Como tantos lectores, abrí mi recién adquirida copia del libro de ensayos Yo maté a Sherezade de la escritora Joumana Haddad con la expectativa de leer un libro que me adentraría a una cultura ajena para mí. No tengo duda que me sucedió como a tantos otros, ocurrió que terminé leyendo otra cosa.
El subtítulo del libro: Confesiones de una mujer árabe furiosa, y el extracto incluido en la contraportada hacen referencia a la intención de la autora de despojar al lector de sus opiniones pre elaboradas sobre el Oriente y prejuicios antiárabes. Sin embargo, este trabajo retumbó muy cercano a mi experiencia de puertorriqueña, de escritora y de mujer. Con ello Haddad cumple su propósito principal: demostrar que muchas mujeres árabes son muy similares a cualquier persona oriental u occidental.
Desde el epígrafe que abre el libro (del fenecido periodista Samir Kassir), en el que se menciona cómo la condición de inferioridad que causa portar un pasaporte de un Estado paria puede llevar a la parálisis, o lo que expresa la misma autora sobre el choque diario de los árabes contra el muro de la corrupción, el desempleo, la pobreza y el fraude fiscal, nos topamos con un libro en el que encuentras una experiencia en común entre la sociedad puertorriqueña y la árabe.
El boricua puede sentir una afinidad instantánea, como si no se estuviese hablando del Oriente Medio sino de nuestro 100 x 35, hoy y ahora. En cada sección del libro la autora inserta anécdotas para justificar sus planteamientos sobre el próximo tema de discusión o para dar pie al mismo. Ello le provee al texto accesibilidad, no es una disertación fría e impersonal sobre la condición del árabe en un mundo post 9/11, sino una comunicación entre la autora y el lector expuesta de manera sencilla y validada por la experiencia real de una escritora árabe. El tono íntimo, coloquial, y la naturalidad que Haddad le imparte a su prosa hacen que el lector sienta una familiaridad instantánea con la autora.
Cerramos el libro con la sensación de que conocemos a Joumana, ella ya no es una extraña. Haddad cita el pensamiento de poetas y escritores árabes y utiliza la rica y variada herencia literaria de la cultura árabe como carnada para incitar la curiosidad del lector. Evoca textos y datos históricos de una manera tan efectiva que es inevitable hacer apuntes a la orilla del papel sobre tal escritor o aquel texto. Es una manera sutil y práctica de intentar familiarizarnos con el humanismo arábigo.
“Rezar debería ser como hacer el amor: un asunto privado”, nos dice. Esta frase forma parte de uno de los temas más interesantes del libro: el exhibicionismo religioso. Se origina de su experiencia en el Líbano de los 70, donde vivió junto a practicantes de muchísimas creencias en armonía y no se hacía ostentación de las convicciones religiosas particulares.
Luego procede a comparar al islamismo y al cristianismo en su trato hacia las mujeres para plantear que ambas religiones discriminan contra el género femenino. Ello para enfatizar su argumento inicial de que no hay tanta diferencia entre ella, cua lquier mujer occidental o del Oriente Medio. Eso no quiere decir que no reconozca las circunstancias de su entorno. La escritora critica severamente la censura que viven los artistas árabes y la doble moral que le achaca a esa sociedad que puede admirar los trabajos de extranjeros como Robert Mapplethorpe, Pablo Picasso, V ladimir Nabokov o Bernardo Bertolucci pero repudia cualquier creación similar si tiene origen árabe. Igual señala cómo le indigna y le avergüenza que el extremismo religioso se haya apoderado del pensamiento de una sociedad que fue vanguardista en su expresión artística varios siglos atrás. Es por ese resentimiento que decidió fundar la revista Jasad (Cuerpo en español), para devolverle a la sociedad el vocabulario corporal (vulva, pene, senos) encerrado bajo llave en la gaveta rotulada TABU.
Una mujer árabe que confiesa haber leído al marqués de Sade a los 12 años de edad, que escribe poesía erótica, que insiste en llamar las cosas por su nombre porque “le enfurece la castración perpetrada en la lengua árabe”, que no demanda la igualdad en una sociedad patriarcal porque eso implicaría que el poder no reside en ella; una mujer así, que se sabe igual a cualquier otro es de esperarse que se considere a sí misma una feminista.
Pero este no es el caso. La autora aborda el tema redefiniendo su feminidad en una serie de premisas entre las cuales choca la que expresa: “Soy una mujer intelectual, pero me preocupan las arrugas y mi peso…”. Sorprende que una persona cuyo verbo reclama libertad en cada aliento se deje encerrar por el culto a la belleza que es otro mecanismo de opresión contra la mujer. No obstante, luego procede a plantear una nueva feminidad que propone surge del interior de cada una de nosotras, independiente de su relación con los hombres pero no contra los hombres. Y es ahí que hace la distinción: ella rechaza el tipo de feminismo que quiere prescindir de los hombres, que los demoniza, el que les adjudica toda la culpa de la desigualdad que vive la mujer a diario.
Para la autora, la igualdad ent re los géneros debe tomarse por hecho. Debemos proceder desde esa certeza sin caer en la negociación porque ésta debilita la posición de la mujer. Según ella, quien negocia, está pidiendo que se le conceda algo que no es suyo, pedir implica la ausencia de equidad. Esta postura de Haddad explica con claridad por qué se vio forzada a matar a un personaje literario que personificaba el epítome de la comerciante árabe: Sherezade. Aunque se dice que Sherezade se salió con la suya ut i l izando su imaginación, inteligencia y astucia, la escritora la ve como alguien que tuvo que traficar y “hacer concesiones con sus derechos fundamentales”.
Para ella se convirtió en un símbolo que enseña “que complacer al hombre, ya sea con una buena historia, una buena comida, un par de tetas de silicona, un buen polvo o lo que sea, es el modo de abrirse paso en la vida”. Para ella ese símbolo funesto siempre sería una heroína en el Oriente Medio así que la estranguló. Con ello ofendió el imaginario árabe tradicional y se abrió camino en el campo literario mundial.
El libro Yo maté a Sherezade – Confesiones de una mujer árabe furiosa le ofrecerá una óptica distinta sobre la temática de género, la religión, la libertad y el Oriente Medio; a la vez de entretenerle.
La autora es escritora.