“La muerte no llega más que una vez, pero se hace sentir en todos los momentos de la vida.” Jean de La Bruyére
El artista puertorriqueño Antonio Martorell inauguró la exposición El Velorio Ahora en la sala de exposiciones del Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico, en el recinto de Río Piedras. El evento consta de una colección de obras del artista que reinventan la icónica obra de Francisco Oller: El Velorio, así como otras piezas, también de Martorell, inspiradas en el famoso cuadro de 1893 y en el tema de la muerte.
Martorell toma prestada la imagen original del gran canvas pintado por Oller, para fragmentarla y combinar este imaginario, de finales del siglo XIX, con elementos contemporáneos sobre la muerte y la violencia. Este “pastiche” postmoderno logra fusionar el velorio que plasmó Oller en su obra, con la muerte que nos rodea actualmente, en una exquisita intertextualidad.
Pero ¿por qué voltea la mirada hacia atrás este artista contemporáneo, para volver a darle lecturas a una pieza de arte que tiene más de 100 años de creada? Martorell se une a la larga lista de artistas puertorriqueños que se han embarcado en la aventura
de revisitar la obra maestra de Oller y reinterpretarla. Rafael Trelles, Jorge Soto, Nora Rodríguez, Luis Alonso, Arnaldo Roche, Carmelo Sobrino, Pepón Osorio y José Alicea, entre otros, también habían homenajeado al Velorio con sus reconceptualizaciones.
¿Qué tiene El Velorio que continúa atrayendo a los artistas actuales? ¿Qué es aquello que lo sigue haciendo pertinente, aún luego de casi 120 años? La respuesta, quizás más obvia, es el elemento de la muerte.
La muerte es la única certeza que tiene el ser humano. Sin ella, la vida no tendría sentido alguno, ya que nuestra existencia estaría condenada a un eterno estadio de enti- dad, en el que no valdría la pena apreciar momento alguno, pues nada tendría un final. Es el humano el único ser vivo que piensa en la muerte y la cesantía de su existencia. Por tanto, la defunción es un elemento permanente en toda la creación artística y filosófica que ha generado la humanidad.
En el gran cuadro de Francisco Oller se presencia el velorio de un niño. Actualmente, en Puerto Rico, estamos sobresaturados de muerte y velorios. El año pasado nos dejó con la espeluznante cifra de 1,136 asesinatos, todos en la prensa y los noticieros. Incluso los funerales de algunos resultaron siendo eventos mediáticos, como el del muerto parado, el de la motora o la ambulancia. Además de nuestra única certeza, la muerte se ha convertido en algo tan cotidiano y común como la vida misma.
Pero es ese, quizás, el diálogo terrible que puede sostener El Velorio de Oller con nosotros en el 2012: la indiferencia ante la muerte. En el cuadro, mientras hay un niño muerto visto con tristeza por sólo uno de los presentes en la escena (el esclavo liberado), el resto de los que rodean al difunto infante se encuentra enajenado en su cotidianidad. La muerte del pequeño les termina resultando sin demasiada importancia, mientras el baile, la botella rota y la baraja imperan en el ambiente. La música suena. Los adultos festejan e interactúan entre sí, algunos alegremente mientras otros presentan aires de discusión; en el centro se alza una figura crucificada, en una esquina, un hombre abraza a una mujer. Los niños corretean y juegan por el piso, junto a los perros.
En el Puerto Rico de hoy, miles de velorios acontecen al año mientras el país se sumerge en la misma enajenación del baile, la botella y la baraja. La música, el espectáculo, la farándula, la interacción social, la política, la religión, la sexualidad, el acontecer diario. Todo pareciera opacar el hecho de que la violencia desangra la Isla en todas sus manifestaciones.
¿Habrá reconocido Oller en su época este mal que germinaba en nuestra sociedad? ¿Habrá podido imaginar que los puertorriqueños se habrían de acostumbrar tanto a la cercanía de la muerte que desligados de todo dolor y horror, podrían continuar la fiesta ante el fallecimiento de sus compatriotas, más aun, de sus jóvenes y niños? ¿Sabría que la indiferencia terminaría por opacar cualquier indig- nación ante los incontables casos de violencia doméstica, criminalidad, crímenes pasionales y de odio?
El caso es que Antonio Martorell replantea este cuestionamiento en su exposición. En esta, podemos ver piezas elaboradas con diversas técnicas, a modo de un collage y un pastiche de fragmentos de El Velorio, para crear una actualización del mismo discurso de Oller sobre la muerte y lo que la rodea, sin involucrarse.
El día de la apertura de la exposición El Velorio Ahora, cerca de doscientas personas se dieron cita para acompañar a Antonio Martorell. Sin embargo, un hecho peculiar sobre el comportamiento de los presentes captó rápidamente mi atención. El Velorio de Oller se alzaba imponente en la pared de la sala de exposiciones. En su realidad, los presentes seguían ajenos al evento. Los velorios de Martorell conversaban con su original y en estos, también se repetía el patrón de enajenación.
Acorde con el discurso, los invitados a la apertura de la actividad, se pasearon brevemente por el frente de las obras para luego salir de la sala y entregarse al vino tinto, al buffet de albóndigas, frituras, quesos y la paella. Encontrarse con las amistades y hacer el recorrido social, acompañados por el sonido de la percusión afrolatina de la bomba y el baile. Algunos niños jugueteaban mientras sus padres conversaban.
Curiosamente se daba una nueva representación de aquellos cuadros que ellos habían dejado atrás. Una vez más eran ignorados los velorios para continuar con la cotidianidad que enmarca nuestra sociedad. Sólo algunos pocos presentaban sus respetos para los fallecidos, así como el esclavo emancipado que con tristeza mira al niño difunto en El Velorio de Oller. Definitivamente, el arte es liberador sólo cuando se acepta consecuentemente.