Lo único que hay que hacer es esperar. Esperar y ver si tienes suerte y te ganas algo. No se necesitan hazañas, ni estrategias, ni trucos, ni habilidades. Lo único que se necesita es paciencia y no hacer nada, salvo esperar.
Así esperan miles de personas de la tercera edad en Puerto Rico que a diario visitan los casinos de tragamonedas que están dispersos en todos los recovecos de esta Isla. Estos centros de máquinas de juegos de azar están en todas partes: frente a plazas públicas, en urbanizaciones, contiguas a agencias hípicas, al lado de barras y hasta en centros comerciales.
En estos mini casinos hombres y mujeres se dan cita para sentarse frente a una pantalla y presionar un botón, una y otra vez, hasta que la ruleta saque los íconos premiados en un orden particular. Si no tienes suerte en una de las tiradas, no importa; aprietas el botón nuevamente y esperas a ver si la ruleta se porta bien. Así, esperando la suerte, puedes estar todo el día y no ganar ni un centavo. Pero eso también da igual, porque puedes volver al día siguiente, el subsiguiente y así sucesivamente hasta que te quedes sin dinero. Entonces dejas de ir hasta que vuelvas a cobrar tu cheque del seguro social.
Paquita Sierra, 71, antes iba a estos casinitos, pero ya no. De todas formas nos dijo que en estos casinos van las mismas personas siempre y se pasan jugando todo el día. “Si tú vas 50 veces al día, te encuentras a las mismas personas”, contó.
En el Centro Gran Caribe de Vega Alta, hay tres de estos casinos: Pirates of the sea, Game zone, y el tercero queda dentro de la Agencia hípica pura sangre. Pirates of the sea, es PG-13. Es el más sutil de todos. Hasta un niño estaba adentro acompañando a una señora que quizás es su abuela.
La mayoría en este casinito eran mujeres. Era la 1:00 de la tarde y había cinco jugadoras absortas en sus pantallas. Cuando una de las máquinas las trataba mal, se iban y jugaban en otra con la expectativa de que en esa pudieran ganar algo.
Como en el local había cerca de 24 máquinas, las jugadoras podían darse el lujo de jugar en más de una tragamoneda a la vez. Metían dinero en dos o tres máquinas y se mudaban cada cierto tiempo de máquina en máquina.
“Tienes que dármele a esta, porque no la puedo dejar mucho tiempo sin jugar porque me deja de premiar. Esta [máquina] es así hay que estar dándole”, le dijo una mujer a otra de las que estaba allí jugando. Quizás tenía razón. Tal vez por eso un día se llevó $942.00 en premio, confesó ella.
Game zone, otro de los casinitos, tendría algunas 15 máquinas en un salón que queda de frente al food court del centro comercial. El lugar era oscuro, pequeño y a diferencia de Pirates of the sea, allí no podían entrar menores. En la entrada habían dos mujeres vestidas de negro pidiendo identificación, sin identificación no podías entrar. Yo, como andaba sin identificación, no pude entrar.
–¿Pero por qué no puedo entrar?
“Sin identificación no te podemos dejar entrar”.
–¿Pero tú me ves cara de 17 años?
“No es eso. Es que esas son las reglas. Sin ID no te puedo dejar entrar. Tenemos que seguir las reglas”.
Sin embargo, la ley 77 de juegos de azar establece que no puede haber más de 8 máquinas tragamonedas en lugares que no sean los casinos de los hoteles. La ley también establece que estas máquinas no pueden estar en centros comerciales y que no pueden pagar premios.
–¿Y aquí pagan premios?
“Ehh…¿cómo que premios?”
–Premios. O sea, si alguien se lleva el “jackpot” en una de las máquinas, se le paga el dinero al jugador.
“Bueno… depende…sí”.
En la agencia hípica era diferente. Allí se vendía alcohol. La mayoría de los jugadores eran hombres y el ambiente era más exaltado y ruidoso.
En El cantón mall de Bayamón sucede una historia parecida. Hay dos mini casinos. Uno de ellos vende alcohol y afuera pone un letrero que lee “Premios todos los días y podrías ganar jackpot”.
El otro es más disimulado se anuncia como un cyber café. Mas cuando entras te das cuenta que ni siquiera hay wifi, solo máquinas de juego de azar.
Cerca de 20 máquinas y cerca de seis jugadores. Un silencio total interrumpido solo por el sonido que hacían los botones cuando los jugadores los presionaban. Tac, tac, tac, tactac, era lo único que se escuchaba. Era un lugar muerto, tal y como los rostros de los jugadores, cansados de esperar con ojeras en los ojos por pasar tanto tiempo mirando una pantalla que pocas veces los premia con dinero.
No se pierda mañana la entrevista con la directora de la Compañía de Turismo, Ingrid Rivera, quien nos contará sobre cómo su agencia trabajará para erradicar las máquinas tragamonedas que operan en Puerto Rico de forma ilícita.