Para Ricardo Pérez, estudiante de Pedagogía en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Cayey, el tomar una clase electiva denominada “Servicio Comunitario” significaba la oportunidad de tener contacto con un personaje que conocía por los medios de comunicación y que admiraba por su labor comunitaria. Para Francisco Méndez, acercarse a dicha clase representaba conocer un poco más sobre diversos programas de servicio a la comunidad sobre los cuales había escuchado. Jamás imaginaron que un curso universitario marcaría sus vidas y los lanzaría a una aventura que redefiniría sus visiones de mundo.
“Siempre me ha apasionado el servicio a las personas, y por eso quería conocer a Chaco (José Vargas Vidot). Yo tenía grandes expectativas. Me impacta mucho que la sociedad puertorriqueña echamos de codo a las personas que necesitan a alguien que los salve, que los ayude, que les dé la mano. Para mí fue impactante conocerle y todos los años que ha dedicado a la calle”, explicó Pérez, quien también se dedica a la fotografía.
Chaco, que es el apodo del doctor Vargas Vidot, es el fundador de Iniciativa Comunitaria, una fundación sin fines de lucro que ofrece ayuda a deambulantes, usuarios de drogas, prostitutas, desertores escolares, entre otros. Aun más, como parte de su labor profesional, el galeno ofrece cursos de ayuda comunitaria en el Recinto de Cayey. En una de estas clases, que se ofrecen como electivas, relató a sus estudiantes cómo un día decidió cocinar una cena y pasar la noche de despedida de año en la calle con su familia y con los más necesitados.
“Nos sentimos impactados por esa historia. Usualmente uno pasa las navidades con cerveza, petardos, fuegos artificiales, celebrando, pero él decidió hacer algo diferente”, acotó Francisco Méndez.
Según Méndez -quien es estudiante de Sociología-, Vargas Vidot enseñó a los universitarios a realizar curaciones, a atender pacientes y a ser entes de paz. Sin embargo, también les conversó sobre sus sueños y proyectos con Iniciativa Comunitaria, y los contagió con su pasión hacia el proyecto y sus actuantes, los necesitados, los “hermanos de la calle”.
“Nadie está excento de caer en ese lugar. Va más allá de ser adicto a drogas, de ser alcohólico. No tienen hogar y viven en la calle. ¿Cuántas personas no han perdido su trabajo? Cualquiera tiene una adicción; yo puedo tener una a comprar. Ellos tienen una a las drogas. Aquí estamos nosotros para ser sus amigos, para consolarlos”, explicó Pérez, visiblemente emocionado con el sentimiento nacido durante las horas de curso.
Embarcan a Haití
Uno de los proyectos importantes que componen el programa de Iniciativa Comunitaria -y que Vargas Vidot compartió con sus alumnos- es Manos por Haití, el cual nació como consecuencia del terrible sismo que destruyó a la isla caribeña. Este proyecto sobrevive gracias a las manos de cientos de voluntarios que donan dinero y tiempo para ofrecer tratamiento clínico a los damnificados en la pequeña clínica que establecieron en el sector Blanchard del país o por medio de clínicas móviles. El programa permite que voluntarios visiten el proyecto en Haití durante ocho días, pero éstos deben costear los gastos del viaje.
“Cuando habló de Haiti me interesé de inmediato. Me motivé, quería dar ese importante paso y dejar la huella en Haití”, explicó Méndez.
Ambos estudiantes tuvieron que levantar fondos para costear los pasajes del boleto y una donación para Iniciativa Comunitaria. Ricardo, por su parte, realizó una venta de galletas en su universidad. También, para su sorpresa, personas que conocieron sobre su interés de visitar el país, le ofrecieron donaciones para apoyar la causa.
Ya en Haití se les encomendó trabajar en un orfanato. Allí llegaron con materiales y juguetes que la Oficina de Asuntos Estudiantiles les había obsequiado, y con sus corazones dispuestos a ayudar en lo que se requiriera. Según Pérez, aunque conocían que el país había sido devastado y que existía mucha necesidad, fue grande la sorpresa al bajarse del avión y descubrir la situación extrema de pobreza, miedo y necesidad que reina allá.
