No hay edad para las manos que dicen, para las manos que cuentan, para las manos que hacen. No hay tiempo que las rinda o al menos memoria responsable que las condene al olvido. Ellas son -y continuarán siendo- la voz del arte que libera a los buenos mortales. En cada hecho, y en cada manifestación corpórea, su polisemia permanece imbatible. Por eso -y por más- hay manos que trascienden la culpa y el sentido. Y esas, solo esas, son las que logran batir la suerte que impone el destino, transformando la materia en nuevo lenguaje; transformando la materia en nueva vida y hasta en futuras cenizas de tabaco, que lo mismo pueden recordarse como poesía, que como una buena estadía en los suburbios del humo, el fuego y los placeres seductivos. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
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