Silvia Federici, historiadora estadounidense, sobre mujeres y comunes. Traduzco un extracto de un ensayo más amplio, publicado el pasado 24 de enero en la revista The Commoner.
"Una perspectiva feminista de lo común es importante. Comienza con la comprensión de que, como sujetos primarios del trabajo reproductivo, históricamente y en nuestra época, las mujeres han dependido del acceso a los recursos comunales naturales más que los hombres, han sido más penalizadas por su privación y las más comprometidas en su defensa. Como escribí en Calibán y la bruja (2004), durante la primera fase del desarrollo capitalista las mujeres estuvieron al frente de la lucha contra los cercamientos de las tierras, tanto en Inglaterra como en el “Nuevo Mundo”, y fueron las defensoras más incondicionales de las culturas comunales que la colonización europea intentó destruir. En Perú, cuando los conquistadores españoles se apropiaron de sus ciudades, las mujeres huyeron a las altas montañas donde recrearon formas de vida colectiva que han sobrevivido hasta hoy. No sorprende, pues, que los siglos dieciséis y diecisiete contemplaran el ataque más violento contra las mujeres que se haya producido en la historia de la humanidad: la persecución de las mujeres como brujas.
Hoy, en medio de un nuevo proceso de acumulación primitiva, las mujeres son la principal fuerza social que se opone a una completa comercialización de la naturaleza, apoyando el uso no capitalista de la tierra y una agricultura orientada a la subsistencia. Las mujeres son las agricultoras de subsistencia del mundo. En África, producen el 80% de la comida que consume la gente, a pesar de los intentos del Banco Mundial y de otras agencias por convencerlas de que desvíen sus actividades a cultivos comerciales.
En los años 1990, en muchos pueblos africanos, frente a los incrementos de los precios de los alimentos, se apropiaron de parcelas en tierras públicas y allí plantaron maíz, judías, mandioca, “junto al borde de las carreteras… en parques, cerca de las líneas de ferrocarril” cambiando el paisaje urbano de las ciudades africanas y acabando en el proceso con la separación entre el campo y la ciudad. En India, en Filipinas y por toda América Latina, las mujeres volvieron a plantar árboles en los bosques degradados, unieron sus fuerzas para echar a los madereros, organizaron bloqueos contra las operaciones mineras y la construcción de presas, y dirigieron la revuelta contra la privatización del agua.
La otra cara de la lucha de las mujeres por el acceso directo a los medios de reproducción ha sido la formación, en el Tercer Mundo, desde Camboya a Senegal, de asociaciones de crédito que funcionan como comunes financieros (Podlashuc, 2009). Con diferentes nombres, las tontinas (como se les suele llamar en algunas partes de África) son sistemas financieros autónomos, autogestionados, y organizados por mujeres que aportan liquidez a los individuos o grupos que no tienen acceso a los bancos, trabajando puramente sobre la base de la confianza. En esto se diferencian completamente de los sistemas de microcrédito que promueve el Banco Mundial, que funcionan sobre la base del control y la deshonra, llegando al extremo (por ejemplo, en Níger) de que se cuelguen en lugares públicos fotografías de mujeres que no pudieron devolver los préstamos, por lo que algunas mujeres acaban por suicidarse.
Las mujeres también lideraron el esfuerzo por colectivizar el trabajo reproductivo tanto como un medio para economizar el coste de la reproducción como para protegerse mutuamente de la pobreza, la violencia de Estado y la violencia de hombres individuales. Un ejemplo destacado es el de las ollas comunes que mujeres de Chile y Perú establecieron en los años ochenta cuando, como consecuencia de la inflación severa, ya no pudieron permitirse comprar por sí solas. Como los reclamos de tierras, o la formación de las tontinas, estas prácticas son la expresión de un mundo en el que los lazos comunales son todavía fuertes. Pero sería un error considerarlos como algo pre-político, “natural”, o simplemente un producto de la “tradición.”
Tras las repetidas fases de la colonización, la naturaleza y las costumbres tradicionales ya no existen en ninguna parte del mundo, salvo donde la gente luchó por preservarlas y reiventarlas. Como Leo Podlashuc observó en “Saving Women: Saving the Commons”, el comunalismo de base de las mujeres conduce en la actualidad a la producción de una nueva realidad, da forma a una identidad colectiva, constituye un contrapoder en el hogar y en la comunidad, y abre un proceso de autovalorización y autodeterminación del cual podemos aprender mucho.
La primera lección que podemos obtener de estas luchas es que la "comunalización" de los medios materiales de reproducción es el principal mecanismo por el cual se crea un interés colectivo y vínculos mutuos. Es también la primera línea de resistencia a una vida de esclavitud y la condición para la construcción de espacios autónomos que socavan el control que el capitalismo tiene en nuestras vidas. Indudablemente, las experiencias que describo son modelos que no pueden ser transplantados. Para nosotras, en Norteamérica, el reclamo y la comunitarización de los medios de reproducción deben necesariamente adoptar formas diferentes.
Pero aquí también, al poner en común nuestros recursos y reapropiarnos la riqueza que hemos producido, podemos empezar a desvincular nuestra reproducción de los flujos de mercancías que, por medio del mercado mundial, son responsables de la desposesión de millones en todo el mundo. Podemos empezar a desenredar nuestros medios de vida no solo del mercado mundial sino también de la maquinaria bélica y el sistema de prisiones de los que depende ahora la economía estadounidense. No menos importante es que podamos movernos más allá de la solidaridad abstracta que caracteriza con tanta frecuencia las relaciones en el movimiento, que limita nuestro compromiso, nuestra capacidad para aguantar y los riesgos que estamos dispuestas a tomar.
En un país en el que la propiedad privada se defiende con el mayor arsenal armamentístico del mundo, y donde tres siglos de esclavitud produjeron profunda divisiones en el cuerpo social, la recreación de lo común aparece como una tarea formidable que solo puede realizarse mediante un largo proceso de experimentación, de construcción de alianzas y reparaciones. Pero aunque esta tarea pueda parecer ahora más dificil que pasar por el ojo de una aguja, es también la única posibilidad que tenemos para aumentar el espacio de nuestra autonomía, y para rechazar la aceptación de que nuestra reproducción se produzca a expensas de otros hombres y mujeres comunes, de otros bienes comunes."
El autor es periodista. Vea el texto original en
http://www.javierortiz.net/voz/samuel/una-perspectiva-feminista-de-lo-comun-1