En una llamada conferencia organizada por la mega-distribuidora de Anchorman 2, un grupo de estudiantes de reconocidas universidades estadounidenses pierden el tiempo.
Una de las razones por que una persona como yo (periodista universitario que trabaja con temas de corte cultural) tiene la oportunidad de hablar con actores como Steve Carell o Paul Rudd es porque cualquier pieza informativa que surja de dicha entrevista resultara en un anuncio no pagado. No es un secreto y de ninguna manera me quita el sueño; es tan sólo una pequeña parte de lo que hace del cine popular un negocio. That’s why they call it the movie business, dice el aforismo, énfasis en business. No obstante, cuando un brazo masivo de la industria de cine estadounidense como ese ofrece tan sólo media hora para una entrevista con los dos actores mencionados, a cerca de treinta periodistas jóvenes, el formato incómodo revela lo dispuesto que están los publicistas en malgastar el tiempo de todos los involucrados.
Sentado en un salón de conferencias frente a un teléfono con el altoparlante encendido, espero instrucciones para participar en la llamada. Una mujer que se identifica como Mary, la moderadora de la ronda de preguntas y contestaciones, explica las reglas del juego. Primero va a pasar lista para asegurarse que todos los periodistas estamos presente en la llamada. Al igual que en mi caso, entiendo que habían asignados a la tarea un periodista por periódico universitario. En la invitación a participar en la llamada, se aclaraba que cada periodista tendría la oportunidad de hacer una pregunta para aprovechar al máximo el poco tiempo pautado. Por cuestiones del formato, probablemente no todos podríamos hacer nuestras preguntas. Sin embargo, me pareció obvio que debía preparar varias preguntas sobre la película en que los actores trabajaron juntos y de sus carreras individuales en el cine, en caso de que mi pregunta preferida la usaba otro periodista antes de mi turno.
Llegué a soñar con preguntarle a Rudd sobre Clueless. Brinco al final para contarles que a mi no me tocó un turno de pregunta, ya que tan sólo hubo tiempo para un diez de éstas. Acto seguido, la moderadora comienza a pasar lista, cada periodista contesta con un sencillo here. La lista de universidades sigue y sigue y no da luces de parar hasta que llega a parecer una farsa.
Como periodista cachorro, mi trabajo en gran medida consiste en tomar cualquier entrevista o actividad que me toque cubrir y hacer de ellas una historia. Cuando lo que sigue a esa larga lista de universidades es una “entrevista” inconexa, a pesar de que Carell y Rudd hacen lo mejor posible para ser afables y cómicos, me pregunto qué estarán pensando los demás periodistas en la línea. ¿Creerán, al igual que yo, que la supuesta entrevista y el formato no ameritaba ser noticia? ¿Qué no había historia que contar? Cuando comienzan las preguntas, la cosa empeora.
En su mayoría, no se hicieron preguntas mal redactadas pero desafortunadamente, tan poco brillaban por su erudición. Tal vez espero demasiado de las interacciones entre periodistas y artistas, pero no creo que estaría mal aspirar a entablar un diálogo inteligente en el que verdaderamente se problematizara los méritos artísticos del proceso actoral. Claro está, no ignoro otros posibles factores por los que una entrevista grupal de esta índole no haya dado fruto de esa manera. Algunos de los periodistas de seguro tenían menos experiencia que otros, algunos no considerarán que una comedia como Anchorman 2 merece análisis profundo y aun otros, desanimados por la inhabilidad de hacer una entrevista más formal, decidieron hacer la pregunta más inofensiva que se les ocurriera.
No incluyo aquí las preguntas porque me parece injusto a los compañeros que las hicieron y ese no es el propósito de esta nota. ¿Cuál será ese, se preguntan? Aunque sé muy bien que este formato no es muy distinto al de la conferencia de prensa tradicional, al menos en ese se difunde una información que todos los medios de prensa presentes comparten y se saca un tiempo para contestar preguntas a los periodistas que las tengan, sin importar el medio que representen. En esta llamada de teleconferencia, se adentró a un grupo demasiado grande de periodistas a una entrevista sin contexto, introducción, punto de partida en común o posibilidad razonable de tan si quiera hacer una sola pregunta, condicionando al mejor de los periodistas y el trabajo que éste podría hacer al trabajo del peor de los periodistas en el grupo.
Aunque me reí de los chistes del talento envuelto, salí del salón de conferencias con un mal sabor en la boca y una transcripción digital de una entrevista que me parece impublicable. Any publicity is good publicity, dicen. Creo que no es cierto, al menos en este caso, para el lector discerniente al que aquí me dirijo.