Una ex-alumna me escribió un email hace poco para preguntarme algo urgente. Se debatía entre solicitar a una de dos maestrías ofrecidas por una renombrada institución que la obligaba a solicitar sólo a una. Tenía que escoger entre un programa especializado en vivienda y uno enfocado en arquitectura sustentable. ¡Vaya elección! ¡Vivienda… o vida! Que símbolo de la encrucijada en la que todos nos hemos metido, pensé. Veamos, pues. El megadiscurso de la sustentabilidad, enredado con un conflicto geopolítico, tapa su propia cola, como analizaré a continuación. Peor aún, la arquitectura sustentable le puede servir como parche. No más hay que ver cuánto ecoresort se ha hecho en años de fluidez económica. Pensar en una práctica de “sustentabilidad” o “sustainability” se supone que despierte en nosotros instintos morales de cómo satisfacer nuestras necesidades “sin comprometer las necesidades de generaciones futuras”. Vea como ejemplo el movimiento de las casas micro, inspirado en nociones de lo básico. Pero nuestras “necesidades” son un espejismo. Son elementalmente maleables. Están sujetas al mercadeo craso. Evolucionan a través del lente cultural y el deseo. En fin, son difíciles de pillar y no es accidental que el capitalismo siempre nos jale la alfombra al tratar de fijarlas. Además, a menos que la presente crisis económica eventualmente destruyera al capitalismo, satisfacemos nuestras necesidades a través de una economía cada vez más global, a pesar de las fantasías nacionalistas de autosuficiencia que tengan algunos. Los ideólogos de la sustentabilidad negarán que es más un asunto de poder que de moral, pero lo es. Se trata de quién determina y cómo se decide cuánta es la necesidad razonable para unos y no otros, tanto a nivel local como global. De paso, pido perdón por usar palabras como “local” y “global” porque admito, contrario a la opinión de los ideólogos de la sustentabilidad, que pertenecen a escalas engañosas, especialmente cuando tienen que ver con procesos ecológicos. Pero nada de esto ha detenido al campo de la arquitectura sustentable. Ésta juzga cuánta naturaleza es justa y buena para el consumidor, que no es sino un proyecto global de distribución de recursos y espacio, proyecto al que la arquitectura y la planificación se prestan para ayudar a ordenar y no lo admiten. La arquitectura sustentable se ha circunscrito a una crisis ambiental pero no geopolítica, como bien le conviene a los clientes de los arquitectos. La actual debacle económica ahora se lleva a los pobres arquitectos por el medio, comprobando en parte lo intercaladas que estaban la sustentabilidad y la burbuja. (¿La arquitectura sustentable rascando los cielos de Dubai? Sí se pudo.) Podemos leer en la racha de proyectos verdes una mítica ruptura con el pasado y el fomento de un nuevo mundo. Pero, ¿cuál es el imaginario global de la arquitectura autodenominada como “verde”? ¿Cómo vemos la naturaleza y nuestros usos de ella a partir de esta arquitectura? Creo que podemos vislumbrar dos respuestas a esta última pregunta. Lo que ambas comparten es que tratan su ambientalismo como un problema cuya solución está exclusivamente en el consumo de recursos. La primera tendencia tiene que ver con una arquitectura de abstención. Esta arquitectura imagina un mundo sin seres humanos; la arquitectura es así nuestro UFO para visitar un planeta al que en última instancia solamente podríamos dañar y por tanto no debemos tocar. No sorprende, entonces, la obsesión de los arquitectos con el diseño de estructuras militares, estaciones polares para climas extremos, y las bóvedas postapocalípticas para salvar los bancos de semillas. La segunda tendencia, que parece dominar aún más la imaginación de los arquitectos de hoy, es una arquitectura que intenta engendrar una relación metabólica con el planeta, suponiendo que podemos percibir a través de la ciencia (como si ésta no fuera ideológica) lo que sería un balance ideal. Confieso mi propia participación entusiasta en esta rama en un pasado. Hoy día simpatizo con y me uno al coro de voces que acusan a la modernidad tardía de degradar el medioambiente al punto que ya sufrimos las consecuencias. Sin embargo, las operaciones arquitectónicas que plantean este ciclo natural benevolente se hacen de una idea edénica y se basan en una naturaleza que hace mucho que se domesticó en el primer mundo. ‘Si tan solo dejáramos a la naturaleza funcionar, nos daría todo lo que necesitamos para consumir y consumir bien.’ (¿Acaso pensaron que tanta finca vertical no vendría con sus propios problemas de enfermedad y sanidad?) Sin embargo, ambas ramas verdes idealizan la naturaleza como entidad independiente de la economía, la sociedad y la política. Ambas piensan en la naturaleza como un ámbito auto regenerativo. Distorsionan la historia porque olvidan que la naturaleza siempre ha sido social, empezando por la manera en que el cuerpo mismo, por dentro y por fuera, ha evolucionado a través de las maniobras de supervivencia necesarias como parte de un todo más grande. Lo peor es, como bien señala el teórico de la arquitectura David Gissen, que divorcian el conocimiento necesario para su empresa de diseño de la naturaleza que estudian (véase: http://htcexperiments.org/). Hay que preguntarse: ¿Cómo es que en primer lugar sabemos de esta crisis ambiental si no es por medio de las herramientas (satélites, ordenadores, pruebas genéticas) que nos la revelan? Ciertamente esas herramientas han sido tanto productos como cómplices de la industrialización que nos trajo a este momento de crisis. A su vez, la arquitectura verde las utiliza para medir flujos de energía, cuantificar desperdicios, producir con software de punta y salpicar esta tecnología avanzada por todo lo ancho y alto de sus edificios. Todo esto subraya cómo es más difícil separar la sociedad de la naturaleza —y viceversa— de lo que se quiere imaginar. ¿O es que nos vamos en una nave sin las herramientas de navegación? A lo mejor esta naturaleza con la que estamos bregando para algunos resultaría ser paradójicamente artificial porque hay que verla más como producto que como origen. Dicho sea de paso, la visión de la naturaleza original y prehumana es una visión extremamente machista y urbana, escrita por hombres liberados de muchos encuentros directos con la naturaleza gracias a la división injusta de los géneros y del trabajo, comenzando con el embarazo. Continuemos. Hace falta entonces una representación más afinada. Es decir, si estas opciones arquitectónicas se plantean la naturaleza como algo que se consume (“balanceadamente”, “en moderación”) o no se consume para nada, la alternativa tiene por fuerza que ser una arquitectura conciente de que la crisis del planeta es una crisis —no de destrucción ambiental— sino de producción ambiental. Nuestro fracaso recae en no saber producir naturalezas viables y vivibles. Para finalizar, entonces, hablemos de un ejemplo que muestra otro camino. Veamos una arquitectura que no proyecta una naturaleza original y que refleja la complejidad de un mundo donde lo orgánico y lo industrial están ya entremezclados desde hace rato. Se está dibujando un mapa conceptual y quisiera brevemente tocarlo. Se trata de una casa terminada recientemente en París. Los arquitectos son los franceses François Roche, Stéphanie Lavaux y Jean Navarro, mejor conocidos como R&Sie(n) (pronunciado “heresie”, “herejía” en castellano). Le llaman al proyecto “Lost in Paris”. (Tal vez a propósito —o por accidente— quisieron evocar un cortometraje de Julio Cortázar que lleva el mismo nombre y presenta al personaje esquivo de Cortázar jugando al escondite con Carole Dunlop.) La casa de R&Sie(n) comienza pareciéndose a muchas otras casas verdes: se constituye de muros verdes. Pero en este caso son hasta más exagerados y frondosos —se vuelven algo salvaje— y esconden así la arquitectura “hard” con la arquitectura “soft”. La estructura como tal está cubierta de helechos cultivados en un sistema hidropónico que se alimenta de lluvia almacenada y de una mezcla de minerales que los habitantes tienen que ajustar en el transcurso de las temporadas, según un manual de instrucciones. Lo que me cautiva de esta casa es la relación hidrosocial (entre sujetos fotovoltaicos, sistemas arquitectónicos y seres humanos) que se presenta en un ensamblaje alucinante. El alimento de los helechos se produce dentro de unos frascos de cristal impresionantes. El sistema nutricional es un híbrido compuesto por la obra manual (la creación artesanal de los frascos más el manejo humano de la casa) y la obra natural. Los arquitectos quisieron que la estructura simultáneamente fuera un deleite mecanizado y un espanto orgánico. Se ve que es un trabajo refinado. Pero también nos enajena de nuestra naturaleza acostumbrada. Desde el interior nos confronta con la sensación de que alguien abrió una cortina y vimos un organismo que ni queríamos conocer —el odioso cyborg “mecanorgánico”— pero ahí siempre está y nuestras vidas se enganchan de éste. Desafortunadamente esta visión también tiene algo de nostalgia y es una reafirmación de la vieja modernidad (tal vez se leyeron a la escuela de Francfort) donde parece ser que no nos queda más remedio que socializar la naturaleza dominándola. ¿Cuál es entonces la otra avenida? Todavía no se ha visto del todo, pienso yo. Creo que se ven los contornos en algunas de las magníficas obras del dúo artístico Allora y Calzadilla, en las que experimentan con relaciones dialécticas entre artificio y organismo sin pregonar la idea ilusa de una estabilidad ambiental. Otra opción es la remoción y la resistencia, como en el trabajo de Gordon Matta-Clark. Ahí la tesis es buscarse la manera de hacer nada a la misma vez que se reorganizan los materiales en un ensamblaje nuevo, posiblemente más sustentable. De más está decir a estas alturas que le dije a mi ex-alumna que no solicitara al programa de sustentabilidad y escogiera el de vivienda. Al fin y al cabo, ¿cuál es nuestra primera naturaleza sino la del cuerpo y la vivienda como un todo? Por curiosidad le escribí a ver qué decidió. Contrario a mi sugerencia, se tiró por el de la sustentabilidad (cue la musiquita). Por el lado positivo, habrá que suponer que la nueva generación brindará la precisión que hasta ahora no nos ha dado la sustentabilidad. Hasta el momento esta arquitectura ha evadido la realidad inescapable de tener que vivir en el planeta y producir naturaleza. _____ El autor es candidato a un doctorado en geografía en la Universidad de California, Berkeley, y ha ejercido en el campo de la arquitectura. Anteriormente fue profesor en Arqpoli, Universidad Politécnica de Puerto Rico: hola@javier.est.pr
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