Por: Carmen Orama López, Ph. D.
De camino al colegio, a través del altoparlante estruendoso de una emisora local, escuché atentamente la punzante ‘lírica’ de la canción: Y quién diría. En ella, aprecié las imágenes crudas de los desmanes experimentados por los pequeñines de Puerto Rico y el mundo. Nos referimos a un tema neutralizado por la propia sociedad. Hablamos de pantallazos de incesto recurrentes desde la niñez a la adolescencia bajo la complicidad de sus familiares. El hablante lírico retrata la realidad social que experimentan muchos hogares, pertenecientes a todo tipo de nivel socioeconómico. Las almohadas hablan: lo vociferan Tego y Kanny, en un subtexto claro, mientras los ineptos callan.
Al escuchar sus versos, el hablante lírico evidencia la alegada “ineptitud” –alias corrupción– de unos pocos funcionarios de gobierno con título de “defensores” en la gestión obligada de abogar por el menor en casos de abuso o agresión sexual. Peor aún, se trata simplemente de profesionales de la salud mental que cobran por auscultar en su psiquis, esa que muchos expertos indagan. Sin embargo, esquivan acusar al agresor mientras el dinero habla. Ya lo dijo la madre revictimizada: la del residencial oscuro, la del rosario en mano y la de la vida ajetreada. Cita la verdad con su mirada: “los perritos satos que llegaron de la calle –ante el abuso cruel del pedófilo ambulante de cuello blanco- fueron, para mi hijito, su mejor terapia: ¿y su psicóloga asignada? Una perra clara”.
Incluso, silencian antes de señalar al violador. Los ineptos callan: “Trabajadores sociales visitaron su hogar. To’ estaba bien, ná fuera de lo normal”; denuncia el secreto compartido y consentido por otros adultos familiares de la menor. Grita la prensa, son varias las miradas: madres, padres, abuelas, abuelos en complicidad del adulto agresor. Las almohadas hablan: “abuso sexual con auspicio maternal (o paternal)”. Y quién creería que lo sabían ya, sangre de su sangre”.
Con la perspicacia de las historias contadas por la fanaticada de los cantantes, prensa y aquellas narraciones de hechos que se engavetan por algunos empleados ejecutivos corruptos de cualquier gobierno, el hablante lírico revela las prioridades establecidas, la inversión de excesivo dinero en intereses políticos, sin obviar el soborno. Se trata de ‘politiqueros’ que, en alianzas con altos funcionarios de la Justicia, juzgan a favor del criminal y revictimizan al inocente. Letrados que utilizan hasta el vudú para defender al incestuoso criminal –viva su triple karma– mientras rezan el rosario con el Papa y dictan clases en aulas legales de sotana blanca.
Los ineptos callan: el amiguismo y la aparente impotencia prevalecen. Fundaciones, Instituciones, Organizaciones, Juzgado, Agencias en pro de los derechos de los menores, víctimas violadas. Se amapuchan las querellas en conspiración con altos ejecutivos del derecho: “Invierten millones en anuncios publicitarios. No legislan pa’ los niños”. No tiene mayor razón al exponer “Culpable to’ el mundo es”. Pocos se escapan de su llamarada.
Las almohadas hablan. Corroborar esta pieza como espejo de la sociedad no es tarea ardua: es cuestión de investigar y entrevistar a muchas víctimas de agresión sexual y gubernamental. Han sido martirizadas dos, tres y hasta cien veces, asunto que ‘les vale madre’. ‘Le vale’. Las almohadas hablan: no existe agencia, institución u organización alguna que se centre realmente en defender a los niños; solo yace el asunto en documentos frívolos e idealizados. Tribunales en el Norte, en el Sur. En el Oeste. En el Este. Y nada pasa. Las libretas con anotaciones y evidencias serán su mayor sentencia: el tiempo gana.
Resulta más fácil la pausa: la no injerencia (a lo ‘papa caliente’), parcialidad, actuar de brazos caídos con una defensa de sal y agua. Jugar al psiquiatra: tildar de loco al que denuncia e intenta defender sus derechos y los de sus hijos. Despachar el asunto y categorizarlo como conflicto entre padres. Encima de todo, negarle otros derechos a la víctima y, peor aún, obligarla a relacionarse con el agresor sexual para promover el abuso eterno. Por eso, algunas víctimas adultas piensan como la joven de la historia: “Pa’ mí la muerte es la única justicia. Pa’ que a un menor de su inocencia despojar”; todo ello, al estilo de la protagonista del cuento Emma Zunz, del escritor argentino Jorge Luis Borges. Los vigila el karma.
Al final de la canción, observamos que se alude a la justicia divina: “Ningún jurado, ningún juez tiene ese poder. El todopoderoso, solo Él”. Para concluir, se decreta metafóricamente, a modo de sentencia, que ningún imperio vigoroso ha perpetuado, ni perpetuará su Supremacía; se plantea a Dios como poder absoluto de la justicia.
Y mientras tanto, los ineptos, de almohada azul, verde y roja… NADA. ¿Y tú que callas?
La autora es catedrática asociada de la Universidad de Puerto Rico en Humacao.