En una diatriba contra el libro de Nelson A. Denis, War Against All Puerto Ricans (Nation Books, Nueva York, 2015), el profesor Luis A. Ferrao califica de ‘mentiras’ los errores e inexactitudes del libro. Sorprende la agresividad. Un cierto establishment no gusta del libro o lo condena.
Pero los errores del libro son marginales; han generado dudas en cuanto a citas y fuentes, y la falta de ellas, y dejan ver problemas de edición y descuido a veces burdo. Debe corregirse; es un libro valioso y debería discutirse en lo más posible. La notable recepción que ha tenido en Estados Unidos acaso se debe a que mucho de lo que informa, que el independentismo viene denunciando desde hace largas décadas, tiende a confirmarse con revelaciones en tiempos recientes sobre la perversidad del estado norteamericano. Un libro bueno puede corregir sus errores en nuevas ediciones. Un libro malo no.
El ataque de Ferrao apareció en la publicación Diálogo de la Universidad de Puerto Rico el 24, 25 y 26 de septiembre de 2015 (“29 lies (and more to come) in the fictitious War Against All Puerto Ricans”). Diálogo lo presenta anunciando que Ferrao realizó una “cuidadosa revisión” del libro, pero las críticas del profesor son muy secundarias en comparación con las descripciones de la bárbara represión contra los nacionalistas durante los años 30, 40 y 50 —que el gobierno tradicionalmente ha intentado retirar de la conciencia pública— y la degradante participación que tuvo en ella el funcionario colonial Luis Muñoz Marín. Denis contratacó en Latino Rebels el 28 de septiembre (“The many lies of Luis Ferrao“). El libro de 1990 de Ferrao —catedrático de la UPR—, Pedro Albizu Campos y el nacionalismo puertorriqueño, sugirió la precaria idea de que los nacionalistas puertorriqueños se adscribían al fascismo.
El libro de Denis provoca dudas en el capítulo 14, “The OSS Agent”, pues parece tener elementos de novela o cine. Los estudiosos académicos deben resignarse a un imponente hecho de la vida, y es que una parte del estado mantiene en secreto sus operaciones y agentes. Pero con imaginación —informada— se puede atisbar el ilimitado poder del aparato militar y de inteligencia de Estados Unidos en Puerto Rico. Dada la falta de medios informativos anticoloniales en los últimos tiempos, para muchos jóvenes es invisible e ignota la gran actividad conspirativa y secreta del sistema norteamericano. Esta desinformación genera ingenuidad y candidez.
Ferrao expresa gran alarma ante la posibilidad de engaño o timo, algo así como cuando se nos alerta contra el robo de identidad o el fraude rampante. Protéjanse contra este mentiroso y contra los falsos historiadores, parece decir. La corrección metódica y los usos de la ciencia y la academia, sugiere, nos salvarán de la falta de verdad.
Sin duda son indispensables el rigor investigativo y la solvencia de fuentes y citas, pero, por otro lado, el colonialismo seguramente se deleita con la insistencia en la minuciosidad profesional que, sin embargo, ignora grandes crímenes. Quizá algunos puertorriqueños son tan educados que no ven lo obvio.
Cierta visión de la veracidad privilegia los datos sobre la teoría, la hipótesis (el marco referencial, punto de partida y sospecha que dan sentido a la mirada y al examen empírico) y la interrogación filosófica y política. Sin embargo, abundan casos de datos contradictorios sobre lo mismo y de observaciones contrarias a la vez que rigurosas. Se dan la meticulosidad y exactitud en el trato de datos y referencias que, sin embargo, arriban a conclusiones falsas, superficiales y mediocres. A veces es eficiente y apropiada la labor historiográfica, científica, académica y editorial, o sea técnicamente limpia, pero evade problemas históricos esenciales y de gran pertinencia humana.
En realidad el recurso principal contra lo falso es el propio razonamiento interrogativo e informado, el buen pensar, la lectura de interpretaciones distintas, la independencia de criterio y la conciencia del proceso social y de la propia posición en el mismo. Este recurso no sólo previene contra el supuesto mundo de embusteros que nos rodea, sino que reclama calidad alta a quien proponga públicamente sus ideas y narraciones, y al pensamiento de uno mismo. Esperar que un historiador o quien sea nos dé la verdad por su exactitud fáctica equivale a una mentalidad de dependencia respecto al conocimiento. No hay que esperar “garantías” o que el control de calidad resida solamente en el otro, en la producción de la cosa, en este caso del libro.
