Hugo Chávez resultó reelecto como presidente de Venezuela. Para sus opositores, esto significó una gran desilusión pues muchos estaban convencidos de que Henrique Capriles Radonski resultaría vencedor. En cambio, para mí, no fue más que una “crónica de una victoria anunciada”.
Mi seguridad de que Chávez volvería a ser reelecto (a excepción de esos minutos en los que me permití creer en lo que mi corazón anhelaba y no en lo que mi cabeza decía) no tiene que ver con mis ideologías políticas. Tampoco se debía a una desconfianza en el sistema electoral o que creyera que Chávez haría trampa. Para mí siempre estuvo claro que Hugo Chávez sería el presidente reelecto.
Al saberse el resultado de las elecciones, unos amigos puertorriqueños me preguntaron “¿si Chávez es tan malo, cómo es que vuelve a ganar?” La respuesta es fácil, mas no simple ni obvia. Chávez sigue siendo presidente porque cada pueblo tiene, el gobernante que merece.
No, no digo esta frase a la ligera. Tampoco quiero decir que el 54 por ciento de votantes a favor de Chávez tendrán un castigo merecido por sus convicciones (o inseguridades) políticas. No. Cuando hablo del pueblo, me refiero a toda Venezuela. “Un pueblo ignorante es herramienta ciega de su propia destrucción” decía Simón Bolívar y lamentablemente, todavía hay muchos ignorantes en ambos bandos, Chavistas y opositores.
Para saber la razón por la que Hugo Chávez sigue siendo presidente, primero debemos recordar por qué llegó a serlo en primera instancia. Tristemente, los pueblos tienen una memoria demasiado corta para aprender de su pasado. Chávez no se convirtió en presidente por magia o por trampa. Tampoco fue su fallido golpe de Estado lo que lo sentó en la silla presidencial. Chávez fue electo presidente por una mayoría sin precedentes en 1999.
¿Por qué? Simple. Durante los cuarenta años anteriores al Chavismo, Venezuela vivió una época en la que los hegemónicos partidos políticos Acción Democrática y COPEI se dedicaron a gobernar al país como si de una empresa se tratase. Claro está, estos fueron los partidos que habían acabado con la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, por lo que merecían estar en el poder.
Pero, sumidos en el capitalismo más salvaje y el populismo más vil, los “ADecos” y los “COPEyanos” se acordaban del pobre solamente cuando de conseguir votos se trataba. En una nación con más de 80 por ciento de pobreza, esta gente gobernaba para el 20 por ciento restante: los ricos y la clase media, que tenía un estilo de vida bastante acomodado.
Mientras tanto, el pobre se conformaba con ver de lejos al rico y a la clase media tener la vida con la que ellos solo podían soñar. A cambio, recibían calificativos como “mono”, “malandro”, “Niche”, “marginal”, “tierruo” (equivalentes a “cafre” o “caco” en Puerto Rico). Palabras despectivas que solo tenían un verdadero significado: inferior. Por si fuese poco, al pobre se le acusaba de que “si era pobre, era porque no quería trabajar para salir del hueco en el que estaba”. Esta falacia no sólo implicaba que el pobre era vago y vivía en la calaña, sino que desconocía a aquellos que, aún trabajando y partiéndose el lomo, seguían siendo pobres, o a los millones que simplemente no conseguían un trabajo.
A esto se sumo que comenzó a aumentar la criminalidad, lo que empeoró el panorama. Mucha gente culpa a Chávez de la inseguridad que vive Venezuela hoy en día, pero la verdad es que ésta comenzó mucho antes de 1999. A mí, mucho antes de Chávez, me amarraron en mi casa y se llevaron todo. Me apuntaron con rifles semiautomáticos cuando asaltaron la mansión de unos amigos donde me estaba quedando a dormir. A mi mamá le abrían el carro cada dos meses. Yo caminaba con miedo en la calle y sin poder usar un reloj en la muñeca, antes de que Chávez fuese siquiera liberado de prisión.
Todo este ambiente de inseguridad venía acompañado de un prejuicio gigantesco. Si uno veía un morenito vestido con ropa barata en la calle, uno sospechaba de él porque “seguramente era un malandro o un choro”. Si, lamentablemente este era un estereotipo basado en una realidad, pero no dejaba de causar un distanciamiento aún mayor entre las clases y, por lo tanto, más resentimiento de los pobres.
