“Otra réplica del terremoto: son muchos los que creen, y no pocos lo afirman, que toda ayuda será inútil, porque los haitianos son incapaces de gobernarse a sí mismos. Llevan en la frente la marca africana. Están predestinados al caos. Es la maldición negra”. Eduardo Galeano, “Las otras réplicas” Haití —en escombros— ahora existe. Hemos tenido que fotografiar la reciente desgracia para remover el parche que escondía a este pueblo en el mapamundi. Hubo que esperar a que la tierra se jamaqueara, a que las placas tectónicas se cansaran de la indiferencia globalizada, para chocarnos con nuestra capacidad de invisibilizar. De hacernos los sordos, los ciegos y los locos. Las portadas de los periódicos, los extensos reportajes, las crónicas, los miles de corresponsales de todos los lados y con todos los acentos y hasta los estatus en Facebook de algún amigo lejano nos han repetido que Haití necesita, que siempre ha necesitado. A pocas millas de Puerto Rico, el trozo de la isla de La Española, país más pobre del hemisferio occidental, implora auxilio. Tal vez por lo mediatizado de la crisis, tal vez porque conmueven y trastocan las imágenes de niños descalzos o cuerpos —unos sin vida, otros sin extremidades y muchos a la intemperie, respirando el olor a muerte— comenzamos a dar la cara. A extender la mano. A descubrir nuestro lado solidario, el que no acostumbramos exponer. Recordamos, aunque recordar no implica entender, a este país olvidado. De golpe súbito, como el de un terremoto, los ciudadanos decidimos hacer resaca en nuestros armarios o comprar latas de salchichas o cajas de agua embotellada para enviarlas hacia Puerto Príncipe, la capital haitiana. Haití is the new black. En otras palabras, Haití “está de moda”. Lamentablemente, ha operado de manera automática, casi mecánica, la buena parte del despliegue de movilizaciones que surge producto de la devastación provocada por el sismo de 7.3 grados en la escala Richter, que azotó al país el 12 de enero a las 5 de la tarde (hora local). José Alberto Rodríguez, presidente de la Unión de Iglesias Adventistas del Séptimo Día de Puerto Rico, quien visita a Haití desde el 2008 junto a un grupo de misioneros, cuestionó el verdadero compromiso generalizado que ha suscitado esta catástrofe. “Ayudar a Haití no es tan sencillo como coger un helicóptero y tomarse fotos con los niños, para que digan ‘wao, ¡qué bueno fue!’. Me gustaría saber qué pasará cuando CNN se vaya. Yo quisiera ver a muchos que ayudan hoy, seis meses después. Esta es una situación crítica que se tiene que pensar muy a largo plazo. La tristeza del pueblo haitiano uno tiene que sentirla sinceramente”, expresó con cierta indignación el pastor. En Estados Unidos hasta el miércoles 3 de febrero se reportaron $644 millones en donaciones. El telemaratón Hope for Haití Now, encabezado por el actor George Clooney y el cantante de rap de origen haitiano Wyclef Jean, logró recaudar más de $57 millones. Esta cifra es un récord en cuanto a donaciones del público en un programa de este tipo. Asimismo, Hope for Haití Now, que se convirtió también en un disco, fue el álbum más encargado en un día en la historia de iTunes y se encontraba en el número uno en la lista de la página en 18 países. Cientos de artistas y de personalidades han hecho donaciones millonarias, como es el caso del propio Clooney, de los actores Leonardo Di Caprio y John Travolta, de la cantante Beyoncé y del ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton, entre muchos otros. En Puerto Rico, también se han donado sumas significativas. En el telemaratón “Abracemos a Haití”, amadrinado por la cantante Olga Tañón, las personas, las organizaciones gubernamentales, políticos y empresas privadas demostraron ese lado “solidario”. Se informó que la aportación final ascendió a $3 millones. Pero “¿y qué con eso?”, vuelve a preguntarse el religioso adventista. “Yo creo que le puedes dar un $1 millón a cada haitiano y eso no cura sus profundas heridas. Esta es una tragedia que es imposible cuantificar, medir, ponerle una cifra de daños. En Haití, lo que siempre ha hecho falta es compromiso, el que se hace con el corazón”, expresó Rodríguez visiblemente emocionado y con la voz entrecortada. Servir con sinceridad Apelando a la sinceridad con la que se debería servir en un momento tan necesario como el que enfrenta Haití, el pastor Rodríguez afirmó que a la vecina nación caribeña hay que ir a colaborar con sensibilidad. “Yo he venido (a Haití) para servir”, aseguró. “El cristiano no mira para el lado. El buen samaritano, el hijo de Dios, mira la necesidad”, manifestó. El Presidente de las Iglesias Adventistas indicó que la organización mundial ADRA (Adventist Development and Relief Agency) con sede en Haití ha sido un recurso importante para brindar ayuda concreta ante la crisis. Su hospital en Puerto Príncipe es una de las pocas instalaciones que permaneció en pie. En ese recinto se atienden cerca de 1,500 pacientes con tan sólo 120 camas. Pero una de las cosas que más ha impresionado a Rodríguez ha sido el ejemplo de servicio desinteresado que han dado los propios haitianos. El pastor reveló que conoció una valerosa enfermera haitiana que luego de la tragedia se convirtió en el único personal de la salud disponible para atender las necesidades de diez mil personas en una de las comunidades. “A esta enfermera yo mismo le haré su casa”, sostuvo el líder adventista cuando habló del compromiso que su unión de iglesias, junto a otros sectores, se ha propuesto para la construcción de 500 residencias que ensamblarán en Puerto Rico y serán trasladadas hacia Haití durante el verano de este año. Rodríguez dijo que la organización que preside tiene otros proyectos que ya habían comenzado desde mucho antes del terremoto. Tal es el caso de la construcción de un sistema de pozos para responder a la severa escasez de agua potable en el país. De hecho, los encargados de dicha encomienda, José Luis Acevedo Torres y Gabino Soto, se encontraban en el momento preciso del movimiento telúrico inaugurando una de las fases del acueducto. Quizás una muestra de esa solidaridad sincera y de ese deseo de servir son las palabras que le hiciera Acevedo Torres a su esposa cuando partió hacia Haití a completar esta labor que comenzó hace más de un año: “Si algo me sucede, muero feliz porque estoy haciendo la obra de Dios”. “Paraíso perdido” Otro que pisaba suelo haitiano aquel terrible 12 de enero fue el fraile franciscano Ángel Darío Carrero. Cuando la tierra tembló, Padre Darío, quien desde la década del 80 ha estado involucrado en proyectos para enviar alimentos a los niños pobres de Haití, entre muchas otras iniciativas, compartía una reflexión junto a Frankétienne, candidato a premio Nobel de la Literatura en 2009, pintor y músico haitiano. Previo al seísmo, ambos comentaban una de las piezas del artista, una que recrea el “dolor haitiano”. Un dolor que Frankétienne también ha articulado en su poesía. Específicamente en el poema Mi ciudad huracanada, Frankétienne se refiere a Haití como un “paraíso perdido”. La desgracia o la maldición, como sostiene el uruguayo Eduardo Galeano, que ha arropado al país desde su liberación del yugo francés en 1804 ha impedido que éste se desarrolle como un espacio idílico. El pago a Francia de una indemnización equivalente hoy día a casi 22 mil millones de dólares, la deforestación, la corrupción de gobiernos dictatoriales y el racismo han hundido a Haití en un sinfín de calamidades. La alusión pesimista del poeta haitiano refleja la decepción que muchos de sus compueblanos consiguen verbalizar. Sobre este tema, Rodríguez compartió con Diálogo una de sus tantas vivencias. Recordó que en una conversación con un joven