Previo a la llegada de los primeros colonizadores españoles a Culebra, marinos daneses e ingleses se abastecían con las riquezas bajo sus aguas, según explicó Claro Feliciano, exalcalde de Culebra, en su libro Apuntes y comentarios de la colonización y liberación de la isla de Culebra. Años más tarde, la Corona Española descubrió las bellezas naturales, los extensos bosques maderables de la isla y se interesó en su bahía interior que es capaz de amparar embarcaciones comerciales.
El ingeniero de montes (nombre que se le da al que estudia y organizan la repoblación y conservación de las áreas forestales), Evaristo Churruca, realizó un informe a la Corona donde puntualizó las bellezas naturales de la isla. Además, recomendó al Ministro de Ultramar, representante del gobierno español, que las tierras cultivables se lotificaran y se concedieran a los agricultores para el cultivo de frutos menores, para la crianza de animales domésticos y para la fundación de un pequeño pueblo en las orillas de la bahía. Asimismo, recomendó que no fuesen vendidas ni arrendadas a intereses comerciales. Pronto la Corona anunció la aprobación de las recomendaciones.
Por mucho tiempo la isla municipio fue visitada por españoles, franceses, escoceses y americanos interesados en la pesca comercial. El culebrense Juan Soto Díaz, quien procede de una familia de pescadores, apuntó que en la primera mitad del siglo XX , entre el 75 y 80 por ciento de la población vivía de la pesca porque no había otro trabajo. Sin embargo, poco a poco la vida en Culebra y los cayos que la rodean cambió.
En 1903, William Hunt, gobernador de Puerto Rico, firmó un proyecto de ley que facultó a la Asamblea Legislativa a traspasar al gobierno de Estados Unidos varias propiedades públicas para usos navales y militares. El proyecto de ley representó una renunciación general y absoluta sobre las tierras públicas. Fue así como este archipiélago se convirtió en un centro de operaciones militares, lo que afectó significativamente la vida marina y terrestre del lugar.