“Los homenajes siempre son un peligro: la gente puede pensar que uno está a punto de estirar la pata”, manifestó a Diálogo la escritora Ana Lydia Vega, con la picardía que la distingue. Y es que mañana viernes 20 de marzo de 2015 la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Arecibo le rendirá un homenaje donde le conferirán el grado Doctor Honoris Causa, una de las mayores distinciones que otorga la academia.
Aunque sus obras resaltaron más en la década del 1980, los trabajos de Vega siguen dando de qué hablar, ya sea en las aulas o en nuestra cultura popular. Una de sus obras más conocidas es el libro Encancaranublado y otros cuentos de naufragio, trabajo por el cual recibió el Premio Casa de las Américas en 1982 y es lectura asignada en escuelas superiores de Puerto Rico.
Sus palabras encuentran la combinación perfecta entre sátira y seriedad, que de una manera u otra impactan al lector. Diálogo conversó con la escritora santurcina, egresada del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico y de la Universidad de París, a propósito del homenaje que le rendirá la UPR en Arecibo mañana viernes como parte de las actividades del V Congreso Internacional de Literatura a la 1:00 p.m. en el Teatro de esa institución.
Siendo Diálogo un medio para estudiantes universitarios, ¿qué usted le diría a ellos sobre quién es Ana Lydia Vega?
“No me gustan las autopresentaciones. Preferiría que mi trabajo hablara por mí”.
En sus textos habla sobre el rol de la mujer en la sociedad (y siendo usted una mujer destacada en el campo literario), ¿Cómo ve la producción literaria en P.R.? ¿Cómo ve la participación de la mujer en la literatura puertorriqueña?
“En Puerto Rico se escribe muchísimo. No sé si se lee tanto o si se lee lo que quisiéramos que se leyera. Encima, los libros puertorriqueños viajan poco. La situación colonial—esa especie de secuestro político, económico y cultural de un país por otro—limita la difusión y el alcance de nuestra literatura. En cuanto a tu pregunta sobre la participación femenina en el campo de las letras, desde el siglo 19 hasta el presente, las puertorriqueñas han ejercido el oficio con empeño y valentía, sobreponiéndose a los prejuicios sociales y las circunstancias históricas que han pretendido silenciar sus voces. Primero en la poesía y posteriormente en el ensayo y la narrativa, han logrado abrirse espacio en la arena literaria, establecerse como artistas de la palabra y ganarse el respeto de los lectores y de la crítica”.
Se nos hace difícil identificar una generación de escritores puertorriqueños tan destacada como la suya, ¿se puede hablar realmente de una generación de escritores actualmente?
“El concepto generacional es una especie de gueto que borra la personalidad de los escritores. No hay nada más reduccionista que pensar el arte como una sucesión de claques con agendas. Por lo general—y a menos que se trate de una revista o de un movimiento con un manifiesto de intención militante—los escritores no deciden juntarse para fundar una generación. La producción literaria precede al término y son los estudiosos de la literatura los que posteriormente seleccionan, agrupan y catalogan, a menudo arbitrariamente. Dicho eso, debo señalar que actualmente hay un buen número de escritores jóvenes talentosísimos escribiendo y publicando poesía, cuento, novela, ensayo. Es preciso valorarlos en su individualidad creadora y evitar encasillarlos en categorías colectivas. Cada voz literaria es única e inimitable”.
¿Cómo ve el panorama económico del País y cómo entiende que esta situación afecta a los escritores?
“Si el desastre financiero produce miseria, el desastre político bloquea soluciones. Los escritores son parte integral del pueblo puertorriqueño y padecen como cualquier ciudadano las consecuencias de la crisis. Necesitan un empleo de manutención porque de la literatura aquí no se vive. En la medida en que la economía del País se siga contrayendo, los impuestos continúen mutiplicándose y las condiciones de vida complicándose, habrá también menos librerías, menos casas editoras y, por lo tanto, menos lectores. Habrá que escribir para uno mismo, lo que, después de todo, no es tan mala idea”.
¿Se considera periodista? ¿Qué piensa de la prensa del país?
“Hay diversos tipos de periodismo. El periodismo de opinión es uno de ellos. Llevo ejerciéndolo unos treinta años. No sé si esa práctica sostenida sea suficiente para valerme el título de periodista. A mucho orgullo lo tendría si así fuera. La prensa escrita del País es demasiado escasa. Eso restringe dramáticamente la libertad de información. Los suplementos culturales no existen y las páginas dedicadas a temas literarios han ido encogiéndose progresivamente”.
