Hoy se cumple una semana de aquella noche en que el mundo se detuvo por lo que considero la noticia del año. Aún recuerdo aquellos gritos de celebración que llamaron mi atención minutos antes de saber lo que estaba sucediendo: se trataba de la muerte del líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden. Era evidente que los neoyorquinos y los norteamericanos en general celebraban la victoria de la nación frente a un movimiento que atentó contra su país.
El reloj marcaba las 10:30 de la noche, y luego de acceder a diferentes periódicos en línea, estaba a la espera de escuchar el mensaje del presidente Barack Obama. Mientras tanto, los gritos seguían. Me asomé a la ventana y desde mi apartamento divisaba a la gente que celebraba en las calles. La vena periodística no me permitía quedarme en casa, no podía dejar de presenciar ese momento en que los neoyorquinos se expresaban libremente. Los minutos seguían pasando y la adrenalina se intensificaba, entonces cambié mi pijama por unas botas, un mahón y un coat. Era la 1:30 de la madrugada del lunes, 2 de mayo, inicio de una semana que se perfilaba intensa tras el periodo de exámenes finales en New York University. Sin pensarlo tomé el primer taxi que pasó y junto a dos compañeros llegué a la Zona Cero.
El tráfico y los cambios en el tránsito indicaban que algo estaba sucediendo. Cuando por fin llegué a la Zona Cero pude sentir toda la energía y algarabía que predominaba en el lugar; aquellos gritos que escuché en un principio no eran nada en comparación con todo lo que viví en esas tres horas intensas en lo que fue el punto de ataque terrorista el 11 de septiembre de 2001.
Jamás había presenciado algo así, definitivamente viví la historia. Como espectadora puedo confirmar que, en efecto, los allí presentes estaban celebrando el asesinato de aquel ser humano. Ver tantas personas reunidas gritando un sinúmero de cosas en contra de una persona, sumado a su orgullo patrio, abrió mi mente a cuestionarme demasiadas cosas respecto al mundo en que vivimos en pleno siglo 21.
En medio de tanto bullicio sentía que todo se frizó por una fracción de segundo, y mis ojos se dirigieron a los letreros de la calle Church y la calle Vesey. Mientras un oficial de las Fuerzas Armadas y varios ciudadanos se trepaban en los postes en señal de victoria, los nombres de ambas calles fueron sustituidos por la palabra “win”. Irónicamente dichos eventos se produjeron en los alrededores de la Capilla St. Paul, lugar donde se exhiben diversos altares y objetos en honor a las víctimas del 9/11. Igualmente, es contradictorio el hecho de que entonaran “God Bless America” al mismo tiempo que se guiaban por un impulso sumado a la emoción del acontecimiento.
Todo lo que viví en aquella calle me remitía a las Fiestas de la Calle San Sebastían, claro está, versión americana. Mis ojos nunca olvidarán aquella madrugada en que el mundo centró sus ojos en la ciudad que nunca duerme, Nueva York. A pesar de haber perdido horas de sueño, fui parte de la historia, una historia que en unos años será narrada en los principales centros de estudio. Sin duda alguna los estadounidenses celebraron lo que denominaron una victoria, pero ¿hasta qué punto la muerte de Osama Bin Laden representa una verdadera victoria? ¿Será el inicio de una nueva batalla cuando sólo lograron asesinar el líder de todo un movimiento? ¿Quién reemplazará el lugar del líder Al Qaeda para vengar su muerte? Mientras me hago todas estas preguntas sólo recuerdo aquella frase de Barack Obama que protagonizó las portadas de diversos rotativos, “Justice has been done” .
La autora es estudiante de periodismo en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras.