“Yo nací en la calle. No conozco otra cosa. Abría la puerta de mi casa y ahí estaba el punto. Yo lo único que sé bregar es la calle. La calle me llama, la calle me gusta, la calle me añoña. En la calle hago chavos pero pierdo a mis hijos, veo más lejos mi hogar y no todos los que me rodean son mis amigos, tan solo están como la piraña, esperando que yo me duerma pa` hacerme cantos…” Lo dice un joven apodado ‘Viejo’. Le hace justicia el sobrenombre, tiene 29 años y la mirada nostálgica de un hombre de 90, de esos que han visto suficiente, de esos que han visto demasiado. José López, alias ‘Viejo’, es uno de los jóvenes que logró completar su escuela superior en Nuestra Escuela en Caguas, el proyecto de educación alternativa que poco a poco ha logrado sacar de la calle, de la esquina, a cientos de jóvenes del País. Todos ellos, hijos de la violencia en todas sus formas conocidas: social, sexual, infantil, psicológica y física. Esta gestión ha sido posible gracias al esfuerzo de Justo Méndez Arámburu y Ana Yris Guzmán, entre otro ejército de salvavidas anónimos. “Dios me trajo aquí. Yo nací en un caserío. A mi papá lo mataron a los seis meses de yo estar en la barriga. Tuve cuatro padrastros abusadores. No tuve un modelo. A mí los maestros me decían que yo no podía”, relata ‘Viejo’. “Desertor escolar sin haber dejado la escuela. Tantas cosas. Traté de superarme por mí mismo. Sin un cuarto año, no sabía casi ni leer ni escribir, con un divorcio, dos hijos. Cuando me gradúo, caigo en una situación económica, tengo mis hijos, una pensión. No tenía más opción que volver a la calle. En Puerto Rico no hay trabajo y mucho menos para los estudiantes recién salidos”, continúa su testimonio como quien escribe en el aire su resumé de vida. ‘Viejo’ no se narra a sí mismo sin su pasado. Sus ojos, que reflejan vidas ganadas y perdidas, no engañan. Habla y baja la cabeza, pocas veces mira a los ojos como si al hacerlo se pudiera ver aún más adentro. Pronuncia cada palabra con el ritmo ceremonioso de la calle. Es poeta y no lo sabe. Habla en metáforas, narra con parábolas y combina erres con eles fortuitamente. ‘Viejo’, es producto de una de las décadas más duras para el País en cuanto a los índices de violencia: los años 90, los años de la mano dura y las armas en las escuelas. Época que, aunque muchos lo han dicho a modo de análisis, pocos se atreven a catalogar como un punto de quiebre en el sistema de seguridad nacional. La violencia llegó al extremo de 995 asesinatos en 1994, cifra muy similar a los países de América Latina, una de las regiones del mundo más violentas según datos contenidos en un informe del Banco Mundial que analiza esa década.
Por ejemplo, en los países latinoamericanos el índice de asesinatos era más del doble del promedio mundial, con un 22.9 por cada 100 mil habitantes contra un 10.7 por cada 100 mil habitantes en el resto del mundo. Estos números sólo fueron superados por el continente africano con un 40.1 de asesinatos por cada 100 mil habitantes. A esto se le añaden datos como que 800 mil niños anualmente mueren a causa del maltrato de sus padres, y sobre un 30 por ciento de las mujeres de la región son víctimas de abuso físico y psicológico. El escenario en Puerto Rico aún no luce muy esperanzador. En lo que va de año ya se han registrado sobre 500 asesinatos y el 2008 cerró con una nada alentadora cifra de 807 asesinatos, de los cuales 52 casos eran mujeres y 755 hombres. La causa principal: droga, con 631 casos por ese móvil. Tantos números que no relatan historias concretas. En una de esas cifras cayó el padre de ‘Viejo’. ¿Habría sido distinta su vida si su padre no hubiese muerto? Difícil saberlo, pero lo que sí es posible corroborar es que cada hombre y mujer muerta deja una estela de violencia, ira, rencor, descalabre familiar y social a su paso. Cada número crece, engorda exponencialmente al punto de que el charco de sangre –como tantas veces se la ha dichosalpica omo marejada infeliz. “Si son o no son hijos de la mano dura ellos iban a llegar donde están como quiera porque de lo que son hijos es de la pobreza, de la marginación, de la promoción de unas metas y estilos de vida”, opinó Méndez. “Realmente la mano dura ni aportó ni quitó. La parte terrible es que en Puerto Rico, salvo esfuerzos marginales, no hay ningún esfuerzo dirigido a resolver el problema”, agregó Méndez, quien a esta ecuación añade que existe un mensaje confuso en las valoraciones sociales. Y es que, según ejemplifica, si un joven porta armas en la calle va preso si lo hace en el ejército recibe dinero por ello. Asimismo, si es agredido y responde con venganza está mal pero si un país es atacado, se espera que responda con venganza. Igualmente, las reacciones violentas de la Policía que se han observado recientemente ponen de manifiesto la misma dicotomía: si la autoridad agrede es permitido pero si el grupo agredido reacciona violentamente es condenado.
