Lo que más impresiona es su esbelta altura casi irreal, y la facilidad con la que se desplaza en la pista de baile como si no empleara ningún esfuerzo. En serbio, me contó: kosta significa “hueso” literalmente. Pero su nombre se refiere a la variación griega de “Konstantinos”.
Kosta es un bailarín oriundo de Serbia, que a los veinticuatro años se movió a los Estados Unidos. Tuve el privilegio de conocerlo personalmente en noviembre del 2013 en su primera visita a la Isla del Encanto. Sí, habla serbio, inglés y español, y aprendió español viendo novelas mejicanas y oyendo Salsa. Después, fascinado por el español, compró un diccionario y un curso en audio, y pronto estuvo hablando español. Así que todo el tiempo me comuniqué con él entre el inglés y el español, y desde esa vez hemos mantenido una entrañable amistad vía correspondencia, celebrando sus logros y nuevas incursiones en las alturas de la fama, y sus recién cumplidos treinta de vida.
Cuando tenía diez años, Kosta fue a un concurso nacional de baile (Serbian National Dance Sport Championship) para apoyar a su primo. Su primo salió ganador esa vez, y ese día decidiría y ordenaría los impulsos del jovencito de ojos azules que le tenía miedo a los perros y que tuvo dos loros como mascota en su infancia. Siempre fue de los más altos de su clase, por eso es cómico que Kosta signifique en serbio: hueso. Si alguien puede alardear de que tiene hueso para moverse, es Kosta. Crecer en una sociedad “post-comunista”, le dio la oportunidad de ser parte de esas primeras generaciones que podían acercarse a ser bailarines profesionales de salón, pero las carreras usuales como medicina, derecho y banca conservaban su puesto incuestionable, y cualquier otra vocación inestable era vista con desconfianza. Siendo hijo único, la familia inmediata de Kosta vio con escepticismo su decisión de dedicarse al baile profesional. Aun así, entre sus obligaciones escolares y posteriormente universitarias, Kosta estuvo formándose como bailarín, y siempre contó con el apoyo de sus padres, sus primeros fanáticos y los primeros en creer en el deseo que tenía de llevar su vida por este decurso.
E hicieron bien en no oponerse a este fogoso deseo de Kosta, porque durante casi quince años estuvo viajando por toda Europa representando a Serbia en prestigiosos eventos y competiciones de baile. Kosta, junto a los demás que representaban a Serbia, se llevaron el World Championship 2006. Cuando se mudó a New York, se convirtió en muy poco tiempo en uno de los American Top Teachers, y uno de sus alumnos se ganó el campeonato por la coreografía en Manhattan en el año 2012. Todo esto, lo llevó a que el año pasado se convirtiera en Open Professional American Finalist (top 6), National and International Adjudicator y National Examiner, teniendo el encargo de preparar a otros educadores de baile a través de Estados Unidos.
Así fue como pronto pudo convertirse en gerente de una de los primeras cinco academias de baile de Estados Unidos. En su cargo tiene que supervisar a diez empleados que a su vez entrenan a cientos de estudiantes que, como él hace muchos años atrás, tienen el interés de convertirse en bailarines profesionales de salón, o simplemente gozar de la libertad de bailar con arte. Su trabajo diario es vigilar la calidad de la enseñanza, su otra parte como instructor de baile es seguir participando en los eventos de prestigio que se celebran en los Estados Unidos, pues de esos se vive en esta carrera: de la suma de los trofeos que a su vez aumentan el prestigio.
El trabajo de Kosta, como maestro del movimiento corporal, está rodeado de música, así que en su tiempo libre prefiere solazarse en el silencio. Uno de sus sueños es ir a Cuba y pasar toda una noche bailando en algún rincón de la Habana. Hay que ver cómo un serbio se mueve al son de la Salsa del Caribe, con un donaire de agua. “Follow your own star”, es el simple aforismo humanista que ha guiado su vida consagrada a esta pasión.
Para que vea de lo que es capaz mi amigo serbio, aquí la magistral interpretación que hace con Charlene Hart: