Seis meses después de que Donald Trump asumiera la presidencia de Estados Unidos, la guerra de palabras y amenazas nucleares entre este país y Corea del Norte escalaron hasta un punto en el que, ahora más que nunca, parece difícil lograr una resolución pacífica a la crisis.
Los dos gobernantes deben ponerse a trabajar de inmediato para distender la situación y mandatar a sus representantes para que mantengan una conversación adulta y aflojar las tensiones.
El gobernante norcoreano Kim Jong-un juró el 1 de enero “seguir desarrollando” las fuerzas nucleares de su país “mientras Estados Unidos y sus fuerzas vasallas mantengan sus amenazas nucleares y su extorsión”.
Kim también alertó que su país se preparaba para probar un prototipo de misil balístico intercontinental. Y a los dos días, Trump no se aguantó de lanzar “una línea roja” en Twitter: “No va a pasar”.
Pyongyang respondió a los ejercicios militares y a las declaraciones de Estados Unidos en su vecindario con su propia, y más beligerante, retórica.
Después de que la prensa informó de que un portaaviones avanzaba hacia la península coreana, el viceembajador norcoreano en la Organización de Naciones Unidas (ONU) alertó el 17 de abril que “una guerra termonuclear puede estallar en cualquier momento” y que su país “está pronto para reaccionar a cualquier modalidad de guerra de Estados Unidos”.
Tras una revisión de varias agencias, Trump y su equipo anunciaron una política de “máxima presión e involucramiento” para que Corea del Norte abandone sus ambiciones nucleares y su programa de misiles balísticos.
Hasta ahora, el enfoque ha sido de pura “presión” y de “ningún involucramiento”, con funcionarios de Estados Unidos exhortando a Corea del Norte a que acceda a tomar medidas concretas para demostrar su compromiso con la desnuclearización de la península coreana.
En respuesta, Pyongyang aceleró el ritmo de sus ensayos balísticos, incluso realizando en julio pruebas de vuelo de estos misiles.
El Consejo de Seguridad de la ONU adoptó por unanimidad el 5 de este mes las sanciones más duras que se le hayan impuesto hasta ahora a Corea del Norte.
Y tres días después, la Agencia Central de Noticias norcoreana alertó que ese país movilizaría todos sus recursos para tomar “medidas físicas” en represalia y como respuesta a las acciones del foro mundial.
Por su parte, Trump declaró el martes 8 de agosto que “mejor que Corea del Norte no lance más amenazas a Estados Unidos. Se encontrarán con un fuego y una furia nunca vistos en el mundo”.
El intento de Trump de desempeñar el papel del “loco” nuclear es peligroso, insensato y contraproducente, igual que las frecuentes amenazas hiperbólicas de Corea del Norte contra Estados Unidos.
La última declaración de Trump es una evidente amenaza nuclear que no logrará que Kim cambie de rumbo.
De hecho, las reiteradas amenazas de las fuerzas militares de Estados Unidos no hacen más que darle credibilidad a la propaganda norcoreana, que sostiene que las armas nucleares son necesarias para disuadir una agresión estadounidense, y podrían llevar a Kim a tratar de acelerar su programa nuclear.
Eso no debería llamar la atención. Desde el inicio de la era nuclear, la “diplomacia atómica” fracasó sistemáticamente en mostrar resultados.
La historia muestra que las amenazas nucleares de Estados Unidos durante la Guerra de Corea, y luego contra China y la Unión Soviética, así como la estrategia del “loco” del presidente Richard Nixon (1969-1974) contra Vietnam, no lograron doblegar a sus adversarios.
En lo que respecta particularmente a Corea del Norte, la amenaza de acción militar preventiva no es creíble, en gran parte porque los riesgos son extremadamente altos.
Corea del Norte tiene la capacidad de devastar la metrópolis de Seúl, con sus 10 millones de habitantes, con un bombardeo masivo de artillería y cientos de misiles convencionales de corto alcance.
Además, de comenzar las hostilidades, existe la posibilidad de que Corea del Norte use algunas de las armas nucleares que le quedan, las que podrían dejar millones de personas muertas en Corea del Sur y Japón.
Fuentes de inteligencia estadounidense creen que Corea del Norte ya cuenta con un diseño de ojiva lo suficientemente pequeño y ligero como para colocar en un misil balístico.
Incluso, ese país podría tener un suministro de material fisible como para más de 25 armas nucleares, pero su capacidad de producción fisible probablemente aumente y podría estar listo para realizar su sexto ensayo nuclear, lo que podría incentivar más su capacidad para el desarrollo de ojivas lanzadas por misiles.
Trump y sus asesores necesitan frenar el impulso que los lleva a lanzar amenazas con acciones militares, que no hacen más que aumentar el riesgo de un error de cálculo catastrófico.
Un enfoque mucho más sano y efectivo es trabajar con China para endurecer la presión de las tensiones y simultáneamente abrir un nuevo canal diplomático diseñado para distender y frenar con el fin de revertir los programas nucleares y de misiles de Corea del Norte, cada vez más peligrosos.
Es muy importante diseñar una mejor imposición de las sanciones establecidas para obstaculizar la adquisición de armas de Corea del Norte, de fondos y de fuentes clave de ingresos y de divisas extranjeras. Pero es ingenuo creer que la presión de las sanciones y de las amenazas de ataques nucleares de Estados Unidos podrán obligar a Corea del Norte a cambiar de rumbo.
A menos que haya una estrategia diplomática para reducir las tensiones y frenar más ensayos de armas nucleares y de misiles balísticos de largo alcance y cambiar por medidas que alivien el temor de Corea del Norte de un ataque militar, las capacidades de un ataque nuclear de Pyongyang aumentarán, con un mayor alcance y menos vulnerable a un ataque, y probablemente aumente el riesgo de una guerra catastrófica sobre la península coreana.