Una de las conclusiones, un tanto obvias pero no siempre analizadas, que reflejó el citado informe del Banco Mundial, es que la violencia no sólo es nociva socialmente para un país sino que impide seriamente el desarrollo económico. Nada más con pensar en el recurso humano perdido y en las vidas tronchadas que se quedan, es posible ver la aplicación de esta aseveración. “Muchos de ellos saben de antemano que al entrar al mundo del narcotráfico no van a vivir más de 20 años”, constató el profesor Rafael Irizarry quien lleva años trabajando de cerca con Nuestra Escuela en Caguas y quien ha encontrado que muchos de los jóvenes que se encaminan a esas rutas de dólares con olor a polvo blanco y sangre seca, lo hacen porque su problemática familiar y su entorno social se suman a un abandono por parte de la escuela. Esto innegablemente incide en el desarrollo socioeconómico del país y agudiza la problemática cuya raíz es muy clara: la desigualdad. Las ciencias sociales ya lo han estudiado: cuando el ser humano regresa a sus necesidades más básicas como el alimento, sus instintos animales afloran por igual. Entonces la ecuación de matar para comer y vivir para matar se confunde en una trenza difícil de desenredar y a veces lo que hay tras ella no son millones de dólares sino sangrientas pesetas. Se mata por tan poco, a veces. “Está bastante claro que hay un vínculo estrecho entre la criminalidad y el deterioro de la situación económica. Esto viene por dos líneas: cuando hay crisis hay un deterioro en las condiciones de vida de la mente y en las relaciones sociales que se ven afectadas por ese mismo deterioro”, opinó el profesor Manuel Lobato, economista y director del portal estadístico tendenciaspr.com. De hecho, en fechas recientes en las que se discute el tema de la salud pública en los principales foros, vale la pena apuntar como todo se relaciona irremediablemente. Por ejemplo, en Estados Unidos se reporta una quiebra personal cada 30 segundos por motivos elacionados a problemas de salud. La desesperación, ciega, nubla el juicio. Eso no es una verdad desconocida. Otro factor que hay que tener en cuenta es dónde el estado pone su inversión para manejar la problemática. Anualmente un estudiante le cuesta al Departamento de Educación alrededor de $4 mil, mientras que mantener a un confinado le cuesta sobre $100 mil. La matemática es sencilla. “Nosotros tenemos los modelos y hemos probado que son efectivos. En Nuestra Escuela invertimos $10 mil anual por estudiante. Sí es un modelo más caro pero funciona y a la larga se evita ese alto costo social y económico para el País”, abundó Méndez. “Toda forma de control desvía unos recursos. Lo que inviertes en algo lo dejas de invertir en lo otro”, opinó de otra parte Irizarry en referencia al influjo de dinero en proyectos de seguridad agresivos versus en sus homólogos en la educación.
Uno de los mecanismos que utilizan los psicólogos para controlar un ataque de pánico, consiste en abrazar al paciente hasta que se calme. La respiración acelerada va cediendo y los músculos tensos involuntatiamente se relajan. ¿Cómo se cura la rabia?, preguntamos. “Con amor”, responde escueto Justo Méndez, como quien revela la verdad más evidente e ignorada de todas. “Yo lo único que quería era una oportunidad. Que alguien me dijera mira estoy aquí, creo en ti”, dice ‘Viejo’, quien hoy trabaja en una cooperativa de servicios en la misma escuela que lo sacó de la calle. Ahora, intenta enseñarles a sus hijos lo que él no aprendió a esa edad. “Mi hijo no quería ir a la escuela y yo con un sexto grado cómo le iba a pedir eso, predicando la moral en calzoncillos. Entonces le dije pai, tu papá va a estudiar”. Y así lo hizo. ‘Viejo’ dice eso y sonríe. Pero es conciente de que no tuvo que haber sido así. Recuerda sus años de la high. “Eso fue pal tiempo de Rosselló que estaba el panita este que se robó de los chavos de la educación. Ese era mi tiempo de graduarme, de hacer las cosas como todo joven, tener su class night. Yo sé que tampoco he sido bueno. Salía temprano después de almorzar y el corillo estaba allí. Perder el tiempo, eso fue lo que hice…”, admite él joven que habla como viejo y a pesar de las muchas vidas que carga aún ríe como niño. Para ver la edición de Diálogo en PDF haga click aquí