HUMACAO – Vilmarie Ortiz se aterra al pensar en lo que pudo haberle sucedido a ella y sus dos hijos aquella fatídica madrugada en la que el huracán María decidió azotar despiadadamente a Puerto Rico, comenzando por la punta sudeste de la Isla.
“Yo podía haber muerto. Yo me iba a quedar en mi casa y mi vecina fue la que me sacó. Y es verdad, me podía haber muerto. Pero gracias a Dios la vecina me sacó”, relató Vilmarie mientras mostraba a Diálogo una foto de lo que quedó de la casa de dos pisos, ubicada en el barrio Buena Vista de este pueblo, tras el paso del devastador ciclón.
Y así fue que Vilmarie se convirtió en una de los miles de puertorriqueños que buscaron refugio, al saber que sus hogares no serían capaces de resistir incólumes el embate del huracán que más ferozmente ha golpeado a Puerto Rico en su historia moderna.
Lo que Vilmarie jamás pensó era que, a más de dos meses del embate de María, pasaría el Día de Acción de Gracias sentada en un catre de la Escuela Antonia Sáez, como una de solo 11 personas que aún permanecen refugiadas en su pueblo.
“Desespera. Me pongo ansiosa, no lo voy a negar. Juego con los nenes, leo, pero realmente no hay nada que hacer aquí. Nunca pensé que iba a estar en un refugio. En el salón donde me estoy quedando se queda también una pareja de ancianos y yo soy alguien que valora mucho la privacidad. Pensaba que iba a estar un mes, pero el tiempo se sigue alargando. Es difícil”, dijo Vilmarie, quien al momento de nuestra visita este pasado jueves, festivo para muchos, se encontraba sola en el refugio junto con sus dos hijos, una niña de ocho años y un varón de tres que correteaban a sus anchas por el desolado plantel.
Y es que su experiencia como refugiada en la recién clausurada escuela, administrada por la empresa privatizadora Mora Housing, no ha sido color de rosa. Todo lo contrario. Entre la incomodidad que representa el pasar día y noche con desconocidos, la no necesariamente exquisita comida que se sirve, las paupérrimas condiciones higiénicas y la constante ausencia de personal de la Policía para garantizar la seguridad, la vida como refugiada ha añadido mayor angustia a la realidad de una mujer que perdió prácticamente todas sus pertenencias materiales.
Pero el principal responsable de minar el ánimo de Vilmarie ha sido los frecuentes roces con las voluntarias encargadas de manejar el día a día en el refugio, quienes, a su juicio, se han ensañado injustificadamente con ella.
“Se supone que ellas están aquí para ayudarnos. Para escuchar nuestras inquietudes. Y voy a ser honesta, yo tengo un carácter fuerte y me doy a respetar. Y hay personas que no toleran eso, que uno dé su punto de vista”, relató la madre soltera de 36 años.
“Aquí se pasan difamándome, alegando que yo era negligente con mi hijo porque se pasa correteando por aquí y por allá. Yo no puedo amarrarlo. Hasta llamaron al Departamento de la Familia y la trabajadora social vino y cerró el caso porque encontró que no estoy siendo negligente”.
Pésima salubridad
Mientras Diálogo se encontraba charlando con Vilmarie, llegó al refugio el matrimonio de William Velázquez y Vilma Martínez. La pareja, que también perdió todo en su hogar en Punta Santiago y llevan más de dos meses refugiados, deploró igualmente el estado físico del antiguo plantel escolar.
William le mostró a este medio el montículo de basura y escombros que se han dejado acumulados en un área del patio, y que aseguró que se ha convertido en un paraíso para las ratas y un criadero de mosquitos. En tanto, en el baño de hombres, excremento humano cubría el suelo frente a uno de los cubículos.
Su esposa Vilma, quien indicó que llegó a contraer una infección por una picadura de mosquito, manifestó que “es asqueroso. El agua [de los baños] se sale de las tuberías, al punto que vomité esta mañana [por el mal olor]. Ellos llamaron los otros días para que vinieran a destapar los tubos y de la alcaldía nunca vinieron”.
“Aquí nunca hay luz. [La planta eléctrica] no sirve. Ya a las seis de la tarde nosotros estamos en una oscuridad que nadie se ve. La policía a veces está y a veces no”, denunció Vilma.
Para William y Vilma, la celebración de Acción de Gracias se limitó a la posibilidad de salir del refugio a buscar comida.
“Fuimos allá a la iglesia católica en [el barrio] La Playa a buscar algo de comer y por lo menos comimos pavo. No como desearíamos, porque mi esposa todos los años cocinaba en la casa, pero pues…por lo menos comimos”, dijo William en tono resignado.
Refugiados “puercos”, dicen las encargadas
Sin embargo, para dos de las encargadas del centro, Aida Luz Medina y Maribel Valentín, las críticas a las condiciones de vida en el refugio resultan desatinadas. A su entender, son los propios refugiados quienes crean un ambiente poco propicio para la sana convivencia. Al conversar con ellas, se hace patente que el coraje que sienten los refugiados hacia las encargadas es proporcionalmente reciprocado.
“Si el baño está así es porque ellos son unos puercos, que lo cagan y no lo limpian. Eso es así de fácil. Si ellos evacúan les toca limpiar a ellos. Si yo en mi casa voy al baño me toca limpiar, si tú en tu casa vas al baño te toca limpiar. Ellos [los refugiados] son los que lo usan, ellos son los que lo tienen que limpiar”, sentenció Valentín.
Las voluntarias también mostraron molestia ante lo que consideran la falta de voluntad de los refugiados para completar los procesos administrativos de agencias como la Agencias Federal para el Manejo de Emergencia (FEMA, por sus siglas en inglés) y el Departamento de Vivienda, que les permitirían abandonar el refugio y asentarse en un hogar temporero.
“Aquí no es que les estamos diciendo ‘vete pa’ la calle’. Aquí no se bota a nadie. Muchos rechazan vivienda pública simplemente porque no quieren ir para un residencial. No cabe en la lógica que tu rechaces algo aunque sea temporero. No tiene lógica”, enfatizó Valentín, al tiempo que Medina asentía con la cabeza.
“Uno tiene familia. Nosotros somos tan refugiadas como ellos. En mi casa no hay luz igual que aquí. No es que necesariamente queramos salir de ellos, es que ya es tiempo de que todo el mundo se mueva”, insistió la voluntaria, quien trabaja junto a Medina en un turno de ocho horas, de 7:00 de la mañana a 3:00 de la tarde.
“Estoy viva”
Vilmarie, por su parte, espera que su ‘tiempo de moverse’ llegue lo más pronto posible. A través del programa de Sección 8 del Departamento de Vivienda, consiguió un apartamento en Trujillo Alto. El problema es que no ha encontrado la forma de transportar las pocas pertenencias que se trajo, ante lo que considera son las trabas burocráticas de la administración del refugio.
Sin embargo, asegura que la presencia de sus hijos la mantiene en pie de lucha. Su “actitud de guerrera” le ha impedido dejarse caer. Y por eso da gracias.
“Aunque me hicieran la vida de cuadritos aquí en el refugio, estoy viva junto con mis hijos. De las malas experiencias voy a aprender. El refugio ha sido como una escuela de la vida para mí”.