Información es lo que se nos da, como un dato, una fuente, una observación, un hecho. Conocimiento, en cambio, es lo que la propia mente —no el cerebro sino la mente, que es un conjunto de relaciones y un proceso individual y social— construye con las herramientas y el entrenamiento que posea; es la evaluación de los hechos que aparecen, y el juicio sobre los datos que se presentan y lo que es principal y secundario; es el significado que se construye de las cosas, las narraciones y observaciones. Es lo que la mente produce con lo que recibe del mundo. La información se la dan a uno: nos la da la prensa, la Internet, la escuela, el documento, el comercio, la estadística, el gobierno, un texto. Pero nadie le da a uno el conocimiento, la capacidad de pensar, investigar y juzgar. Lo crea uno mismo en un proceso de crecimiento, según el grado de riqueza y perspicacia que logre. Discutir las informaciones también genera conocimiento.
Algunas condenas al texto de Denis alegan intenciones del autor: es un mentiroso, quiere hacer dinero vendiendo libros, busca fama o marketing. Pero no intentan demostrar las insinuaciones y conjeturas que dicen, e incurren en lo mismo que critican. Buena parte de la saña contra War Against All Puerto Ricans puede deberse a lo maltrecha que queda la imagen de Muñoz Marín después de leerse el libro, y a la asociación, que puede hacerse sin dificultad, de aquella represión con la política que ha llevado al Puerto Rico actual a su lastimosa situación.
Conviene aquí recordar el concepto de la ideología, es decir la visión de mundo, las creencias y suposiciones que nos informan y se reproducen en la actividad práctica diaria, en el trabajo, el ambiente y los intereses propios. Las ideologías se corresponden con la posición del sujeto en las contradicciones y relaciones de poder entre los grupos y tendencias que forman el todo social. Quizá en parte siguiendo la idea —de Immanuel Kant— de que no podemos conocer la cosa en sí excepto desde algún punto de vista, entre los marxistas se propuso que conocemos sólo mediante alguna ideología. No es la ideología pensamiento en abstracto, sino el modo en que vivimos el mundo práctico, concreto y conflictivo y, por así decir, los espejuelos con que vemos las cosas. De ello dependería, digamos, que importe mucho o poco que el ejército masacre y bombardee gente. Nadie escapa de la ideología, según este concepto, y la cuestión sería cuál ideología resulta intelectual y moralmente superior o cómo se relaciona con el interés de las mayorías.
Es, desde luego, una discusión. Antonio Gramsci señaló que la ciencia moderna es también una ideología. Que lo sea no le resta sus méritos, si bien habría que tener conciencia de ello. A la vez, el debate y cuestionamiento que promueven la ciencia y la filosofía sin cesar ponen en entredicho las ideologías de clases subordinadas y dominantes. Esta discusión se da en la academia y fuera de ella. La academia es una importante conquista social, a la vez que en general está articulada a las ideologías dominantes y al estado, instancias que pretenden no ser ideológicas y ser neutrales.
En todo caso, ha sufrido alguna inestabilidad el presupuesto de la exterioridad del observador respecto al objeto. En este sentido una fértil tensión subyace el texto de Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana (1846), el cual, mientras insiste en la exterioridad del mundo objetivo y material respecto al sujeto, describe ricamente el proceso social en que las ideas son inseparables del mundo material.
Han surgido corrientes que cuestionaban, y desafiaban, preceptos caros a la ciencia como exterioridad del objeto respecto al observador, realidad objetiva y la demostración como verdad y realidad. Quizá eran impulsos de rebeldía por la cercanía de la ciencia moderna a la cultura dominante y al conformismo. A veces intelectuales de ciencias naturales creyentes hasta el fin en la ciencia coincidían en negar la cientificidad de las ciencias sociales con intelectuales de ciencias sociales deseosos de alejarse de la ciencia.
