Aunque el estado ideal de todos los fieles es el matrimonio, no es de extrañar, a tenor de las palabras de Farnoosh, una profesora de inglés de Teherán, que muchas de las mujeres de las grandes ciudades que han tenido acceso a una educación moderna no tengan entre sus planes casarse.
“En Irán sí existen hombres que no oprimen a las mujeres, pero son la gran minoría. Si me casase preferiría que fuese con un extranjero, lo cual, además, me permitiría salir del país. Ninguna de mis compañeras de universidad quieren casarse tampoco. Preferimos ser independientes”, comenta mientras sirve el enésimo té.
Farnoosh, se considera afortunada porque dice contar con el apoyo de su progenitor. “Mi padre está en contra de este régimen y de sus leyes. Me respeta y me da libertad. Así estoy bien”, asegura. Éste, en contra de lo que dictan las leyes que obligan a una mujer a vivir con tutor, le permite vivir sola. “Pero esto es solo posible en Teherán. En otras ciudades los vecinos me delatarían”, añade.
No obstante, para las mujeres que sí quieren casarse, el haber tenido relaciones sexuales previamente puede ser un problema. Podrían ser rechazadas por sus maridos y probablemente quedarían señaladas tanto ellas como sus familias, ya que mantener relaciones no está permitido antes del matrimonio. Por eso, muchas se someten a una operación para la reconstrucción del himen, haciendo así creer a sus maridos que llegan vírgenes al matrimonio.
Pero a menudo no se someten por voluntad propia. “Mi madre es muy conservadora pero siempre aceptó que yo tuviera mi propia forma de pensar. Un día, en confianza, le conté que había mantenido relaciones sexuales con un hombre y fue ella misma la que me obligó a operarme. Tenía miedo de que mi futuro marido me rechazase y de que desprestigiase a mi familia”, confiesa una joven de la ciudad de Mashad mientras cierra las cortinas de su casa. “No quiero que mis vecinos vean que estoy con un extranjero en casa sin estar mis padres. Podría acarrearme problemas”, se justifica.
Aunque teóricamente la mujer es libre para elegir marido, no siempre ocurre así. A Laleeh su padre le obligó a casarse con su primo al cumplir 17 años. “Se me vino el mundo encima”, cuenta con la mirada perdida. “Los tres años que estuve casada con él (después, me concedió el divorcio) estuve muy deprimida, casi sin hablar con nadie . Mi padre me obligó a hacerlo porque le preocupaba la dote. Pensé en huir, pero no fui lo suficientemente valiente”, comenta.
Muchas familias en Irán pretenden no perder ni dividir su patrimonio. Así, conciertan matrimonios entre familiares y la dote sigue perteneciendo a la familia o se ofrece otro matrimonio a cambio, de manera que las dotes de ambos matrimonios se anularían la una a otra. Laleeh explica también cómo su padre la rechazaba cuando estaba casada: “Cuando tenía algún problema mi padre me ignoraba. Sin embargo, cuando era mi hermano el que lo tenía, se volcaba con él. Yo, por entonces, era responsabilidad de mi marido”.
La dote también sirve para explicar alguna de las causas del porqué del matrimonio infantil. Legalmente una niña puede casarse en Irán a los trece años (los niños, a los 15). Solo necesitaría el permiso de un tribunal. Entre 2013 y 2014, 201 niñas por debajo de los diez años contrajeron matrimonio en Irán. Entre los diez y los catorce años la cifra asciende a más de 41.000 niñas, según las últimas estadísticas recogidas por la organización pro derechos humanos Justice for Iran.
Otro punto conflictivo es la poligamia, que aunque no sea algo habitual, está permitida en Irán. Pero solo para los hombres. A un hombre le está permitido tener hasta cuatro esposas. Sin embargo, en el Corán se explica que “un hombre, si teme no estar obrando en justicia, debe casarse solo con una mujer”.
“Aquí todo el mundo me conoce como el profesor”, cuenta un iraní de la pequeña ciudad de Nahavand. Mucha gente le saluda por la calle y él se muestra amable. Al llegar a su casa le recibe una mujer que bien podría ser su hija. El profesor presume mientras ella prepara la cena. “Es mi nueva esposa. La otra que tengo es muy vieja. La quiero pero a mí me gustan más jóvenes y guapas”, comenta el profesor mientras sonríe como si estuviese esperando una muestra de complicidad. Estos casos son más frecuentes en el Irán profundo. Como ejemplo extremo, hay un pequeño pueblo al sur llamado Peiposht donde es tradición no considerar a un hombre como tal si no está casado con once mujeres.
El profesor se justifica: “Esto no es ninguna desventaja para la mujer; al contrario. En Occidente tienen relaciones fuera del matrimonio y luego, los hombres se desentienden de ellas para volver a vuestros hogares con vuestras mujeres. Yo, por ejemplo, estoy obligado a mantener a los hijos que tengo con mi otra esposa y a cuidar de ella”.
