
Mientras hoy día se utiliza la frase “ella es nena-nena” o “ella es bien nena” para referirse a las lesbianas femeninas, en el Puerto Rico de los años setenta y ochenta se utilizaba la frase “ella es (lesbiana)… pero es bien femenina” para referirse a las “femme.” Con sólo leer la frase resulta evidente que la lesbiana “visible” en la isla es por definición ‘masculina’ o “bucha” ya que para referirse a la lesbiana femenina (invisible) hay que utilizar la fórmula de la excepción: “es X, pero X.” De esta vieja “fórmula” utilizada para referirse a las lesbianas femeninas proviene el nombre “Buchi… bien femenina,” un oxímoron por definición. “Buchi” es uno de los personajes desarrollados por Jorge Pabón, alias “El Molusco”, desde el 2009 en la estación de radio puertorriqueña “La Mega” (106.9 FM). El éxito del segmento los llevó a organizar una obra teatral y un segmento televisivo basados en el personaje. En poco menos de un año Buchi logró insertarse en todos los medios de comunicación masiva: la radio, el teatro, la televisión y el internet, con su página en la red social facebook.
En la página de internet de la estación radial, se describe al personaje como “la mujer más femenina del mundo… con Buchi podrás descubrir esos pequeños detalles que marcan la diferencia entre lo que es un hombre y una mujer bien femenina!” Así, Buchi es concebida como un demarcador entre los géneros, una guía para discernir “lo masculino” de “lo femenino.” Resulta evidente que el segmento radial se centra en la reinterpretación y redefinición de lo que significa ser una “verdadera mujer.” De este modo, las frases más comunes durante el programa radial se asientan en una preconcebida femineidad y en la constante reiteración que asegura la estandarización de los nuevos parámetros de “lo femenino.” Frases como “soy mujer, no lo dudes” y “me encanta ser mujer” hacen énfasis en la femineidad del personaje, quien es interpretada por un hombre y habla con una voz de tonos bajos. Por otro lado, muletillas como “es de amistad,” “¿Qué mujer no le [dice/hace] a otra mujer… X?” y “déjate llevar” llaman la atención sobre el constante juego que Buchi mantiene a través del programa entre su “solidaridad” con las mujeres, el modo en que Buchi concibe la camaradería entre ellas, y la sospecha del lesbianismo del personaje.
El personaje de Jorge Pabón encuentra un subyacente ¿lesbianismo/femineidad? incluso en el ícono de “delicadeza” por excelencia para los puertorriqueños, nuestra Miss Universe. Durante una pasada entrevista para El Nuevo Día (Damaris Hernández, 14/08/09), Buchi utiliza ingeniosos juegos lingüísticos para aconsejar a Mayra Matos, nuestra más reciente representante en este certamen. Cuando se le pregunta a Buchi su opinión sobre el traje típico que vistió Mayra, que hacía referencia a la popularidad del deporte del boxeo en Puerto Rico, Buchi opinó que “se ve delicado como el boxeo. Pero se hubiera visto más linda con un vestido de patita de cerdo, porque eso es lo que representa la mujer puertorriqueña. Entonces dirán ¡wow!, qué delicadas son las mujeres en Puerto Rico.” (énfasis mío) Esta audaz artimaña lingüística resignifica las connotaciones negativas que pudiera tener el vocablo “pata”, usado en la isla para referirse de forma despectiva a las lesbianas, y las equipara a un símbolo gastronómico de la puertorriqueñidad: la patita de cerdo. De este modo, Buchi crea una conexión referencial entre el orgullo patrio y el lesbianismo. La astuta ocurrencia, llevada a su punto más extremo, propone la integración de las lesbianas al discurso nacional, porque ellas también, como la patita de cerdo, representan a la isla.
Buchi también exhortó a Miss Universe, a que promoviera la “igualdad entre los hombres y mujeres. Ya es tiempo de dejar a un lado los estereotipos. La igualdad se consigue con unos pantalones bien puestos y unas politos… ¡Bien femenina!” Con este comentario, Jorge Pabón implícitamente recalca, como ha mencionado en otras entrevistas, que su personaje no pretende ofender sino romper con los estereotipos. Buchi hace énfasis en la necesidad de la igualdad entre los géneros a través del resquebrajamiento de las expectativas sociales, el propósito radical del personaje. Para ella, la igualdad se consigue rompiendo con la idea de que la femineidad se viste de traje: las mujeres que llevan polos y sus pantalones “bien puestos” también son femeninas.