Cuando tenía 10 años (hace 21 años, 7 antes de Chávez), mientras permanecía amarrado en el piso y se llevaban los aparatos electrónicos de mi casa, un ladrón dijo en voz alta “me voy a llevar el Nintendo, porque mi hermanito no tiene con que jugar”. En mi mente de niño solo pude percatarme de una cosa: “este hombre no nos hace esto porque sea malo, sino porque nos tiene rabia”. Claro, yo era demasiado pequeño para entender qué le había hecho yo para que me castigara llevándose mi Nintendo, pero el sentir el resentimiento en su tono de voz, marcó mi vida para siempre.
Ahora bien, como si se tratara de una olla de presión, el resentimiento y el abandono por parte del gobierno, se fue mezclando y convirtiendo en una bomba de tiempo. Disturbios, saqueos, la criminalidad, dos intentonas de golpe de Estado, estos no son eventos aislados que salieron de la nada. Eran demostraciones de un pueblo descontento y desesperado. Este panorama fue un caldo de cultivo para que apareciera un hombre, que sería visto como un héroe, un símbolo e incluso un mesías.
Hugo Chávez era un hombre que no venía de la clase alta. Un soldado de un pueblo pobre llamado Sabaneta, en el estado Barinas. Se presentó ante ese 80 por ciento de la población y les habló a ellos. Hizo lo que nunca antes nadie había hecho: hablar sobre ellos y para ellos. Era un premio para los que habían sufrido por tanto tiempo, así como un castigo para los que se habían hecho la vista larga. Era el gobernante que merecía Venezuela.
Durante 14 años, Chávez ha mantenido un discurso de odio de clases, acusando a todo quien se le opone de ser “oligarca” e “imperialista”, recordándole a aquellos que lo siguen, que “él vino a hacer lo que nadie había hecho antes”. Votar por sus opositores era volver a votar por el “no pueblo”. Definitivamente, la campaña le ha salido muy bien.
Ese 80 por ciento de la población, que por más de cuarenta años había estado en la boca del gobierno, solo cuando necesitaban votos, ahora está en cada cadena de más de cuatro horas que hace su líder, en todos los canales de televisión. Si el 99 por ciento de todo lo que Chávez dice es mentira, aún así, es un uno por ciento más de lo que por cuarenta años le habían dado a esta gente.
Pero esto no es enteramente culpa de Chávez. Además del discurso chavista, las acciones de la oposición no han sido, por así decirlo, las más brillantes para tratar de neutralizar el efecto del discurso del actual presidente.
En primer lugar, los líderes de la oposición siempre han sido personas de la clase media o alta, en segundo lugar, durante los dos días de golpe de Estado en 2002, cometieron el error de disolver la Asamblea Nacional y quedar como unos dictadores; durante los primeros años de contienda política, subestimaron a Chávez llamándolo loco o bruto, pero aún peor, ninguno se ocupó de intentar ganarse al pueblo. El discurso opositor estaba dirigido al que ya estaba en contra de Chávez, no al que estaba a favor. Una vez más, dejaban al pobre (y por lo tanto a la mayoría) de por fuera. Sí, por supuesto que Capriles hizo lo contrario. Por fin alguien se había dado cuenta de que esto era un error y por lo tanto, se lanzó a la tarea de abrirle los ojos a los chavistas, pero, después de 40 años de oligarquía y 14 años de chavismo, no es tarea fácil convencer a los olvidados que “este blanquito, hijo de ricos y clase media” no los va a abandonar una vez que llegue al poder, como hicieron los anteriores a él. Esto no es una tarea de 3 meses de campaña.
Pero no solo los líderes de esta primera etapa de oposición son culpables de mantener a Chávez en el poder. Los verdaderos culpables siguen siendo el pueblo venezolano. Si ya por un lado tenemos que la clase pobre cree ciegamente en Chávez porque representa al marginado, la clase media y alta no ha ayudado en nada a sembrar dudas sobre esto.
Los opositores no dejan de llamar “mono”, “malandro”, “ignorante”, “bestia”, “bruto”, “animal” y cualquier otra cantidad de adjetivos calificativos denigrantes a Hugo Chávez y a sus seguidores. Ayer, cuando se supo el resultado, rápidamente se llenaron las redes sociales de opositores insultando a los oficialistas. ¿Es esa la manera de demostrar que los que iban por Capriles querían un país en paz y sin divisiones?
Por si fuese poco, no solo siguen alimentando el resentimiento, sino que, están tan convencidos de que son la mayoría, que no aceptan que la mayoría del pueblo quiere a Chávez y que las razones, no sólo son históricas, sino que son culpa de nosotros mismos. A la par de los insultos, salieron miles de tweets, blogs y demás manifestaciones online de las “pruebas de la trampa electoral” que llevó a Chávez a la reelección. “Esto no puede ser, nosotros éramos más, se vio en las marchas”. En las marchas no había más de 6 millones.