Lo más corriente en una situación como la que atraviesa la primera mujer del profesor es que esta solicite el divorcio. Pero una mujer solo lo conseguirá si el marido acepta dárselo o si demuestra, entre otros, que este no puede mantener económicamente a la familia o tiene problemas de drogas o alcohol. De conseguirlo, según las leyes, la mujer solo podría mantener la custodia de los hijos hasta que cumpliesen los siete años, ya que después pueden volver con el padre si éste la reclamase. Sin embargo, la tendencia actual indica que el divorcio está en alza en Irán. Según fuentes oficiales, alrededor del 20% de los matrimonios que se celebran acaban en divorcio.
La situación laboral de la mujer
El llamado Plan de Excelencia Familiar es un proyecto de ley para dirigir el crecimiento de la población iraní. Shaheed en su último informe para las Naciones Unidas explica que su fin es alentar a la población joven a casarse y tener hijos. Fuentes de la HRIU añaden que “los polémicos artículos 9 y 10 de este plan imponen unajerarquía en el acceso al mercado laboral facilitando las contrataciones de hombres, casados o solteros, aunque haya mujeres que estén más cualificadas para el puesto.Se van a poner trabas a las contrataciones de mujeres solteras. Ahora, por ejemplo, estará prohibido para una mujer trabajar en una universidad si no está casada”.
Estos artículos del proyecto de ley concuerdan con las palabras que el líder supremo Jamenei pronunció hace pocos meses, con motivo del Día de la Mujer en Irán: “Si alguien quisiera discutir los aspectos de la mujer separados de los asuntos domésticos, estaría incurriendo en una contradicción conceptual. El acceso al mercado laboral de la mujer es algo secundario”. Así lo demuestra el artículo 117 del Código Civil iraní, que establece que el marido puede evitar que su esposa tenga una profesión que sea incompatible con los intereses de la familia o la dignidad tanto de él como de ella.
![El ayatolá Jamenei [izquierda] y el ayatolá Jomeini [derecha], presentes en cada rincón de Irán (Jaime Gárate)](https://dialogo-test.upr.edu/wp-content/uploads/2015/08/Iran-4.jpg)
El ayatolá Jamenei [izquierda] y el ayatolá Jomeini [derecha], presentes en cada rincón de Irán (Jaime Gárate)
A Fatemeh no le sorprenden estos datos. Cuenta que durante su paso por la universidad se mentalizó de que su futuro laboral sería duro. “Mis compañeras y yo nos percatamos de que, en una asignatura, todas destacábamos por nuestras buenas notas, mientras que los resultados de los chicos eran mediocres. Al preguntarle al profesor sobre esta situación, nos dijo que a nosotras nos corregía con otro criterio porque no necesitábamos aprender, que nuestra obligación en el futuro sería atender las tareas domésticas y criar a nuestros hijos, ya que la ingeniería mecánica es para hombres”. Nueve años después de licenciarse no ha llegado a ejercer su profesión. A pesar de discriminaciones como ésta, el 48% de los universitarios en Irán, según el informe de Shaheed de octubre de 2014, son mujeres. Prácticamente la mitad. Este dato puede ser un ejemplo de que gran parte de la sociedad femenina iraní desea su independencia. “Solo quiero tener las mismas oportunidades que un hombre”, sentencia Farnoosh.
Miles de activistas luchan dentro y fuera del país por la igualdad de las mujeres. Pero dentro de Irán ha de ser de manera clandestina ya quecualquier tipo de activismo en Irán es considerado un delito de seguridad nacional. Son muchas las activistas que están o han estado en la cárcel simplemente por expresarse pacíficamente.
Desde la HRIU afirman que “desafortunadamente, a pesar de los esfuerzos de la administración Rohaní en redireccionar la situación, la aplicación de los derechos fundamentales en Irán para las mujeres activistas no se respeta”. Esto sucedió, por ejemplo, en el caso de Ghoncheh Ghavami, quien el año pasado fue condenada a un año de cárcel por mostrar su rechazo de manera pacífica a una ley que prohíbe a las mujeres entrar a estadios deportivos si los deportistas son hombres.
Sanjabi reflexiona sobre la importancia del activismo: “Es difícil conseguir un cambio desde dentro si los activistas están en la cárcel. Es necesario que sus mensajes lleguen a la opinión pública para construir la infraestructura necesaria para el cambio”. Irremediablemente este cambio también debe pasar por la educación. Así, generalmente, cuando en Irán se pregunta en la calle por los derechos de la mujer, se establecen comparaciones con países vecinos. Los hombres, en muchas ocasiones, para afirmar que la situación no es mala, la comparan con la de Afganistán o Pakistán. Sin embargo, las mujeres iraníes se comparan con las turcas para demostrar la discriminación de género a la que se ven sometidas. Para demostrar la batalla diaria a la que se enfrentan.
Este texto fue publicado originalmente en el portal cibernético de periodismohumano.