“Cuando nos bajamos, todo el mundo hablaba creole, y los nenes nos pedían dinero. Fue un choque cultural. Ver todo eso, ver las casetas… Yo pensaba que, como había pasado un año y medio, Haití debía haber mejorado. El agua es limitada, no se encuentra fácilmente. El tráfico es malo, hay hoyos por todos lados; no hay ni siquiera carreteras”, describió.
Las labores durante su estadía en Haití incluían lavar autos, ligar cemento, empañetar, cocinar y bañar niños. Además, debían atender a los damnificados en clínicas móviles, lo cual acarreaba tener que levantarse a las 5:30 de la madrugada. A esta hora, los 25 brigadistas -que vivían en el hogar atendido por los haitianos “Pierre” y “Madame”- debían hacer turnos para utilizar el único baño de la casa. En medio del calor insoportable y los mosquitos que belicosamente les picaban, Méndez y Pérez, junto a otros estudiantes voluntarios de su misma universidad, así como de los recintos de Río Piedras, Bayamón y Mayagüez, viajaban largos trayectos para ofrecer medicamentos y cuidados a niños y adultos que se ubicaban en filas que excedían las 100 personas por día. En el receso de sus labores, aprovechaban para jugar con los niños del barrio, y para realizar otras tareas, pues, según explicaron, “el trabajo nunca faltó”.
Para poder lograr comunicarse con las personas que atendían, tenían el apoyo de tres traductores haitianos que Méndez recuerda con mucho cariño: “Uno de ellos se llama Wilkins, le dicen W. Tiene 13 años. En vez de quedarse jugando, él decidió ayudar a su comunidad. Es un milagro de vida. Se crió en Santo Domingo. Una semana antes de la tragedia, llegó a Haití. La tía lo decide enviar a Santo Domingo, pero él decide quedarse. Estudia en un colegio que Iniciativa Comunitaria le ayuda a pagar y en su tiempo libre es traductor”.
Aunque Méndez y Pérez volvieron hace menos de un mes, sus deseos de volver al país a continuar colaborando son latentes. Mientras tanto, realizarán varios proyectos para apoyar el proyecto, entre ellos un programa de radio en donde presentarán varias entrevistas realizadas a los traductores, ciudadanos haitianos y voluntarios destacados en Haití. Este proyecto verá la luz en mayo, y tiene como misión “transmitir paz”, provocar a los jóvenes a que sean “agentes de cambio” y demostrar que “la juventud no está perdida, queremos trabajar”, expresó Méndez, gestor del programa.
De Haití conservan muchos recuerdos. Allí no tuvieron acceso a Facebook ni al celular, vivieron “enajenados”, fueron picados por mosquitos, y no tenían un céntimo para gastar. Aunque a muchos pueda parecerles esto una vivencia insoportable, ambos estudiantes no dejan de mencionar con emoción cómo otras vivencias mucho más imporantes les marcaron: bañarse bajo la lluvia para racionar el agua, aprender a realizar tareas que antes no tuvieron necesidad de hacer, jugar con niños con una bola de soccer vacía y ser testigos de su entusiamo y alegría, comunicarse con ellos por medio de señas y aún asi poder entenderse, y, por último, los rostros de sencillez y agradecimiento de aquellos haitianos a quienes atendían.
“Ahí me encontré a mí mismo. Fue un tiempo largo, los días parecen semanas. Eso fue lo que yo me llevé de Haití: conocerme a mí, servir y estar lleno. Haití me llenó.Tú das tu tiempo, tus manos. Es un sacrificio, pero te llena tanto. Al servir, tu vida cambia, tu perspectiva cambia”, culminó Pérez.
Nota de la autora: La organización Iniciativa Comunitaria trabaje en base a las donaciones que realizan distintas entidades e individuos. Actualmente Iniciativa Comunitaria se propone construir un hospital en Haití. Para poder lograr este proyecto requieren de la cantidad inicial de 1 millón de dólares. Voluntarios pueden donar a la cuenta 030-695-295 del Banco Popular, a nombre de la entidad.