Para establecer la exclusividad que mantiene el hombre sobre “lo masculino” Judith Halberstam explora la siguiente pregunta: “Why shouldn’t a woman get in touch with her masculinity?” A pesar de que existen momentos en que la sociedad permite que el hombre se ponga en contacto con su femineidad (para comentar sobre la moda, ayudar a una amiga, etc.), el espacio de lo masculino queda vedado para la mujer. El personaje de Buchi propone retomar lo masculino y depositarlo sobre un cuerpo femenino. Buchi no sólo entiende que la mujer “que lleva polos y sus pantalones bien puestos” es tan femenina como la que viste de traje, sino que ella misma sirve como ejemplo contemporáneo del desencuentro entre los estereotipos impuestos a los géneros y las labores en las que cada individuo se desempeña. El carácter independiente de Buchi, su profesión –la mecánica automotriz– y su soltería, la que le requiere el desenvolvimiento en todas las faenas del hogar (tanto la cocina como la plomería), todos estos signos de un manejo de destrezas masculinas, la marcan socialmente como lesbiana. Sin embargo, Buchi propone que toda “verdadera mujer” puede arreglárselas sin un hombre, puede ser enteramente independiente al aprender a dominar las tareas masculinas. En este sentido, Buchi no se diferencia de un hombre soltero que deba aprender a cocinar, lavar su ropa y planchar por “falta de una esposa” que se encargue de estas tareas denominadas femeninas.
Esto nos devuelve a la pregunta de Halberstam, “Why can’t a woman get in touch with her masculinity?” Aunque hoy en día resulte aceptable que un hombre desempeñe faenas hogareñas “femeninas” sin que se cuestione su heterosexualidad, resulta improbable ante los códigos sociales que una mujer se desenvuelva en tareas masculinas sin que se cuestione su heterosexualidad y femineidad. El que Buchi sea innegablemente leída como lesbiana por el pueblo puertorriqueño apunta a la imposibilidad de concebir una mujer heterosexual que se desenvuelva exitosamente en esferas masculinas. Esto implica, como menciona Halberstam, que la masculinidad sólo consigue ser depositada sobre el cuerpo de una lesbiana “bucha” por considerársele como un sujeto “masculino,” mientras que se le niega a la mujer heterosexual la capacidad de ser masculina, o sea, de manejarse con igual destreza que el hombre en ciertas áreas clasificadas como varoniles. En términos de Bourdieu, la cultura patriarcal caribeña garantiza la desigualdad entre los géneros a través de la división de labores: la mujer y el hombre no pueden ser iguales porque una mujer que se comporta como un hombre y es igualmente hábil en labores masculinas no es ‘femenina,’ o una ‘verdadera mujer.’ Buchi desestabiliza los roles de género autoproclamándose femenina a pesar de su aptitud para las labores masculinas y de su constante cuestionamiento de las imposiciones sociales sobre cada género.
Buchi demuestra que en Puerto Rico, cuando lo masculino es depositado sobre un cuerpo femenino, tal gesto no es entendido como una habilidad de dominar destrezas masculinas, sino como lesbianismo. Por ende, el espacio de lo masculino queda siempre en la periferia de las capacidades permitidas a la mujer: la mujer o se limita a sus tareas femeninas o es lesbiana, lo que imposibilita la verdadera igualdad entre los géneros. El modo en que se conciben los géneros y la ruptura con los parámetros impuestos sobre ellos no dependen exclusivamente de derechos legales, sino también en gran parte del imaginario social. La manera en que imaginamos lo femenino y lo masculino está regulada por los esquemas de percepción que dictan que una mujer masculina debe ser indudablemente lesbiana. Así, la femineidad está basada en el grado en que una mujer dependa del hombre: a mayor dependencia, mayor femineidad. Por eso, la damisela en problemas es la imagen de la femineidad por excelencia. Buchi propone deshacerse de tal sentido de incapacidad inherentemente femenina ante ciertas tareas, pero simultáneamente se resiste a perder su femineidad y se marca a sí misma como femenina usando frases como “soy mujer, no lo dudes” y “me encanta ser mujer.” El uso de estas frases dificulta la clasificación de Buchi como heterosexual o lesbiana porque, si por un lado, la frase parece admitir la posibilidad de duda –“no lo dudes”– sobre su sexualidad, por el otro, la frase reclama el derecho a su género, a su femineidad –“soy mujer”– independientemente de que la “fuente” de su masculinidad sea la heterosexualidad o el lesbianismo.