En sus escritos se destaca su amor por la ciudad, incluso en uno de ellos lo menciona abiertamente (Esperando a Loló), ¿qué es lo que le llama la atención de lo urbano por encima del campo?
“Supongo que la costumbre moldea los gustos. Siempre he residido en centros urbanos. Primero, en Santurce, donde pasé mi infancia y parte de mi adolescencia. Y luego, en Río Piedras, donde he vivido por casi 40 años. Padezco de fobia a los suburbios. De las ciudades, me gustan la dinámica peatonal, la diversidad humana, la accesibilidad de los servicios y el transporte, la oferta de actividades culturales, la presencia de la historia, la poesía arquitectónica… Pero eso no descarta el aprecio que pueda yo sentir por la belleza y el sosiego que brinda el contacto con la naturaleza”.
¿Cómo su experiencia en Francia influyó en su percepción sobre Puerto Rico?
“En Francia, hice amigos de todas partes del mundo y, en particular, de los países árabes, africanos, latinoamericanos y caribeños. Esa vivencia internacionalista tuvo mucho que ver con el desarrollo de la conciencia política que venía ya forjándose desde mis años en la UPR. Las literaturas de los países del llamado Tercer Mundo fueron uno de los descubrimientos fascinantes que orientaron el curso de mis estudios. Así aprendí a situar a Puerto Rico en un Caribe y en una Latinoamérica a los que mi País les daba la espalda. Así empecé a comprender el trasfondo y las complejidades del tranque colonial. Por otro lado, en 1968, Francia estaba experimentando una profunda conmoción social. La juventud universitaria lideraba el movimiento de protesta que generaría grandes transformaciones. Se respiraba una cultura de cuestionamiento que insuflaba un ánimo de cambio. En resumen, estudiar en Francia durante esa época tan efervescente fue una experiencia descolonizadora”.
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“Si el desastre financiero produce miseria, el desastre político bloquea soluciones”. (Foto por Jochi Melero)
Usted escribió el guión para la película La gran fiesta, que dirigió Marcos Zurinaga en el 1985, ¿cómo se da esa transición en estilos narrativos, de escritora de cuentos a escribir un guión para cine? ¿Ha escrito otros guiones que no han visto la luz?
“En realidad, no escribí el guión sino más bien el diálogo. Resulta algo traumática esa pérdida de control sobre la creación propia que caracteriza al trabajo de equipo típico del cine. En la narrativa, eres dueño y señor de tu obra y responsable único de tus decisiones. En el cine, eres sólo un colaborador en el proyecto de otros. Lo peor de todo es que en cualquier momento puede modificarse y hasta eliminarse lo que propusiste. A veces, el resultado final dista mucho de la idea original. Y no, créeme que no tengo guiones engavetados, ni siquiera en la mente”.
Le confieren un Doctor Honoris Causa en la UPR de Arecibo, ¿qué significa para usted este reconocimiento?
“Prefiero calificarlo de ‘Laboris Causa’, o sea por causa de trabajo. Le di 32 años de mi vida profesional a la UPR. Con mis colegas Carmen Lugo Filippi, Robert Villanúa y Ruth Hernández Torres, dotamos al Departamento de Lenguas Extranjeras del primer método latinoamericano para la enseñanza del francés. Por otra parte, ha representado para mí un inesperado honor el que mi alma máter, la Universidad de Puerto Rico, a través de su recinto de Arecibo, me otorgara este grado honorífico por mi labor en el campo literario”.
¿Se encuentra trabajando en algún proyecto actualmente?
“Sí, desde luego. Pero no tengo la intención de dar detalles ni bajo tortura. Hay un requisito de secretividad, una necesidad de misterio en el trabajo literario. Proyecto que se ventile demasiado es proyecto muerto”.
¿Se considera una persona tecnológica? No la encontramos en las redes sociales, contrario a otros autores, por ejemplo, que tienen más presencia en estos medios.
“Qué término tan curioso ese de ‘persona tecnológica’. Bueno, digamos que el mundo virtual no me es ajeno. Pero soy bastante reservada y no me siento para nada tentada a participar de ese despliegue constante de intimidad que impulsan las redes sociales”.
¿Extraña la academia?
“A la academia, no tanto. Extraño a los estudiantes”.
¿Qué consejo le daría a los estudiantes que desean desarrollarse como escritores?
“Leer mucho es la consigna y vivir intensamente para tener algo que decir. Las buenas lecturas forman. Y hasta las malas resultan útiles: enseñan lo que se debe evitar. Sin olvidar que el arte de la escritura requiere, sobre todo, dominio de la palabra, para lo que se necesita, además de imaginación, rigor expresivo y competencia gramatical”.
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