“Los cerebros que se van y el corazón que se queda” es un ensayo de la escritora Magali García Ramis que describe la ansiedad y los argumentos que han utilizado miles de puertorriqueños para emigrar hacia los Estados Unidos. Muchos de los argumentos esbozados en ese texto se han reproducido en conversaciones rutinarias en nuestros alrededores. Como resultado de esta tendencia, para el 2005, el Negociado Federal del Censo de los Estados Unidos estimó la población puertorriqueña fuera de la Isla era mayor que la población local.
Todos tenemos un pariente cercano residiendo en los Estados Unidos. Los efectos de la ley Promesa, Irma, María y FEMA sobre Puerto Rico fueron para muchos los detonantes para acelerar unas decisiones previamente tomadas. Por otro lado, los que han decidido quedarse en la Isla se han planteado esta alternativa en muchas ocasiones. La opción “JetBlue” siempre está presente en la memoria colectiva del País.
Las opciones de emigrar no han estado libres de controversias. A diario vemos decenas de mensajes en las redes sociales entre “los que quieren irse” y “los que se quedan”. Las justificaciones que giran entre ambos bandos varían desde argumentos estrictamente económicas, juicios políticos, temores personales y asuntos de salud física y mental. Entre 2005 y 2009 más de 300,000 personas de Puerto Rico se mudaron a los Estados Unidos. Alrededor de 160,000 regresaron a la Isla, por lo que el balance migratorio fue de 140,000 personas.
La exposición mediática local sobre la emigración hacia “el norte” tiene ribetes apocalípticos. Es un acontecimiento farandulero y una gran noticia familiar: “irse de la Isla”. Parece que nuestro país se va a despoblar y que la salida tiene que ser a la mayor brevedad posible. Nada más lejos de la verdad. De hecho, durante periodos de baja emigración aflora el argumento noticioso de ser una “isla sobrepoblada y sin recursos”.
¿En qué quedamos? Claramente, miles de personas han emigrado no solo a los Estados Unidos sino a otros países. No solo hay boricuas en Florida, Nueva York, Pennsylvania y Texas, sino que también se han establecido en México, Costa Rica, Colombia, Cuba, Reino Unido, Alemania y Australia. Todos han tenido una razón válida para tomar esta decisión y para muchos fue dolorosa.
Emigrar no es nada nuevo en nuestro Caribe, por el contrario, el movimiento poblacional constituye un elemento protagónico en la historia y geografía de la región. La salida masificada de miles de cubanos, haitianos, mejicanos, jamaiquinos, panameños, dominicanos por alguna circunstancia no representó el final de su país. Los huracanes, volcanes, terremotos, devaluaciones de monedas, cambios políticos abruptos y luchas armadas son parte de nuestro hemisferio y continuarán generando mucho movimiento poblacional. Si revisamos detenidamente la historia caribeña, veremos que las migraciones son constantes, continuas e intensas. El movimiento de la población, sea temporera o permanente, es parte del paisaje demográfico caribeño.
No es la primera vez que Puerto Rico enfrenta un evento migratorio intenso y extenso. Entre 1950 y 1955 emigraron más de 500,000 hacia el este de los Estados Unidos en “La guagua aérea” de Luis Rafael Sánchez. Existe mucha preocupación mayor ante el éxodo de profesionales en Puerto Rico. Desde entonces, la mayor parte de estos están obligados a irse de la Isla por no tener unas condiciones laborables favorables.
Magali García Ramis resume este cuadro de la siguiente manera: ” […] se suben a diario a los aviones rumbo a otra vida: doctores a Dallas, profesoras a Boston, maestros a Rutgers, pintores a San Francisco, trabajadores sociales a Nueva York, enfermeras a Chicago, arquitectos a Miami, investigadores a Washington, sociólogas a México, ingenieros a Arabia Saudita, todos profesionales, porque “Cerebro” es aquí sinónimo de un graduado universitario o una experiencia profesional y abarca lo mismo policías, psicólogos, recién graduados que treintoncitos, y todos, a falta del tren de la ausencia, se montan en el avión del recuerdo”.
La cantidad de vuelos llenos que salen de los aeropuertos de Carolina, Ponce y Aguadilla es comúnmente utilizado como rúbrica para señalar el despoblamiento de Puerto Rico. Vemos los vuelos que despegan, pero no observamos los vuelos que aterrizan. Hay miles de personas que están regresando a la Isla. Las razones de sus llegadas son tan heterogéneas como las razones para irse. Nuevamente, todas son válidas. Sin embargo, los únicos testigos de este retorno son los familiares de los que regresan y los taxistas del aeropuerto. Este regreso no es noticia. Quizás porque llegan muy tarde en la noche o en las madrugadas.
Los estimados sobre este retorno están en al menos en 30%. Es decir, una de cada tres personas están de regreso y de no serlo, son inmigrantes. Este escenario siempre tendrá un margen de error amplio. Muchos de los que salen y vienen serán solo eso: migrantes.
Pasarán muchos años viajando, residiendo, consumiendo y disfrutando en ambos lugares; aquí y allá. Todos tenemos un pariente que se pasa viajando entre Puerto Rico y Estados Unidos. Ese segmento de la población, por diversas razones, continuará aumentando y creando incertidumbre sobre la verdadera cantidad de puertorriqueños que han emigrado a diferentes latitudes. Un viaje aéreo desde el sur de Florida hasta San Juan es más corto que un viaje en carro de San Juan a Mayagüez.
Ciertamente, la emigración que se registra en Puerto Rico no debe tomarse superficialmente. Pero tampoco debe ser manejado como un evento calamitoso. Somos los que somos y todavía quedan muchas manos disponibles y deseosas para remar nuestra nave hacia el puerto que merecemos como país. Muchos no podrán o querrán seguir remando y tendrán todo el derecho de bajarse en un puerto cercano. Vamos a levantar el País con ayuda o sin ayuda. Será un trayecto largo y difícil, pero al final nos daremos cuenta que el viaje valió la pena y que hicimos lo correcto.
El Caribe es agua salada y está constituido de muchos botes que llevan años remando. Los botes de Islas Vírgenes y Barbuda están junto a nosotros. Ellos y ellas tienen que remar mucho. El bote de Haití lleva varios años remando, quizás demasiado tiempo. Los cubanos y cubanas remaron solos por varias décadas mientras que los dominicanos y dominicanas sienten que están llegando a su puerto.
A nosotros nos hicieron creer que estábamos en un puerto seguro, pero no fue así. Hay muchos boricuas en ese puerto, pero como país debemos mover nuestra nave. Remando nos daremos cuenta de quiénes somos y nos daremos cuenta de que tenemos la carga que necesitamos para el viaje.
Seguirán ocurriendo eventos en nuestro Caribe en donde tendremos botes llegando a su destino y otros comenzando a zarpar hacia nuevos destinos. Todos somos migrantes. Esa es la verdadera historia de ser antillano y antillana.