Una de las problemáticas que cuestionan la validez de Buchi como recurso para la expresión de una voz lésbica en Puerto Rico es el hecho de que el personaje fue creado y es interpretado por un hombre heterosexual. Después de todo, Buchi no es realmente una lesbiana, es un hombre gracioso que utiliza la ironía para cuestionar, por un lado, si las lesbianas pueden ser femeninas y, por el otro, si toda mujer no esconde, a fin de cuentas, signos de masculinidad y/o un potencial lesbianismo dentro de sí. Cabe cuestionarnos si Buchi podría haber sido interpretada de manera exitosa por una mujer. Un aspecto básico e irónico que exacerba la imposibilidad de esto es el modo en que la sociedad viriliza a las mujeres “activas”. La mujer que juega un rol activo en la política es vista como una amenaza a la heteronormatividad, al patriarcado (i.e. Melo Muñoz o Norma Burgos). Además, una lesbiana interpretando a Buchi –por ser vista como una persona “real”– carecería de la atenuación que provee lo cómico y lo irónico que se posibilita a través del desencuentro del género del personaje y su intérprete, Pabón. Una mujer interpretando a Buchi hubiera aportado al estereotipo que marca despectivamente a la lesbiana visible como masculina, sin cuestionar la posibilidad de una lesbiana femenina o una mujer heterosexual masculina. Pero Buchi no es bucha, es bucho, lo que la hace nuestra amiga, sea lo que sea.
Dado que el creador del personaje se rehúsa a aceptar el lesbianismo de Buchi y que el personaje mismo se resiste a una interpretación dicotómica de su identidad sexual, las expresiones de Buchi no han podido ser censuradas por el discurso homofóbico pero tampoco enteramente legitimadas como parte de un discurso lésbico, aunque la comunidad LGBTT se ha convertido en el mayor seguidor del personaje.
Jorge Pabón ha evitado proveer abiertamente una identidad sexual (lésbica o heterosexual) para Buchi a pesar de que algunos proponen que su personaje beneficiaría más a la comunidad LGBTT si se confesara lesbiana. Propongo que la negativa de Buchi a escoger una identidad sexual es de mayor productividad en cuanto a la ruptura de los estereotipos, tanto de lo que es femenino como de lo que se entiende como lésbico en la isla. El “problema” de Buchi no yace en su falta de femineidad, sino en cómo la sociedad impone sus parámetros de género sobre los gestos y la apariencia del cuerpo femenino sin adaptarse a la realidad cotidiana de la mujer. Heterosexual o lesbiana, una de las mayores aportaciones de Buchi es que habita el espacio intermedio entre la heterosexualidad y el lesbianismo y se maneja en este espacio por decisión propia, lo que le provee poder de agencia para romper con los estereotipos.
Si Buchi es, de hecho, lesbiana y decide hacerse pasar por heterosexual, al menos con su negación a aceptar públicamente su preferencia sexual establece una nueva narrativa: no todas las lesbianas son masculinas; no todas las mujeres heterosexuales son “femeninas.” La insistencia de Buchi en dejar que su público sospeche su lesbianismo sin que éste sea confirmado conlleva un potencial de aceptación mayor por parte de la población heterosexual y/u homofóbica de la isla, quienes no pueden evitar tomarle cariño, sea… o no sea. La popularidad de Buchi es evidencia de que tal empatía entre el personaje y el público existe. Buchi se ha convertido en la “amiga lesbiana” con quienes todos tienen la oportunidad de compartir durante el tapón de las cinco de la tarde, en el teatro los fines de semana, o durante la programación televisiva nocturna.
Aunque hay quienes ven el personaje como uno trágicamente cómico debido a la supuesta incapacidad de Buchi de darse cuenta de su gran falta –su masculinidad y potencial lesbianismo– no debemos concebirla como personaje trágico. Buchi no desconoce su falta, sino que se niega a aceptar la definición de “lo femenino” impuesta por el discurso heteronormativo y propone su redefinición. Ella no sufre por su “falta” sino que, por el contrario, disfruta su juego con las fronteras de los géneros. El personaje resulta liberador para la sexualidad femenina porque brinda una coartada para la expresión del homoerotismo latente entre féminas, además de que con su hiperbólica masculinidad ridiculiza la homofobia y evidencia que la igualdad entre los géneros sigue siendo casi inasequible. La femineidad impuesta socialmente sobre la mujer le niega espacio para su independencia e igualdad de condiciones. La masculinidad femenina de Buchi no debería ser percibida negativamente, por el contrario, es una oda al heroísmo femenino. Si el antihéroe masculino es un hombre feminizado, Buchi nos recuerda que muchas de nuestras heroínas –como La mujer maravilla, Juana de Arco, Mulán– han sido también mujeres masculinas.
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