Esta película no debería llegar a la pantalla del cine. Es uno de esos largometrajes tan faltos de artesanía cinematográfica básica que usualmente van directo a DVD o televisión. Dos o tres productores juntaron un dinerito, apostaron a un tema explotado, buscaron un libretista zángano y actores casi conocidos, alquilaron una retahíla de uniformes de Segunda Guerra Mundial (de los que deben haber miles de millones guardados en almacenes) y montaron un facsímil razonable de una historia con las esperanzas de lucrarse.
—¿A cuánto están los uniformes?
—Pues no sé, pero si te los llevas todos, te bajo el precio. Pero no tenemos botas.
—No importa, cada actor que se ponga las suyas.
—Trato hecho.
Algo así me imagino fue el proceso de preproducción.
Walking with the Enemy se vende como una de esas historias esperanzadoras basadas en hechos verídicos, pero el producto narrativo es tan pacotilla que despierta sospechas. Es tan vaga que casi parece propaganda.
La trama trata sobre la posición precaria que ocupó Hungría en la Segunda Guerra Mundial cuando Estados Unidos ayudó a tornar la suerte de los Aliados en el campo de batalla europeo. Después de una alianza política con Adolfo Hitler que benefició a Hungría, manteniendo protegida a su población judía al principio de la guerra, el partido fascista húngaro la Cruz de Flechas (The Arrow Cross Party) comenzó a capturar y ejecutar judíos bajo el mando del partido Nazi.
Desgraciadamente esas dos oraciones de resumen histórico son mucho más interesantes que la misma película, ya que ésta se enfoca en la inepta misión de un héroe necio y sus hazañas mal contadas. Cuando la Cruz de Flechas lo separa de su familia para enviarlo a un campamento de trabajo forzado, Elek Cohen (Jonas Armstrong) se escapa y se hace pasar por oficial Nazi para rescatar, sin plan discernible, a cientos de judíos.
En el transcurso de sus aventuras idiotas, Elek ve morir a montones de personajes secundarios sin sentido ni repercusión real, soltando una lágrima o gritando desgarradoramente por cada uno de ellos, aunque el público no pueda distinguirlos ni por cara o nombre.
No había presupuesto para efectos especiales, así que todos los disparos ocurren fuera de la toma y los soldados se tiran al suelo como futbolistas, sin sangre ni herida visible.
Mientras las escenas corren sin razón ni arte, los personajes conversan en diálogo explicativo como autómatas de un museo. Dicen cosas como “los nazis están atacando” justo después de que vemos a los nazis atacar o anuncian el objetivo de cada escena, explicando lo que pasa en pantalla.
Los torpes cortes del editor siempre ocurren justo después de que un actor escupe la última línea de la escena en close up, creando un tren de imágenes con efecto similar al del fotoensayo en PowerPoint que prepara un niño para el cumpleaños de su abuela.
Para evitar continuar listando las razones por las que Walking no es una película de cine, la prefiero clasificar como pornografía de la tragedia, como mínimo, y estafa como máximo. El holocausto judío fue un evento histórico funesto con repercusiones intrazables, por lo que auspiciar un producto que lo explota de forma descarada es verdaderamente una pena.