobre George Washington. Ya después acá, le di duro a Hesse, a Kazantzakis, Lawrence, Hemingway a Jack London y a Shakespeare y Cervantes en Escuela Superior. Ya en cuarto año me acuerdo de Pasajes de la guerra del Che, Cien años de soledad y el libro que me regaló mi padre, Mi Vida de León Trotsky. Creo que en segundo año me leí Un mundo para Julius de Alfredo Bryce Echenique; una novela que en aquel momento me encantó.
Un editor es, sobre todo, un lector. ¿Qué te da a ti la lectura?
Para mí es importante la lectura porque me gusta la aventura, vivir, viajar, aprender, el mar, beber, querer y sentirme vivido. Conversar mucho, me aburre.
Después de tantos años, ¿por qué insistes en editar?
La edición, todavía, me da mucha satisfacción. Sobre todo, el momento en que nuestros autores y autoras ven por primera vez el libro impreso y lo toman en sus manos, admito que me hace sentir a mí también muy bien.
¿Con qué libro iniciarías a un niño en eso de leer?
Con La Ola, con ilustraciones de Barbara Fiore.
¿Cuál es la canción que más has escuchado?
Probablemente, Oda a mi generación de Silvio. Quizás, Cantares por Serrat, ahora oigo mucho Jazz: Chet Baker, Ben Webster y esta semana una buena grabación de las Suite de cello de Bach con Pablo Casals.
¿En qué película te gustaría vivir?
Pienso hoy en Reds y en Por quien doblan las campanas; me identifico con las grandes épicas y parece me gusta eso de acabar muerto.
¿Qué objeto no te puede faltar?
Una lámpara.