haitiano, éste le señaló que todo lo malo les pasaba a ellos, “por ser negros”. No sorprende la negatividad de este muchacho. Muchos han sido los que han expuesto públicamente ideas similares, tal como hizo el popular televangelista estadounidense Pat Robertson. Este religioso indicó que “el terremoto es una consecuencia del pacto que los negros haitianos habían hecho con el diablo hace dos siglos”. Dichas expresiones denotan cierto grado de insensibilidad, cierto grado de ignorancia hacia una crisis que requiere la solidaridad, genuina, sincera, del mundo. Afortunadamente, existen más voces comprometidas, para quienes la solidaridad no es meramente una palabra sino la oportunidad de demostrar el verdadero sentido del servicio. Cátedra de ello ha dado la organización puertorriqueña Iniciativa Comunitaria. Esta entidad ha demostrado que pensar en el prójimo no sólo es asunto de quienes persiguen el evangelio. El viernes 29 de enero, partió la brigada médica de puertorriqueños que forma el Comité de Solidaridad con Haití y que constituye un grupo de 13 personas que prestarán sus manos al país francófono. Para el director de Iniciativa Comunitaria, el salubrista José Vargas Vidot —quien tiene a cargo la coordinación de esta brigada— “ha sido un honor” participar de lo constituido como una red de solidaridad. Según Vargas Vidot, quien se intentó contactar en varias ocasiones para la redacción de este artículo, mas por sus constantes viajes de servicio a esta nación vecina no se pudo dar el encuentro, señaló al semanario Claridad “este tipo de brigada es la respuesta más contundente que habrá en Haití debido a que fue preparada por salubristas y se ha coordinado con tiempo”. Además, porque lejos de responder a ‘la histeria de los medios internacionales’ y a las ‘respuestas espectaculares y al glamour del momento’, las brigadas a su cargo responden a organizaciones que llevan años en Haití realizando trabajo solidario y conocen de sobra las necesidades y penurias de ese país, según destaca el semanario. “Su motivación está plagada del más alto sentido de humanidad y se acercan a los necesitados con profundo respeto”, añade. Puede haber esperanza Rodríguez está convencido de que, a pesar de todo, entre tanto desastre, entre la infertilidad de esa tierra, entre la delincuencia, entre el dolor de barriga (el hambre) masivo y entre la nada que se ha convertido la gobernabilidad del Estado haitano, hay espacio para hablar de esperanza. Y sus proyectos futuros denotan cómo se cuela por la delgada rendija la fe. La construcción de dos orfanatos para resguardar a los miles de niños huérfanos, así como el proyecto de alimentación, otro de educación y un esfuerzo sistematizado de proveer estabilidad emocional a las personas que trabajan en los centros ADRA (Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales), otorgando ayudas económicas, vivienda y comida, son obras concretas que invitan a pensar que con trabajo y una mano sincera otro Haití es posible. “Hay mucho por hacer, pero hay que hacer que la gente confíe en lo que hacemos. Necesitamos que la gente vea. Hay que apelar a la solidaridad de los ciudadanos”, resaltó el líder adventista. Haití nos ha dado, o al menos debería darlas, muchas lecciones. Entre ellas “nos ha dicho que los hombres no somos iguales, lo vi en un cristal de un piragüero en Puerto Príncipe”, apuntó Rodríguez. “Allí aprendí que la corbata no hace la diferencia”, explicó. “Pero yo tengo esperanzas. Dios peleará la batalla. En un lugar donde nadie se acuerda de ellos, Dios sí puede”, puntualizó con el rostro mojado. Sus lágrimas cayeron porque como Vargas Vidot, Padre Darío y muchos más, sus manos (francas) agarran a Haití. Sostienen la solidaridad que se impone sobre el servicio frívolo, sobre la ayuda que está de moda. Para ver la edición impresa de Diálogo de febrero haga clic aquí.