Aparecen nuevas literaturas híbridas, que mezclan ficción y verdad histórica (o científica). Otras resaltan los momentos en que se confunden la narrativa literaria y la realidad, o la ficción se informa de realidad o la realidad de ficción. En 1983 Seva, de Luis López Nieves, provocó una conmoción, al menos en ciertos círculos. Este cuento ficcional aparentaba revelar una parte de la historia de Puerto Rico ignorada por todos. Fue tan bien montado técnica y editorialmente que muchos lectores creyeron que era verdad, sólo para descubrir después, a menudo con risa o con enfado, que era una especie de engaño o practical joke cuyo éxito se fundó en la ansiedad de los puertorriqueños por la ignorancia de su historia.
En una onda diferente, en los años ‘80 y ‘90 corrientes de extrema derecha afirmaron que era falso que el nazismo hubiera exterminado millones de judíos y que era una construcción literaria montada sobre todo por judíos y comunistas. Despuntaba entonces la idea de que la historia es sólo una serie de narrativas y textos. También circuló la idea de que la realidad es falsa ya que es una construcción social, en lugar de que es cierta justamente porque es una construcción social.
En buena medida la indistinción entre ficción e historia (o realidad) se fundaba en la idea de que el lenguaje crea la realidad. La literatura narrativa entonces pasaba a un estatus más alto y la ciencia entraba en crisis de autoridad y veía reducido su prestigio. Pero a fin de cuentas quizá se trata de debates entre élites académicas mientras grandes masas sufren en carne propia la realidad histórica.
Con el gran aumento de la producción en lo económico y en lo educativo a partir de la década de 1950, se expandió como nunca antes la actividad universitaria. Se consolidó la globalidad capitalista a la vez que tendencias populares y de grupos subordinados desarrollaron esfuerzos políticos y conceptuales. Señalaron que los lenguajes y discursos que prevalecen son los de las clases y países dominantes, y que el sujeto debe establecer una distancia, o diferencia, respecto a los significados y la realidad que se imponen. La verdad, la ciencia y la historia dominantes se remitían a instituciones y contenidos positivistas, occidentalistas, eurocéntricos y patriarcales, muchas veces en función de ideologías imperialistas y racistas. Estas instituciones albergaban sistemas de autoridad, prestigio, poder, mercado y dinero; grados, títulos y privilegios académicos; mainstreams editoriales; y articulaciones de la academia al estado. El conocimiento era custodiado por pequeños grupos de expertos.
Debates sobre la historia oral han incluido temas de la credibilidad de las fuentes, el valor de la palabra hablada versus la poderosa palabra escrita e impresa, la cultura popular y los efectos de las contradicciones entre clases en lo simbólico y significativo.
La formación del investigador es una lucha larga. Algunos proponen que, a fin de cuentas, prevalezca la intuición del investigador: lo que su corazón —por así decir— le asegura que es verdad; la conciencia de las cosas que ha formado no sólo en sus estudios sino en general, gracias a criterios y puntos de referencia que dan certeza a su vida. Que partiendo de aquí ponga a prueba la calidad de sus premisas y razonamientos y exponga con honestidad las posibles limitaciones de su estudio, así como el interés que lo guía.
Existe la suposición de que la academia y sus métodos y usos son necesariamente el único o el óptimo terreno en que se produce conocimiento. Es parte del “sentido común” del estado y se relaciona con las especializaciones (parte del mercado). Sin embargo, ¿no puede hacer una contribución valiosa un trabajo que en algunas partes muestre debilidades científicas, académicas o editoriales, pero brinde información importante para el mundo? Claro que sí. Las contribuciones culturales tienen a menudo carácter contradictorio, pero en Puerto Rico son poderosos los mitos en torno a la universidad y la ciencia como garantías de excelencia, mientras se interroga poco el rol de la UPR en la reproducción del colonialismo y en la cooptación de los intelectuales.
Son muchas las aportaciones al margen de la academia como parte de corrientes alternativas, anticoloniales y radicales. A menudo han tenido fallas y dejado ver limitaciones educativas, socioeconómicas o anímicas de los autores, así como su arrojo y originalidad. Las limitaciones son consideradas tales por otros, pero muchas veces se trata de aproximaciones diferentes y de formaciones personales y culturales diferentes.
