La expresidenta Dilma Rousseff sí cometió un delito de responsabilidad que le costó el mandato, no por los fraudes fiscales por los que la acusaron, sino por haber elegido a Michel Temer como vicepresidente, dice un chiste muy repetido en Brasil.
Ella fue destituida el 31 de agosto, por un fallo del Senado que, por 61 votos a 20, cerró un ciclo de 13 años de gobiernos del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), iniciado en 2003 con la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva.
Rechazado como un “golpe parlamentario” por defensores de Rousseff, aunque la destitución esté prevista en la Constitución por actos que “atenten contra la ley presupuestaria”, su impedimento ascendió al poder a Temer, tan impopular como la primera presidenta que tuvo Brasil.
Abucheos y gritos de “fuera Temer” lo acosan en todas las apariciones públicas, como ocurrió en la apertura de los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos, en agosto y septiembre en Río de Janeiro, y en el desfile militar del Día de la Patria, el 7 de septiembre, en Brasilia.
Le falta la legitimidad de la votación popular, según los críticos, más numerosos que los partidarios del gobierno anterior. Una mayoría de entrevistados en encuestas hechas antes del desenlace del proceso de destitución de Rousseff dijo preferir elecciones como salida para la crisis política brasileña.
No se reconoce el endoso al vicemandatario de los votos que obtuvo la presidenta en octubre de 2014, aunque la postulación sea por fórmulas conjuntas.
La historia de Brasil, y de otros países, especialmente latinoamericanos, señala la vicepresidencia como factor de crisis o una forma inadecuada de superar la crisis que determinó la ausencia del titular.
La figura del substituto presidencial surgió con la primera Constitución republicana, aprobada en febrero de 1891, quince meses después de la proclamación del nuevo régimen.
“En aquella época se justificaba su existencia por los medios de transporte y comunicación ineficientes”, que podrían dejar acéfala la nación por meses en caso de viajes del presidente, recordó a IPS el historiador Daniel Aarão Reis, profesor de la Universidad Federal Fluminense de Niterói, ciudad vecina a Río de Janeiro.
Actualmente el presidente Temer visita Asia. Desde Japón, donde estuvo esta semana, pudo acompañar y orientar trámites parlamentarios sobre temas de interés de su gobierno, por medios de comunicación instantáneos.
La vicepresidencia, en ese sentido, es “una institución anacrónica, que se mantuvo no por desconocimiento de los políticos, sino para su conveniencia, como instrumento de regateo, de ampliar alianzas”, evaluó Aarão Reis.
Por ello, en general se componen fórmulas “incongruentes”, con posiciones discrepantes entre los candidatos a presidente y a su vice, para sellar coaliciones a veces demasiado heterogéneas.
La apuesta es por atraer votos adicionales de otras corrientes políticas, aunque puedan traer riesgos posteriores, como pasó con Rousseff, del izquierdista PT, y el conservador Temer, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB).
“Son alianzas sin criterio que pueden llegar a aberraciones como pasó con el expresidente Fernando Collor (destituido en 1992) y su vice, Itamar Franco, el primero ultraliberal, buscando abrir el mercado nacional, el otro un nacionalista apegado a tradiciones locales”, ejemplificó el historiador.
También Lula, líder sindical, eligió como su vice, en las elecciones presidenciales de 2002 y en la reelección de 2006, al empresario José Alencar, uno de líderes del sector textil en Brasil. En ese caso se trataba de tender una alianza capital-trabajo y neutralizar el temor empresarial al “socialista” PT.
Pero la vicepresidencia genera problemas desde el nacimiento de la República brasileña.
La elección separada, vigente en la Constitución de 1891, resultó ser un vicepresidente opositor, agravando la crisis que condujo a la renuncia del primer presidente brasileño, Deodoro da Fonseca, nueve meses después de su investidura, cediendo el poder a Floriano Peixoto que, por su autoritarismo, ganó el apodo de “mariscal de hierro”.
Hay vicepresidentes que la historia no registra como conspiradores en busca del trono, pero que alzados a la jefatura del gobierno y del Estado, por muerte o renuncia del titular, condujeron el país a desastres de gravedad variada.
João Café Filho, obligado a asumir el poder luego del suicidio de Getulio Vargas el 24 de agosto de 1954, tampoco logró concluir el período de mandato, atropellado por la crisis económica e intentos de golpes y contragolpes, militares y civiles, en un revuelto período de Brasil.
Vargas, conocido “padre de los pobres” por sus políticas sociales y nacionalistas y la adopción de la legislación laboral aún vigente en Brasil, había extinguido la vicepresidencia en su período dictatorial de 1930 a 1945.
Volvió a la presidencia en 1950 por medio de elecciones, pero decidió suicidarse ante las presiones políticas y luego de un asesinato cometido por su guardaespaldas.
El vicepresidente elegido en los dos comicios siguientes, João Goulart, laborista y heredero de Vargas, ascendió a la presidencia por la renuncia del derechista Janio Quadros, en 1961, pero fue derrocado por el golpe militar de 1964, que implantó un régimen castrense hasta 1985.
Los militares dictaron una nueva Constitución en 1967, eliminando la posibilidad de elección separada de presidentes y sus vices. Pero el primer vicepresidente de la dictadura, Pedro Aleixo, un civil, fue impedido de tomar posesión en 1969, cuando el general presidente de turno, Arthur da Costa e Silva, tuvo que dejar el poder por enfermedad.
Con el fin de la dictadura, en 1985, otra tragedia, la muerte del presidente elegido, Tancredo Neves, puso en la presidencia a un político sin legitimidad para gobernar el país en aquel momento.
José Sarney, uno de los líderes civiles del sistema dictatorial extinto, había sido incluido en la fórmula vencedora, como un elemento de transición, en un proceso de redemocratización tolerado y aún controlado por los militares, que no permitieron elecciones directas por el voto popular en 1985, sino por el parlamento.
Pero era natural que el gobierno de Sarney (1985-1990) fuese afectado por la debilidad política, agravada por la crisis de la deuda externa en la llamada “década perdida”.
Las fórmulas inconsistentes del llamado “presidencialismo de coalición” se convirtieron en regla y otros dos vicepresidentes asumieron el poder desde que la Constitución brasileña de 1988 impulsó la democratización. Franco en 1992 y Temer en 2016 representan un vuelco en las políticas aprobadas por los electores.
La extinción de la obsoleta vicepresidencia, sin embargo, no está en el horizonte de la reforma política que se discute en Brasil. Sería exigir demasiado que se discutiera tal asunto cuando alguien elegido vicepresidente conduce los destinos del país.
En América Latina, pese a las polémicas que en varios países han involucrado a los vicepresidentes, no se redefinió el papel de esos coadyuvantes, como ocurrió en Estados Unidos, según ensayos de Mario Serrafero, cientista político argentino, autor de “El poder y su sombra – los vicepresidentes” (1999) y “Hacia una nueva vicepresidencia. Reflexiones desde el caso norteamericano” (2013).