Hoy día, los jóvenes puertorriqueños están formando los años más transcendentales de su vida en una crisis generalizada que marcará una coyuntura en la historia colectiva de este País. Nuestra generación nunca tuvo que enfrentarse con la incertidumbre, el desdén, la insatisfacción y el pesimismo de un porvenir cada vez más ilusorio y contradictorio. Sin embargo, dentro de esta generación se levanta un planteamiento que niega, cuan ejercicio dialéctico, la imposibilidad de un mejor futuro.
Por un lado, esta generación se está enfrentando a una crisis económica que está socavando la estructura de apoyo que generaciones pasadas habían gozado, una que permitía cierta predictibilidad de un resultado deseable producto del estudio y el trabajo.
Por el otro lado, esta generación se ve frente a unas posibilidades latentes de cambio social, que la tecnología y la globalización ha permitido democratizar y viabilizar.
Sin embargo, a esta generación no le faltan los críticos. A la falta de comprensión, la vilifican. Y es que muchos no entienden que esta generación ya no es una ciegamente ideológica, ni cree en la estética de palabras vacías. Tampoco cree en teorías grandiosas que aparentan explicar todo, ni en utopías que pretenden resolver todo, y al final ni explican ni resuelven nada.
Esta generación no tiene santos, ni tiene héroes. Todos les han fallado. Esta generación no nos cree que tenemos la respuesta y que solo falta voluntad. Reciben con escepticismo todo lo que tratamos de, bancariamente, hacerles creer que es la verdad. Saben muy bien, que hoy más que nunca, el conocimiento es libre, descubrible, democrático, y esto, a nosotros los de la vieja guardia, nos aterroriza. Nos aterroriza porque hemos forjado nuestro poder controlando y manipulando el conocimiento.
Pretendemos que el problema de esta generación sea su apatía y su egoísmo. Pero no entendemos que el problema es nuestro, que luchamos por nosotros y no por ellos, que ciegamente seguimos por décadas modelos reformadores o revolucionarios, pero siempre importados, con el fin de que resolvieran todos nuestros problemas. Y al tratar de tragar tales modelos embotellados en el Norte o en el Oriente, nos dejó un mal sabor, un sabor artificial y foráneo, que nunca se adaptó al paladar ni a la realidad puertorriqueña.
Esta generación, sí es apática, pero apática a nuestros discursos, a nuestros modelos, a nuestras divinidades. Esta generación sí es egoísta, pero es egoísta porque se niega seguir el rebaño que pretendemos dirigir, con una promesa de encaminarnos hacia la salvación, una salvación que aparenta colorearse de los más bellos destellos de azul, verde y rojo.
Hemos de mentirnos que lideramos, pero lo único que hemos hecho es movernos tal cual manada de ovejas espantadas por el ensordecedor grito de la crisis. Sí, esta generación se distingue por su apatía y egoísmo, pero una dirigida al convencionalismo passé que nos llama a solidarizarnos con un sistema que solo ha beneficiado a unos pocos, y nos ha llevado al precipicio del colapso.
A esta generación los arropa un pesimismo, que enfrasca, como Antonio S. Pedreira nos advertía, un optimismo paradójico. Un pesimismo que solo exponen el rechazo de la realidad actual, pero que vislumbra un futuro distinto, tal vez mejor, tal vez peor, pero definitivamente distinto. Una generación que se está educando y está trabajando con la muy certera incertidumbre de que la obtención de un empleo y futuro digno tendrá posibilidades cuánticas, cual gato de Schrodinger, que existe y no existe a la vez.
Esta es una generación que no cree que las obras se hacen orándole y prendiéndole velas a los santos. Saben que la obra se hace con esfuerzo y con sudor. Sabe que el trabajo muchas veces viene sin gloria. Saben que su valor no radica en títulos ni en apellidos de “buenas familias”, mas su valor radica precisamente en su trabajo, en su voluntad, en su conocimiento y destrezas. Conoce el valor de la acción y el capital social. Saben que no se puede esperar del gobierno, de la iglesia, y de un líder para que resuelva los problemas que nos aquejan. Saben que les toca a ellos y a nadie más.
A la generación de la crisis no le falta voluntad ni compromiso, lo que le falta son Santos de Devoción… y eso es su característica más prometedora.
*Dedicado a mis estudiantes que me llenan de orgullo y optimismo, por ser diferentes y valientes.