Por: Mario Roche
Los vasos comunicantes entre la literatura y el periodismo son indudables. Géneros como el diario, las memorias o la crónica de viajes sirvieron de base al periodismo moderno. Esa “literatura factual” o “literatura del yo” nos permite constatar que ambos modelos de enunciación provienen de la misma matriz cultural, la relacionada con la narración sobre hechos reales.
Por esa razón Albert Chillón (en su libro “Literatura y periodismo. Una tradición de relaciones promiscuas”) ha dicho que el periodismo es otra forma de la literatura. Susana Rotker (en su obra “La invención de la crónica”), por su parte, ha utilizado el ejemplo de la crónica en Latinoamérica para explicar los sincretismos entre ambos campos discursivos, señalando a la crónica del siglo XIX, inspirada en los valores de la modernidad, como el género en el que cristalizó el elemento estético (literario) y la funcionalidad de la comunicación (el periodismo). El intelectual José María Valverde es más contundente: ha afirmado que el periodismo es la propuesta literaria de estos tiempos.
En ese período decimonónico fue precisamente que tomó forma la autonomía del campo periodístico con respecto al literario. La información se transformó en una mercancía de interés masivo, gracias al desarrollo de la prensa popular y al financiamiento publicitario. En ese contexto se dibujó la figura del periodista-reportero y los contextos de uso de la tecnología emergente, por ejemplo, el telégrafo, dieron paso a un modelo de escritura inspirado en la imagen de una pirámide invertida en la que el “yo” del periodista debía quedar guardado en aras de un mal entendido sentido de la objetividad. Se impuso, pues, “la dictadura del entrecomillado”.
A partir de ahí la literatura del periodismo quedó en las manos de los periodistas-cronistas que debían “informar, interpretar y valorar”, según la nomenclatura de las escuelas de periodismo; y en las páginas de opinión, donde la columna personal ocuparía un lugar relevante en el marco de la oferta de la prensa. Las empresas periodísticas emergentes querían proyectar que las informaciones giraban en torno a hechos contrastados y que las opiniones estarían en las páginas destinadas para ello. Poco a poco se fue articulando la retórica de la objetividad –en la práctica y en las escuelas de periodismo- y el modelo binario entre hechos u opiniones realidad o ficción. Una dicotomía que algunos se cuestionan ahora.
A partir de la segunda mitad del siglo XX hubo un importante punto de inflexión, consecuencia de una serie de factores sociales, políticos y culturales, que produjo las condiciones necesarias para una propuesta formal para narrar la realidad sin renunciar a la belleza. Alzó vuelo la idea del Nuevo Periodismo (Tom Wolfe) o el “Non fiction novel”, concepto que describió el proceso a partir del cual se hicieron esfuerzos por narrar la realidad y brindar información periodística aprovechando las herramientas de la literatura. Contrario a lo que se piensa, no fue un fenómeno exclusivo de Estados Unidos, que tuvo en Truman Capote y su “A sangre fría” un caso emblemático. En Europa y Latinoamérica también se manifestó ese sincretistmo entre periodismo y literatura: Ryszard Kapuscinski (polaco) y Gabriel García Márquez (colombiano) son dos casos paradigmáticos.
Uno de los principales debates con respecto a las supuestas fronteras entre el periodismo y la literatura tiene que ver con el dilema entre lo veraz y lo verosímil. Es decir, entre lo que es verdad (cuidado, que como decía el escritor y periodista francés Albert Camus, la verdad es huidiza…) y lo que tiene apariencia de verdad. Arcadi Espada, periodista y académico catalán, ha advertido los riesgos que conlleva ficcionalizar la realidad. Sobre todo si, en aras de la belleza o la primicia sensacional, se trastoca la verdad periodística.
Actualmente, en el escenario contemporáneo e hipermoderno, la prensa ha experimentado una mutación que ha dado paso a la diversificación de sus vehículos narrativos en el espacio digital (palabra escrita, imagen, sonido, animaciones y vídeojuegos –gaming-, entre otros), a la inmediatez y al simulacro de una conversación continua a través de las redes sociales. Ahora el relato periodístico tiene varios escenarios, se da en diversas entregas y tiene múltiples autores (por ejemplo, con el periodismo ciudadano o los comentarios de los cibernautas). El reto de los periodistas es “contar historias” con efectividad y rapidez para alcanzar un público que más que leer, escanea. En fin, son los tiempos de la convergencia mediática y la narrativa transmedia, es decir, de aquellos “relatos” que se expanden a través de diferentes sistemas de significación (verbal, icónico, audiovisual, intereactivo, etc.) y medios (cine, cómic, televisión, vídeojuegos, teatro, entre otros).
En ese contexto, y en el marco de las transformaciones en los procesos de adquisición de conocimiento, mi primer reto como profesor de periodismo, es convertir la palabra en el objeto del deseo de los alumnos, romper con la pereza intelectual que tienen muchos de ellos y fomentar su inteligencia verbal. A partir de ahí, la lucha pasa por brindarles herramientas para que puedan ordenar las ideas y articular narrativas que sumen palabra, imagen o sonido con precisión, ingenio y responsabilidad. Un tweet de 140 caracteres podría ser un ejemplo de lo anterior.
Por otro lado, como periodista, el reto pasa por el desarrollo de nuevas formas de contar. Desde hace alrededor de un año presento y produzco, junto a Ezequiel Rodríguez Andino, el programa de historias en profundidad, “Te cuento”, que se transmite por Radio Universidad. En el espacio hemos intentando narrar de un modo distinto. El sonido es un recurso que brinda muchas posibilidades e intentamos sacarle el máximo partido durante las grabaciones y en el proceso de posproducción. Aspiramos brindar una sensación de más intimidad, sinceridad relajada y cercanía con los entrevistados.
Por otra parte, no hacemos nada en los estudios, todo se graba en exteriores para que el sonido ambiental sea también un protagonista. Cada temporada, compuesta por 13 programas, se dedica a un eje temático y en cada episodio se aborda un punto de enfoque del mismo. No atendemos la “actualidad noticiosa”, aunque no han sido pocas las veces en la que el contenido alcanza una gran vigencia. Más bien hemos intentando desarrollar, en todo caso, un periodismo preventivo, que mire al horizonte e intuya síntomas y tendencias en nuestra esfera pública. Cada historia se registra, inicialmente, en notas informativas que se publican en “Diálogo” (dialogo-test.upr.edu) antes de cada programa y a través de fotonoticias en las redes sociales; luego, en la emisión a través de Radio Universidad y WPAB 550 AM de Ponce; y, finalmente, en el ciberespacio a través del podcast, donde los cibernautas pueden escuchar los episodios cuando lo deseen.
Empecé hablando de mi convencimiento con respecto a la idea de que el periodismo es un manifestación de la literatura, anclado en lo factual y en unas particulares rutinas de producción. Sin embargo, para que eso sea así los profesionales y los estudiantes en formación debemos entender que nuestro trabajo tiene un componente dual: uno profesional, relacionado con el manejo de unas destrezas y tecnologías; y otro intelectual, relativo a nuestra capacidad para interpretar la realidad y representarla en una “historia”. Sólo así será posible reivindicar la belleza y la verdad en estos tiempos de tempestividad informativa.
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Este texto se presentó recientemente durante el Ciclo de conferencias sobre Literatura y Periodismo (Literatura y periodismo: historia de una relación), auspiciado por el Ateneo Puertorriqueño. El autor es Periodista y Catedrático en la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico.