El sábado 29 de octubre, tuve la oportunidad de ir al Teatro Experimental de la Universidad del Sagrado Corazón, a ver la última función de la obra Absurdos en Soledad, escrita por Myrna Casas y puesta en escena por el grupo Casa Abierta Teatro. Esta producción, que tenía en escena a 10 actores y actrices jóvenes y que de igual modo fue dirigida y producida por jóvenes, ha sido, sin que me quede nada por dentro al decirlo, una de las mejores experiencias teatrales que he vivido en Puerto Rico.
El texto de Myrna Casas es brillante. Una serie de obras cortas entrelazadas por el juego que sostienen dos personajes, que buscan encontrar un teatro, encontrarse el uno al otro y, sobre todo, encontrarse a sí mismos, para darle algún sentido a este sin sentido que es el absurdo de la vida.
Cada una de las pequeñas obras, están enmarcadas en este mismo contexto: la vida, como una serie de eventos absurdos, pero que nos los tomamos muy en serio. Es así como se tocan temas tan diversos como la infancia, los traumas infantiles, el abuso sexual, el amor, la fama y la identidad. Asimismo, se cuestiona nuestra decadente sociedad sumida en el chismorreo, la lucha de clases, el “qué dirán”, la apariencia y una desoladora soledad que nos embriaga a todos.
Bajo la dirección de Andrew Vázquez (quien también actúa en la obra), la puesta en escena de Absurdos en Soledad transmite perfectamente en imágenes, todo esto que evoca el texto. Vázquez demuestra tener un dominio completo de la imagen visual, jugando de forma impresionante con la estética, el color, la forma y sobre todo, la semiótica (cosa que personalmente me emociona, pues no es común que en este país, las puestas en escena consideren que toda imagen visual representa, en sí misma, un mensaje). Lo que vemos en escena nos dice tanto como las líneas que dicen los personajes. Lo que ven nuestros ojos, complementa a la perfección lo que escuchan nuestros oídos, haciendo muy simple el que entendamos por completo el complejo texto de Casas.
De igual modo, la música (también de Vázquez), la iluminación, los vestuarios, el maquillaje, la utilería, la escenografía y, sobre todo, el trabajo actoral, terminan de ensamblar una producción que resulta exquisita para la audiencia. Se notan a leguas, los seis meses de ensayos que preceden a las funciones (dedicación que no es común en este país).
Pero lo que más llama la atención del trabajo realizado por Casa Abierta Teatro es el cuidado a los detalles. La puesta en escena fue trabajada con tanto esmero y de forma tan minuciosa, que es tangible el amor y la pasión con la que este grupo de jóvenes realizó este montaje teatral. La pieza se siente como la perfecta maquinaria de un reloj tan exacto, que pierde su naturaleza mecánica para volverse orgánico.
Esa hazaña de lograr que algo tan meticulosamente hecho no se note calculado, sino que por el contrario, parezca una perfección espontánea, es algo que se espera de maestros y teatreros experimentados. El que lo haya logrado un conjunto de jóvenes, es algo que profetiza triunfos venideros para esta agrupación.
Ahora bien, no todo es color de rosa (y fuese muy triste que así fuese, ya que no habría espacio para crecer). Si bien las actuaciones fueron sublimes (y ciertamente Andrew Vázquez supo aprovechar maravillosamente la extraña y caricaturesca fisionomía suya y de sus compañeros actores), no todos están al mismo nivel. En general y visto como un conjunto, el grupo de 10 intérpretes es magnífico. Pero si nos vamos al análisis detallado y específico, resaltan por encima del resto Marian Torres (quien nada tiene que envidiarle a las mejores actrices del patio), Gretza Merced, Emil Soler y Alfonso Peña. Por otro lado, quizás las actuaciones más flojas vienen por parte de Nathalia Matos y Daniel Torres, cosa que resulta un poco pesada, ya que son ellos quienes se encargan de interpretar a la Actriz y a la Niña, personajes cuya historia sirve de nexo conductor de las otras historias cortas. No es que ambos actúen mal y que no tengan talento. Por el contrario, son dos artistas con mucho potencial, pero en comparación con el resto (y sobre todo con los antes mencionados), se ven un poco opacados. Aún así, fue una excelente decisión de elenco, ponerlos a ellos en estos papeles y guardar para el grueso de la obra, a los más experimentados o con mayor control de sus capacidades histriónicas.
Pero posiblemente lo más gratificante de la noche del 29 de octubre, además de la maravillosa experiencia teatral que me permitió vivir Casa Abierta Teatro, fue el conocer a algunos de los que participaron en la puesta en escena. Lo más impresionante de todo fue conversar con Andrew Vázquez y encontrar a un chico, bastante mucho más joven de lo que parecía en escena y muchísimo más humilde de lo que su talento y genio podrían haberme hecho esperar.
A los lectores, les recomiendo que estén pendientes de estos jóvenes teatreros, porque posiblemente den mucho de que hablar. Personalmente, estaré al tanto de lo que sea que se traigan entre manos estos prometedores muchachos, quienes han iluminado con su ingenio y talento, el medio artístico del teatro puertorriqueño.