Muchas de las preguntas y comentarios constantes que enfrentamos las mujeres se relacionan al tema de la maternidad. “¿Cuándo vas a ser mamá?”.“Cuando tengas un bebé sabrás lo que es felicidad”. “¿Pero, no quieres o no puedes [ser madre]?”. Esos y muchísimos otros cuestionamientos son los que nos hacen a todas, especialmente si ya te ves estable económicamente, casada o pasas los 35 años.
El problema no es ser o no ser madre, es la idea que tiene la sociedad de que ser mujer es sinónimo de ser madre, sin tomar en consideración que muchas de nosotras podemos sentirnos realizadas y felices con otras cosas que no tienen que ver con la maternidad.
No nacimos para ser mamás, nacimos con la capacidad de reproducción pero no con la obligación de hacerlo, y mucho menos debemos acceder a serlo si solo es para complacer a una sociedad patriarcal que piensa que lo máximo para las mujeres es ser madres y que si decides no serlo no sentirás la verdadera “felicidad”.
Simone De Beauvoir señaló que la maternidad es una “atadura para las mujeres”, si se concibe como el único destino femenino. Asimismo, Silvia Caporale Bizzini, en su escrito Discursos teóricos en torno a la(s) maternidad(es): una visión integradora, establece que la capacidad de dar a luz “es algo biológico”, pero la necesidad de convertir esa capacidad en un rol primordial de la mujer “es cultural”.
Dentro de ese elemento cultural está la presión social hacia las mujeres para que tomen la decisión de ser madres. Si queremos serlo, se nos impone un modelo que incluye las expectativas que tiene la sociedad sobre la maternidad así que se nos dice cómo debemos ser para ser “buenas madres”. Si no queremos ser madres, se nos obliga a pensar en las consecuencias de no tener un bebé. Se nos dice, por ejemplo: “te vas a quedar sola cuando estés vieja”, “no vas a tener quien te cuide”, y si sigo no termino.
Como dijo María Teresa Blandón, socióloga y feminista nicaragüense, en una entrevista para Matilde Córdoba sobre la maternidad: “Por un lado hay mucha presión y la presión tiene un efecto: el efecto que tiene es que no podés prescindir de esa expectativa. La llevés a cabo más temprano o más tarde, la presión social cumple un papel importantísimo como sistema de control para que cumplas con el mandato de la maternidad”.
Esa presión que ejerce la sociedad sobre nosotras las mujeres lleva, a muchas de nosotras, a tomar decisiones por el simple hecho de complacer las expectativas de los demás y no porque quieran hacerlo. Por ejemplo, María Fernanda Miranda, periodista y autora del libro No madres, mujeres sin hijos contra los tópicos, comentó que se sintió tan presionada por la sociedad y por esos constantes cuestionamientos sobre la maternidad, que decidió someterse siete veces a la fecundación in vitro, aún sabiendo que ser madre no era su deseo.
La periodista, quien tenía 36 años cuando llevó a cabo el proceso, identificó las razones que la empujaron a someterse a lo que define como una “tortura”.
La influencia del entorno, fue determinante, según ella. “Las personas (sobre todo mujeres, y ojalá no tuviera que subrayar que ellas son las peores a la hora de meter el dedo en la llaga) que te preguntan abiertamente por qué no has sido madre aún, o las que te insinúan que tú todavía no estás completa o las que te advierten que no sabes lo que te estás perdiendo, o las que te miran compasivas y te dejan caer que tranquila, ya llegará… ¡cuando te relajes!, relató.
Además, también indicó que los medios de comunicación y el lenguaje son grandes influencias en este tipo de decisión.
Esa idea de que el no ser madre nos llevará, como mujeres, a vivir una vejez infeliz y sola tiene que ver con la desolación femenina. Blandón explicó que las mujeres hemos sido educadas para ser seres desolados.
Se nos enseña, según ella que “nuestra propia vida no tiene sentido si no es a través de la mirada de los otros, si no es a través del trabajo de cuidar de otros seres humanos, y eso ya es un aprendizaje que lo tenemos desde la infancia”. Aquí viene a nuestras memorias los juegos con las muñecas, las tareas de cuidar a los hermanos o hermanas menores, y un sinnúmero de momentos en nuestra vida que nos hacen ver que, para la sociedad y la “norma”, ser madres es más una obligación que una elección.
La felicidad e infelicidad son subjetivas, lo que me hace feliz o infeliz a mí como mujer no necesariamente es lo mismo que hace feliz a las demás mujeres. Los planes y metas son individuales. Así como ser mamás es el tope de la felicidad para algunas mujeres, el tope de mi felicidad es tener un título universitario y viajar el mundo, sin niños.
Por eso encuentro innecesarios los cuestionamientos, en especial el comentario constante de que no sabré lo que es la felicidad hasta que tenga un bebé. Porque entonces, ¿las mujeres que no pueden tener hijos serán infelices porque no pueden ser madres? o ¿solo seremos “infelices” las que decidimos que no queremos serlo?
Es clásico que el discurso social siempre traiga consigo elementos biológicos para convencernos de que ser madres es la mejor idea o lo mejor que te puede pasar como mujer. Ejemplo de ello son expresiones que aluden al “instinto maternal”, que nos llevan mencionando desde que cogemos una muñeca en las manos o desde que decimos que nos gustan los bebés.
El hecho de no querer ser madre no es que me gusten o no me gusten los bebés, es el hecho de que ser mamá no está en mis planes, nunca ha sido una prioridad ni mucho menos algo que quiero.
Nunca he sabido de algún hombre al que le pregunten constantemente por qué no es padre, o que le digan lo que se está perdiendo por no serlo. Así que esa presión existe por el simple hecho de ser nosotras las capaces de traer un bebé al mundo, gracias a la biología. Lo peor es que cuando intentas debatir esa presión o esas preguntas y comentarios, las personas te tratan como si estuvieras en una etapa de confusión.
El otro día estaba en el ginecólogo y el doctor me preguntó si quería tener hijos, a lo que respondí que no. Se detuvo, me miró y me dijo que todavía era joven, que tenía tiempo para pensarlo. Le dije que ser mamá nunca había estado en mis planes y que no era algo que quería así que no era algo que tenía que pensar. Y continuó la discusión como por tres minutos más, y él seguía tratando de convencerme de por qué debía pensarlo. Terminó diciendo “nada, ya sabes que puedes venir cuando te decidas”.
Reviviendo ese momento, recordé un fragmento de No madres, donde María Fernanda dice “el universo en su totalidad piensa que no hacen falta razones para convertirse en madre. Lo hemos cantado en el colegio: Los seres humanos nacen, crecen, se reproducen y mueren, nos hacían repetir en clase. ¿Y qué pasa si los seres humanos no quieren o no pueden reproducirse? ¿En qué lección de Ciencias Naturales se explicaba esa parte?”.
¿Y si no quiero hijos? ¿Es necesario tener que vivir con las constantes preguntas y comentarios sobre algo que es una elección individual? No ser madre no nos hace más ni menos mujeres, nos hace personas con una visión distinta de la vida y de lo que queremos en ella.
“Porque ser madres puede ser maravilloso y no serlo también, porque de lo que se trata es de ser felices, sin condicionantes ni imposiciones”, como bien dijo la doctora Virtudes Ruiz durante una entrevista a la autora del libro No madres.