Por supuesto que el triunfo de Chávez no es enteramente limpio. Sí, es cierto que hubo una gran porción de votantes chinos, cubanos, bolivianos, etcétera, traídos a Venezuela solo para que votaran por él. También es cierto que muchos electores fueron “obligados” o “convencidos” a votar por el candidato presidente, ya sea por miedo o porque les ofrecieron dinero. Pero esto no suma siete millones de habitantes. No nos ceguemos debido a nuestras pasiones. Sí, afortunadamente se alcanzó un 46 por ciento de votantes que no quieren a Chávez. Durante 14 años ha ido sumándose gente a la oposición, gente que se ha dado cuenta de que Chávez es un fraude y que, ese uno por ciento verdadero de lo que dice, no justifica los atropellos a la libertad, el discurso de odio y violencia, la corrupción sin precedentes y todos los males del Chavismo. Pero todavía no es suficiente y es nuestra propia conducta hacia el oficialista, lo que no lo hace más fácil.
Para ganarle a Hugo Chávez, tiene que haber una verdadera revolución. Un verdadero cambio. Tiene que existir un candidato del pueblo. Uno con el que los marginados se puedan identificar. Uno que no represente a la clase media y alta, sino a la baja. Que no hable bonito ni que nombre a la virgencita y a la paz, mientras el contrincante habla de batallas con la espada de Bolívar en mano.
Los opositores tienen que dejar de ver por encima del hombro al chavista. Dejar de sentirse superiores, más inteligentes, más dignos, con más clase y más patriotas. Sí, los chavistas dicen que los opositores son apátridas y traidores, pero los opositores dicen lo mismo y más de los oficialistas. Tienen que dejar de culpar a Chávez de todos los males del país, así como tienen que reconocer que sí ha hecho cosas positivas. Ningún chavista le creerá el cuento a ningún opositor que venga a decirle que la revolución no ha mejorado en algo su vida. Deben aceptar y admitir que existen pobres, que su realidad no es la misma que la de nosotros y por lo tanto, sus necesidades tampoco son las mismas. Todavía, hoy en día, a pesar de la inseguridad que sigue existiendo y empeorando en Venezuela, a pesar de la inflación y el control de cambio, todavía existen venezolanos que viven su vida totalmente ajenos a la realidad que les rodea, preguntándose cómo es posible que los chavistas sigan votando por quien quiere hacerlos más pobres, sin darse cuenta de que muchos de ellos ya son pobres. Hace falta que entiendan que hay mucha gente con dinero que se está haciendo realmente millonaria con este régimen, y que se las van a arreglar para que esto no se termine.
Para ganarle a Hugo Chávez, los opositores tienen que comprender que el socialismo no es una obra demoníaca; que no es ni bueno ni malo, sino otra ideología política, que tiene muchísimas cosas que se pueden implementar. Tienen que entender que el Capitalismo tampoco es bueno ni malo, pero que ciertamente ha sido el causante de mucha pobreza e injusticia. Tienen que comprender que la revolución bolivariana no es un socialismo. Si eso fuese cierto, los altos líderes chavistas no serían dueños de algunos de los centros comerciales más grandes de Venezuela, ni tendrían yates y autos último modelo ni habría la corrupción que existe en mi patria. Esto también lo tienen que aprender muchos oficialistas, pero es menester de los opositores hacérselo entender y para esto, primero lo deben entender ellos. Los opositores tienen que entender que el imperialismo del que habla Chávez no es un invento. Está basado en cosas muy reales y por eso, la fobia que le ha sembrado en la cabeza a sus seguidores es muy tangible.
La oposición tiene que venir con humildad, sin creer que tiene la verdad de todo y que son mayoría porque sí. Dejar de creer que son los que están en lo cierto y entender que toda historia tiene dos caras. Dejar de creer que ellos son las víctimas de esta historia.
Entender que el que ha estado herido por mucho tiempo es el chavista y que es este quien necesita que le pidan disculpas. Ni con arrogancia ni con superioridad van a lograr convencerlo de que no volverán a marginarlo.
En pocas palabras, para vencer a Chávez, hay que superarnos a nosotros mismos y cambiar todos. Nos quejamos del discurso de odio de Chávez pero somos nosotros quienes lo alimentamos y le damos fuerza. El cambio tiene que venir de todos. Es necesario comenzar a aceptar que si Chávez está en el poder, es porque los venezolanos hemos contribuido a esto. Cada Pueblo tiene el gobernante que merece.
El autor venezolano es periodista y crítico de cine.