Al salir del atelier Ropajes un repicar de tambores arrastra a todo el que los oye hasta el taller de bomba Tamboricua, en donde la diseminación de la cultura puertorriqueña es una prioridad. Allí su directora, Elia Cortés, contagia a todo el que llega con su alegría y su pasión por el ritmo afro-puertorriqueño.
“Yo empecé bien joven a adentrarme al mundo de la bomba. Creo que fue durante la transición de la escuela intermedia a la superior y para aquel entonces yo bailaba plena”, contó.
Durante sus comienzos, Cortés recuerda que no existían talleres que ofrecieran clases de bomba, sino que se aprendía en la marcha.
“Sí se conocía de un taller que era de niños y era un espacio abierto en donde todos los niños que quisieran ir a aprender podían hacerlo. Yo iba en ocasiones y miraba porque al no ser parte de la comunidad, no podía tomar clases. Lo que hacía era que me sentaba y me quedaba mirando para poder aprender”, dijo.
Y su empeño la llevó lejos. Cortés audicionó para distintos grupos de bailes folklóricos hasta que llegó a incursionar en grupos de baile profesionales.
“Empecé a bailar como se baila en Loíza, como se baila bomba en el sur, empecé a bailar bomba como bailaban Los Cepeda, empecé a trabajar con don Tite Curet Alonso en un grupo que tenía, o sea, dondequiera que decían están buscando bailarinas allá yo iba”, recordó.
Fue precisamente durante su incursión en los grupos de baile que comenzó a enseñarles a otras chicas, pues indicó que en el pasado no se acostumbraba a enseñar.
Al pasar el tiempo, la bailarina cursó estudios en educación secundaria y hasta se dedicó a ser asistente paralegal mientras continuaba bailando en los grupos folklóricos. Más adelante, dio a luz a su hija, quien ahora tiene trece años, y fue entonces cuando su participación en el baile mermó. Básicamente, Cortés se encontraba en la disyuntiva de cómo criar a su hija, tener un empleo y continuar bailando.
No obstante, su ex esposo le aconsejó dar clases de bomba pero, a pesar de su experiencia, le tuvo miedo a la idea de entrada.
“Recuerdo que él me dijo que ya yo tenía como 15 años de experiencia, que me atreviera. Fue entonces cuando comencé con una clasecita”, sostuvo. Fue esa clase la que hoy en día, doce años más tarde, la ha mantenido haciendo que los asistentes del Taller muevan las caderas.
“Esto es un taller y no una escuela porque todo el que llega nos enseña pero nosotros también le enseñamos. Es un intercambio”, puntualizó.
El taller de bomba Tamboricua se fundó en el año 1999 en un espacio en Santurce. Cuenta Cortés que el lugar era una casa de madera alquilada y mientras pasaba el tiempo la cantidad de participantes continuaba creciendo. Luego el taller se mudó a la avenida Luis Muñoz Rivera y finalmente fue ubicado a comienzos de la avenida Ponce de León buscando un lugar más amplio.
“Cuando yo llegué a este edificio me topé con la sorpresa de que estuvo vacío durante 80 años. Estaba totalmente lleno de escombros y no servía nada, ni la luz eléctrica ni tenía agua”, recordó. Estuvo un año desechando escombros y habilitando el lugar para su uso, junto con sus familiares y los integrantes deltaller.
Fue para el año 2007 cuando finalmente se abrió el local. Una de las claves de la administración del lugar es que Cortés no lo ve como un negocio, sino como un servicio. “Recuerdo que para abrir mi primer taller yo me fui a la calle San Sebastián y vendí por cuatro días botellas de agua. Con eso saqué los dos meses de renta para abrir mi espacio alquilado, era algo que tenía que hacer”, expresó. Para esta mujer, las dificultades nunca han sido motivo de desgano, al contrario, la fortalecen.
“Yo le doy clases a niños con necesidades especiales, a jóvenes y adultos. Varios de mis participantes provienen de comunidades de escasos recursos y de eso no se cobra. ¿Cómo me las arreglo?, Papá Dios. Seguimos trabajando, siempre llega gente”, confesó.
Sin embargo, la mayoría de su clientela no es de Río Piedras, sino de todas partes de la Isla. Residentes de pueblos tan remotos como Ciales, Humacao, Arecibo y Barceloneta, llegan hasta la Ponce de León para aprender uno de los aspectos de la cultura puertorriqueña.
De otra parte, Cortés también tiene muy claro que no todo puede ser trabajo cuando se tienen niños. Es por esto que toma el mes de julio de vacaciones para dedicárselo a su hija.
“Yo balanceo mi familia que es lo más importante. Cuando más frustrada y triste yo pueda estar, ellos son los que están conmigo. Cuando yo digo ya, no puedo más con esto, mi hija me dice: ‘mami yo estoy tan orgullosa de ti, yo te amo’. Ahí es que yo digo ‘ok’, ¿qué es lo próximo?”, indicó.
En un futuro la instructora de bomba quisiera llevar la experiencia del taller Tamboricua fuera del país. Además, le gustaría crear un centro en el que se puedan trabajar las diferentes expresiones del arte puertorriqueño.
“Mi mayor logro es poder trabajar en lo que es mi pasión que es enseñar y crear conciencia cultural en la gente. También lo es el divulgar que nuestra cultura no puede seguir siendo raptada por la política. Nosotros no somos política, nosotros somos lo que es tu identidad y lo que somos como un pueblo”, finalizó.
Segundo de una serie especial sobre Autoempresarismo femenino en Puerto Rico: emprendimiento y cultura
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