Ciertos errores de War Against All Puerto Ricans sugieren desconocimiento de saberes comunes para quien vive en la Isla. Dejan ver que el autor vive en un universo muy distinto a Puerto Rico —en sentido geográfico pero además referencial y cultural— y carece de algunas informaciones corrientes en la Isla. En el universo colonial de la Isla, entre los intelectuales y académicos son muy conocidas ciertas literaturas, poesías, lugares y puntos de referencia. Ocurre en todos los universos sociales: lo que en un lado se supone con naturalidad, en otra parte es irrelevante o irreverente. Es conocido, por ejemplo, el pavor que causaba a algunos independentistas, y lo inconcebible que era para ellos, que obreros supuestamente brutos e incultos fuesen a representar la patria y la causa libertadora.
No debe ignorarse una brecha entre la actividad intelectual (y política) de la Isla y la de los puertorriqueños en Estados Unidos. Esta brecha incluye prejuicios, también de clase e ideológicos y, en ambos lados, puntos ciegos de ignorancia sobre el otro lado y sobre el propio. A la vez la brecha es atravesada por deseo mutuo de comunicación.
Las preocupaciones sobre las partes del texto de Denis que han provocado dudas sobre sus criterios y métodos son más justificables aún por el gran impacto que ha tenido el libro. Éste informa datos y memorias sobre la brutal represión que cayó sobre Pedro Albizu Campos y los nacionalistas; la pila de crímenes sobre la cual se monta la imagen falsa de desarrollo y modernidad de Puerto Rico; y la irresponsabilidad social que desde hace más de un siglo ha sido estructural al régimen colonial y al gobierno de Puerto Rico. Expone bien una parte importante de Puerto Rico como país reprimido, con el valor añadido de que es en inglés, y así podría tener un efecto sobre instituciones y medios de comunicación en Estados Unidos y muchas otras partes del mundo.
Aunque el título del libro no correspondiera a la cita de E. Francis Riggs —ejecutado por los nacionalistas en 1936— seguiría siendo cierto. El gobierno estadounidense impuso a la fuerza en Puerto Rico un modo de vida fundado en que los individuos accedan al desarrollo personal que puedan dentro del mercado y el sistema legal de Estados Unidos, mientras desestimó y suprimió los derechos de Puerto Rico como país y comunidad histórica, como si la realidad y el desarrollo incluyesen sólo al individuo en el mercado. Para ello debió reprimir violentamente a Puerto Rico como país y como desarrollo colectivo, y lanzar una guerra contra los puertorriqueños como un todo, en que desató gran crueldad y mostró un desprecio racista similar al de otros casos extremos del fenómeno del imperialismo moderno.
La actual postración económica, social y política de Puerto Rico es fruto de aquella represión fundacional y de la irresponsabilidad del gobierno colonial. En la Isla prevalece hoy una incapacidad para organizar los recursos, el trabajo, el intelecto y el gobierno; endeudamiento colosal por operar en función de capital ausentista; un gobierno que no potencia el talento, la productividad ni la capacidad de los puertorriqueños de organizar una sociedad, y más bien las restringe; una dispersión que cancela las contribuciones y esfuerzos; y un desangramiento de fuerzas vitales, promovido por el gobierno, con la emigración de fuerza trabajadora (por lo que pronto se acabará la riqueza para que continúe el estilo de vida artificial que hubo por unas pocas décadas). Habría que reconstruir todo el conjunto, pero quizá no sea posible. Es asombroso que todavía circule una infantil “ideología puertorriqueña” que ve a Muñoz Marín como un supuesto genio político y un líder del “desarrollo”.
Ha sido un crimen, aunque muchos puertorriqueños no se hayan enterado (quizá sobre todo en la Isla). Parafraseando a Jean Baudrillard, ha sido un crimen perfecto: se ha exterminado la realidad y han desaparecido el cadáver, los perpetradores y el motivo. Sólo existe una repetición de apariencias y datos. De lo real no hay ni rastro. La verdad fue destruida, y el secreto del crimen nunca fue expuesto (The Perfect Crime, Verso, 2007).
El autor es catedrático en el Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Estudios Generales en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.