
Si va al cine este fin de semana con la intención de ver una película para reír a carcajadas, continúe esa búsqueda lejos de War Dogs, que estrena hoy. En este filme, dirigido por Todd Phillips, los protagonistas están encasillados en un guión y una historia que carecen de encanto. Una mano sobra para contar sus mejores momentos.
Basada en una historia verídica, War Dogs sigue a dos jóvenes, David Packouz (Miles Teller) y Efraim Diveroli (Jonah Hill), quienes se desempeñan como mediadores de la venta y entrega de equipo de guerra para las fuerzas armadas estadounidenses.
Las expectativas hacia esta película estaban relativamente altas entre los fanáticos de comedias como The Hangover y Old School, pues War Dogs llega de la mano del mismo director (Phillips). Sin embargo, el público saldrá defraudado al darse cuenta que esto ni es una comedia, ni es un drama, solo una excusa para visibilizar las irregularidades en el trabajo de estos pilares de conflictos bélicos. Es un buen fin, pero el medio utilizado no fue el más acertado.
La película comienza con una compilación de imágenes sobre la guerra, principalmente de noticiarios, acompañadas de la narración de Teller que, por cierto, continúa en el resto del filme. Es un comienzo prometedor, y es aquí donde el espectador piensa que aprenderá sobre un tema serio pero con un giro ingenioso, algo así como lo que The Big Short hizo con la crisis económica y Wall Street. Sin embargo, la magia se esfuma después de esta breve introducción y ni el talento de sus protagonistas puede remediarlo.
En términos de la historia, segmentada por capítulos que más bien son oraciones o frases presentadas con un fondo negro y texto blanco, no se destaca nada fuera de lo usual y previamente visto en otras películas de este tipo. O sea, historias verídicas que a la hora de ser llevadas al cine intentan ser graciosas pero resultan planas y lentas. Ver War Dogs es como ver Pain and Gain, pero con un poquito más de gracia. La gracia, en gran parte, recae en Jonah Hill y, precisamente, el modo en que se ríe. Fuera de eso, simplemente se pasa el rato a la espera de que llegue algo mejor (que nunca llega).
El extenso repertorio musical, por su parte, es incorporado de la misma manera en que el director lo ha hecho en obras previas como The Hangover. La diferencia es que en esta película no tiene el mismo efecto. Aquí aumenta expectativas y prepara al público para lo que creen es un momento importante, pero desemboca en opacar la acción.
Además de Teller y Hill, Bradley Cooper y Ana de Armas hacen apariciones en la película. Él, como un reconocido ‘negociante’ y ella, como la novia de Teller, Iz, cuyo rol se compone de ser novia y madre. Incluso, su personaje sale de su casa en dos ocasiones: estar en la playa con su novio e hija y correr aterrada ante la ausencia de su novio.
En resumidas cuentas, la película prometía ser graciosa, pero no lo logra. Prometía ser un drama, pero sus intentos infructuosos de ser cómica le restan seriedad. Lo único que sí cumple es llevar esta historia a un público más amplio, a conocer el trabajo de estos mercaderes de guerra, aunque eso se impulse en un truco publicitario para hacernos llegar a verla.