“En este momento, el dinero tendrá fecha de vencimiento para que nadie pueda acumularlo para tener poder sobre sus hermanos”,
Facundo Cabral, octubre 2009, concierto por la paz en Colombia
Triste coincidencia. Causalidad que domina la razón y saca al rostro la lágrima contenida. El sábado nueve de julio cuando llegó la noticia de que Facundo Cabral fue asesinado a tiros en Ciudad de Guatemala, se conmemoraba también el día del natalicio de su compatriota, Mercedes Sosa.
También, las balas de sicarios de la ciudad latinoamericana, en el Siglo XXI en el que las dictaduras parecen organizarse desde el narcotráfico que mata a mansalva y desaparece a diestra y siniestra, se llevaron a Cabral el día en que su natal Argentina, conmemoraba el Día de la Independencia.
Las voces de Facundo y de Mercedes se escucharon desde distintos escenarios, nacionales y del exilio, protestando por las condiciones de vida de la mayoría de los latinoamericanos que viven, aún hoy, en países minados por la violencia, la desigualdad, por la corrupción gubernamental. En fin, en un espacio caótico en el que se mantiene a millones de personas echadas a su propia suerte.
Pero hoy, por lo que se sabe hasta el momento, no fueron los sicarios del Estado, típicos de una dictadura sexentona, los que cobraron la vida de Cabral, a sus 74 años y saliendo de Guatemala a cumplir con su último concierto en Nicaragua antes de retirarse para siempre de los escenarios por razones de salud.
Al parecer, lo retiró para siempre una organización mafiosa que buscaba al empresario José Enrique Fariñas, que lo llevaba en su camioneta hasta el aeropuerto. Un empresario de clubes nocturnos que se alega que lo contrató para su presentación en Managua.
La violencia que ejecutan las organizaciones criminales que se presume que acabaron con la vida de Cabral, se da en el contexto de un país que el pasado 15 de mayo vivió una de las más terribles matanzas a manos de un cartel de la droga. Los autores de esa masacre, los llamados Zetas, salieron del Golfo de México y se apoderan poco a poco del norte de Guatemala, en donde mataron a 27 campesinos de un solo golpe. Los balearon en el piso y luego los degollaron, dejando viva a una mujer que contó la terrible escena a las autoridades.
Los Zetas era una facción del Cartel del Golfo cuyos miembros son identificados como ex militares de México. No sólo se dedican al narcotráfico, según lo ha narrado por la investigación de periodistas mexicanos y guatemaltecos. También viven del secuestro, la prostitución y la piratería.
“No se puede esconder que siempre ha habido narcotraficantes, pero en el caso de Los Zetas, ellos han sido más sanguinarios, sus mensajes, sus acciones han sido mucho más fuertes, entonces podríamos decir que en este momento, Los Zetas tienen prácticamente el dominio del territorio guatemalteco”, dijo al diario mexicano, El universal, la periodista guatemalteca, Mariela Catañón, el pasado mes de diciembre.
Pero esas organizaciones no están tan aisladas de la corrupción gubernamental. Las acusaciones al gobierno del presidente de Álvaro Colom en Guatemala, apuntan a que recibió $11.5 millones de manos de los carteles de la droga, para culminar con su campaña a la reelección. Un mensaje de esa banda, así lo dejé ver. El gobernante lo ha negado. Pero, la impunidad con que se manejan los criminales en Guatemala, tiende a establecer la duda del vínculo entre crimen organizado y gobierno.
Así de México a Guatemala, de Nicaragua a Colombia y en grandes ciudades de Estados Unidos como Chicago, vemos como en los últimos 40 años, cuando Cabral y Mercedes Sosa combatían y denunciaban con fuerza las técnicas de la dictadura y la intervención estadounidense en el espacio latinoamericano, se cuajaron organizaciones paramilitares que hoy amenazan la seguridad de países enteros. Los gobiernos, corruptos o no, no han controlado con efectividad esas redes ni mucho menos han asegurado la vida de los habitantes de esas tierras.
Al igual que Cabral han sido cientos de miles los inocentes que han muerto a manos de los que trafican con la droga y mantienen en vilo a los habitantes de tantas ciudades en el mundo. En Latinoamérica, México, Colombia y Guatemala, son las más violentas.
La ambición de dinero y del poder que ese otorga; la desigualdad y la escasez de proyectos institucionales de desarrollo que incorporen a las millones de pobres a las economías de la región y del mundo, son algunos de los factores que parecen haber circulado alrededor de esa realidad de violencia ascendente. Una que se extiende a Puerto Rico cuando atendemos las noticias de cómo se han filtrado elementos de crimen organizado en esferas legislativas, por ejemplo.
El asesinato de Cabral ocupa más portada que otros por tratarse de una figura que se hizo pública cantándole a la paz. Observar, analizar el pasado y presente de nuestras sociedades violentas a base de la ilegalidad, debe proponer la acción continua que provoque, aquí, en México o en Guatemala, un compromiso que nos aleje de la imagen de muerte que amenaza a cualquiera que se encuentre en la ruta de una bala de fusil.
La autora es periodista. El texto fue publicado en el Blog Pesquisa Boricua