Pocas películas pueden adjudicarse el haber cambiado la manera en que se hace cine, pues emergen cada cierto tiempo de forma impredecible y no necesariamente cuando hacen falta, sino cuando uno menos se lo espera. Es ese elemento sorpresa lo que lo hace un acontecimiento casi revolucionario, aunque algunos – como yo- podríamos asegurar que lo es. Esto, por supuesto, abre espacio para llegar a sobrevalorar algunas películas que en el momento parece que podrían cambiar las reglas del juego, solo para desaparecer con el pasar de los años sin dejar rastro. La realidad es que aquí el protagonista es el tiempo, por lo que no existe manera de asegurar que lo que acabas de ver alterará la manera en que se percibe y se hace el cine. Nuestra única opción es esperar por esa posible huella en forma de influencia que surja en trabajos futuros.
Gravity, lo nuevo del director mexicano Alfonso Cuarón, encaja perfectamente en ese sentimiento anteriormente descrito. De primera impresión, la película se siente como el gran proyecto que cinéfilos con antojos y tripas estruendosas esperábamos con ansias. La ansiedad que traía consigo la espera de un filme de este calibre solo se intensificó con el anuncio del regreso de Cuarón, siete años después de Children of Men, considerada no solo como una de las mejores películas de la pasada década, sino como una de las obras más importantes en la historia del cine. Esto, el hecho de que se trataba de un proyecto muy personal del cineasta y que en el momento en que nació la idea, no existía la tecnología para hacerlo realidad, convirtió a Gravity en la película más anticipada del año. Aunque con grandes expectativas vienen aún más grandes decepciones, el filme es una de esas películas que merecen todo el “hype” que reciben antes de su estreno.
Gravity es, entre muchas otras cosas, la respuesta al cine genérico que amenaza con destruir la magia del séptimo arte con efectos especiales que no avanzan ni añaden algo a la historia. Lo que logran Cuarón y su genio director de fotografía, Emmanuel Lubezki, es iniciar el proceso de restaurar la creencia perdida en la magia del cine. Hace mucho tiempo dejamos de hacernos una de las preguntas más importantes de su historia: “¿Cómo habrán hecho eso?” Esa siempre fue la gran interrogante que traían consigo los efectos prácticos que desde hace algunos años hemos cometido el error de sustituir por computadoras, pero que Cuarón y su equipo se han encargado de traer de vuelta a la vida con un híbrido que grita: “si vamos a hacer esto, hagámoslo bien”, y bien lo hicieron. Con Gravity, Cuarón perfecciona lo que comenzó James Cameron con Avatar hace unos años. La película es 60% CGI, o al menos eso aseguran sus creadores. Sin embargo, no existe momento en que su uso se sienta fuera de lugar o que su propósito sea puramente estético, porque mientras la película cuenta con visuales impresionantes complementados grandemente con la tecnología, nada en ella se siente vacío.
La película abre con una secuencia de trece minutos sin un solo corte que pasará a la historia como una de las mejores, y que de igual forma sirve como una advertencia que se leería de la siguiente manera: “Lo que verás a continuación será algo verdaderamente especial.” No es para menos, pues el trabajo de Lubezki en la cámara logra engañar tu cerebro y te traslada de la sala de cine al Espacio. Con Lubezki seguimos a la Dra. Ryan Stone en el cuerpo de la actriz Sandra Bullock y al astronauta veterano Matthew Kowalsky, quien realiza su última misión, personificado por George Clooney. El trabajo de reparación que realizan los astronautas en el telescopio Hubble se ve amenazado por una lluvia de escombros que se dirige hacia ellos, y tras una secuencia increíblemente detallada que te dejará sin aliento, Gravity se convierte en la película de Sandra Bullock. La veterana actriz nunca había brillado tanto. Basta con decir que por mucho menos fue laureada con un Oscar hace tres años, por lo que no debería sorprender a nadie que repita en la próxima premiación por su cruda y honesta interpretación de una mujer que, marcada por un suceso trágico que la arrebató de lo único que la ataba a su vida en la Tierra, tendrá que buscar nuevas fuerzas para vencer las probabilidades y regresar con vida a casa.
Stone se siente en ocasiones como una versión contemporánea de Ellen Ripley, una mujer fuerte cuya única meta allá arriba es sobrevivir, dispuesta a hacer lo que sea para lograrlo. Durante la odisea la conocemos un poco más a fondo, mientras que Lubezki se encarga, como solamente él podía haberlo hecho, de mantenernos lo más cerca posible de ella. Nuestra relación con la Dra. Stone se torna tan íntima que en momentos adoptamos su perspectiva, viendo y sintiendo lo mismo que ella, y es en esos momentos que nosotros, la audiencia, completamos ese transporte al Espacio detallado y fantásticamente realista creado por Cuarón.
El espectáculo visual de Cuarón y Lubezki se mantiene constante durante los 90 minutos en que se desarrolla la historia, sin embargo, el guión que confeccionó el director mexicano junto a su hermano Jonás va perdiendo fuerza cuando renuncia a la simplicidad que caracterizó los primeros dos increíbles actos, dejándonos con un tercer y último acto que se refugia, aunque no por mucho tiempo, en momentos que se sienten repetitivos y hasta trillados. Afortunadamente, en los últimos diez minutos Cuarón y Lubezki retoman las cosas donde las dejaron y cierran con una intensa secuencia que además de hacerte olvidar los pequeños fallos del guión, también te hará olvidar como respirar.
Gravity es, sin lugar a duda, la más satisfactoria experiencia que tendrás en el cine en lo que va de año. El filme encarna la esperanza de un viaje de vuelta a una de las etapas más memorables del cine, en que salíamos de una película con el deseo de aprender cómo exactamente se llegó al producto final. En los aspectos técnicos al menos, no existen muchos otros trabajos que puedan sentirse tan cerca de la perfección. Gravity, en cines desde el 10 de octubre, es más que el pasado, el futuro del cine.